Linchar o no linchar, es la cuestión
Por Facundo Martínez*. Un niño de unos 12 años es sorprendido robando en la zona de Tribunales. Gentes de a pie lo corren, lo atrapan y lo cercan. Son días sensibles tanto para las víctimas como para los victimarios. Los linchamientos están a la orden del día. Otro muchacho, de apenas 18 años, fue ejecutado a patadas limpias en Rosario, tras robar un bolso a una mujer; robo en grado de tentativa dirá la Justicia. Las imágenes captadas desde un teléfono celular son escalofriantes.
A David Moreira, el joven en cuestión, se lo puede ver semiconsciente e indefenso cuando recibe la última ráfaga de zapatillazos en su cabeza, que le apagan la vida. La imagen es conmoverdora, brutal. Los medios la repiten una y otra vez, los linchamientos se roban todo el protagonismo. La sociedad, y los especialistas en materia judicial, se expresan al respecto. También lo hace la prensa. Todos juzgan. Opinan. E incluso hay quienes aprueban entre líneas ciertos métodos medievales de castigo. Los fundamentos son paupérrimos, sentido común de mancebos enamorados de un idealismo soso y superficial. Se habla con una liviandad sorprendente de justicia por mano propia. Se plantea y se alumbra un debate mediático: linchar o no linchar, this is the question.
El chico de 12 años atrapado en Tribunales nos cuenta nuestra compañera de Gestión Pública Victoria Gallarza- está cercado. Abrumado por los gritos, la condena social y el boom mediático. Ese mismo día se conoció el repudio inteligente y sutil de nuestro emisario en el mundo de las buenas conciencias, el Papa Francisco. Me dolió la escena. Fuenteovejuna, me dije. Sentí las patadas en el alma, expresó Francisco, ex profesor de literatura española, conocedor de la obra de Félix Lope de Vega, que cuenta la historia de aquel pueblo humillado por un tirano que resuelve hacer justicia por mano propia. Me dolía todo, me dolía el cuerpo del pibe, me dolía el corazón de los que pateaban, continuó el Papa, y finalmente, con profundo humanismo, sentenció: No era un marciano, era un muchacho de nuestro pueblo. Igual que el niño de Tribunales.
Las puertas de la polémica están abiertas de par en par. El actor Gerardo Romano se la juega para atrapar a un ladrón en Palermo, que golpea a una turista para robarle el reloj, y después para evitar que los vecinos terminen linchándolo. El muchacho es finalmente detenido. Doce horas después, la indignación. El ladrón es liberado por un juez, que sigue lo que le dicta el procedimiento y expone su absoluta falta de olfato y compromiso para con la sociedad y para con el delincuente. Se recalca aquel latiguillo malintencionado de que el Estado está ausente. Los medios se alimentan de opiniones encontradas. Eso de que los ladrones entran por una puerta y salen por la otra se hace carne. Los garantistas intentan explicar por qué. La sociedad responde con más indignación y no termina de entender nunca los argumentos. Incluso no le importan demasiado. Los ladrones entran y salen de las comisarias, como Pancho por su casa. Y eso, se lo mire por donde se lo mire, no está bien.
A comienzos de 2013, cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner abrió las sesiones legislativas en el Congreso, pidió a los legisladores que apoyen las reformas del Código Civil y el Código Penal que los oficialistas y sus aliados tenían en carpeta. Utilizaba un argumento del sentido común: para que los ladrones no entren por una puerta y salgan por la otra. El presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, tomado por las cámaras de televisión, asiente como compungido. La primera iniciativa cayó en saco roto; la segunda atraviesa un mar de críticas, pero lamentablemente ningún debate a la altura de las circunstancias. Algunos opositores como Sergio Massa, se oponen a la reforma taxativamente. No están pensando en las necesidades reales, sino enfocados en una pelea de intereses mezquinos: las presidenciales del 2015. Del otro lado, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, lanzó la emergencia en seguridad por un año en todo su distrito. Y un espantoso proyecto para limitar el transporte de dos personas en motos. Se están pensando en combatir a los motochorros, pero castigando y avasallando los derechos de los miles de trabajadores y trabajadoras que se desplazan por este medio. Y que así lo hacen por el calamitoso y excesivamente costoso sistema de transporte público provincial. Es como si uno quisiera taparse con una manta corta.
El debate se deforma en la puja de argumentos que se presentan antagónicos y excluyentes pero que quizás no deberían enfrentarse, sino acaso complementarse y sostenerse en un marco legal que se adecúe de la mejor manera al mapa actual del delito. Esto no significa que el Estado deba mover sus piezas para satisfacer el deseo de los potenciales linchadores. Lo que sí debe hacer la sociedad, a través de sus representantes, pero también de todas sus instituciones es dar un debate profundo sobre esta problemática para alejarla de las pujas políticas mediáticas con lo que finalmente ni se gobierna ni se legisla.
En lo que va del año, los casos de linchamientos y muerte de ladrones por mano propia se han multiplicado. Los casos brotaron por prácticamente todo el territorio nacional. ¿Quién protege al chico de 12 años acorralado en la zona de Tribunales, victimario y víctima a la vez? Mátenlo gritan algunos de los presentes, subidos a la cresta de la ola de este tipo de violencia singular. Un hombre lo tiene alzado. Otro fotografía al niño ladrón atrapado con la cámara de su teléfono celular. ¿Con la idea de humillarlo, todavía más? ¿En razón de qué? El Papa Francisco ya había soltado su mensaje pacificador. El chico de los 12 años finalmente es ingresado a un edificio público; su integridad física es preservada. El susto, imagino, habrá sido grande, y desproporcionado. A la luz de los tópicos mediáticos, habrán quedado algunos transeúntes insatisfechos porque el asesinato tribal no llegó a consumarse. Funcionó esta vez el freno inhibitorio que le pone coto a la violencia; el Estado, ausente en la palabrería llamada a tapar los agujeros negros de los cada vez más empobrecidos, crítica y culturalmente, medios de comunicación, mostró en Tribunales su cara sensible y humanística. A pesar de la bronca real y entendible, y del estímulo constante e irresponsable hacia la violencia por mano propia, las gentes de a pie salvaguardaron al niño ladrón, al aterrado. Por supuesto que quedan muchas otras cosas para hacer. Para que los ladrones no entren por una puerta y salgan por la otra es necesario, y urgente, qué cada quien atienda sus responsabilidades, sin mezquindades ni aprovechamientos, con el bienestar general como objetivo primordial.
*Sociólogo y periodista.