La pregunta por el artesano-activista se ha multiplicado desde entonces a través de las redes sociales y en la voz de personajes públicos de diferentes ambientes, la televisión, el teatro, la música, las universidades y el deporte.

La mayoría de los programas de los canales de televisión levantaron la pregunta por Maldonado. Las imágenes del operativo-cacería de la Gendarmería contra los mapuches y los diferentes testimonios resultan un documento inapelable, contra la estigmatización del grupo más radical (RAM) y los miles de intentos de cierto sector de la prensa por disimular, ensuciar y desprestigiar los reclamos por la búsqueda del desaparecido Maldonado.

Los esfuerzos por limpiar las responsabilidades políticas del Gobierno en la desaparición forzada caen en saco roto. Gendarmería, según lo afirmó el Comandante a cargo del operativo, cumplía órdenes directas del Ministerio de Seguridad. De hecho, el funcionario de la cartera Pablo Noceti, jefe de Gabinete de la ministra Patricia Bullrich, participó en persona del operativo. Algo que el Gobierno buscó ocultar en principio, pero no pudo sostener frente a la presión de los organismos de derechos humanos, los diferentes sectores políticos y los organismos internacionales, que obligaron a encuadrar la desaparición de Maldonado legalmente como desaparición forzada, como reza en la carátula del expediente judicial.

La responsabilidad del Estado es ineludible. Las evidencias apuntan a la responsabilidad de los efectivos de la Gendarmería. El sembrado de pistas inconsistentes, los falsos Maldonados aparecidos y fotografiados en las más diversas situaciones no han hecho más que dilatar las investigaciones.

No se trata de proteger a nadie, sino que se sepa la verdad, involucre a quien involucre, declaró este lunes el ministro de Justicia de la Nación, Germán Garavano, a una radio rosarina. Pero más allá de las declaraciones, el Gobierno ha demostrado escaso interés en que se resuelva el caso. El problema ahora es que precisamente ese desgano con el correr de los días se le volvió en contra.

El reclamo vivo por la aparición de Maldonado crece a pasos agigantados en el resto de la sociedad. Eso, se sabe, puede tener un alto costo político. Incluso por ese motivo la falta de acciones de parte del Gobierno contra la propia Gendarmería, involucrada en la persecución de Maldonado por los testigos que tiene a causa, es sorprendentemente llamativa. Incluso la prensa afín a los intereses del Gobierno ha comenzado a reclamar medidas en esa dirección. Si se les fue la mano a los gendarmes, que lo digan, pidió el periodista Jorge Lanata, en una clara reacción contra el daño que esta caso está causando en la imagen del Gobierno. Pero la ministra Bullrich defiende a su tropa, prefiere esperar que sea el tiempo el que cure las heridas y se niega, como dijo, a tirar gendarmes por la ventana.

La estrategia del oficialismo frente a la desaparición forzada de Maldonado apunta contra la propia víctima y contra aquellos que se preguntan ¿Dónde está Santiago Maldonado? Las notas editoriales de los diarios Clarín y La Nación sobre esta cuestión son un verdadero disparate. Como bien señala Mario Wanfield, columnista del diario Página 12, los esfuerzos por equiparar a la comunidad mapuche con el ISIS, ETA, y otras organizaciones terroristas del mundo, resultan un espanto conceptual. Tanto como los intentos de subestimar la adhesión de los diferentes sectores políticos a la intensa búsqueda que ha comenzado la familia de Santiago y ahora se multiplica en diferentes sectores, opositores y también oficialistas.

El Gobierno no quiere dar el brazo a torcer, aunque incluso la comunidad internacional se lo exija. Se trata dicen- de una campaña política. Pero sus esfuerzos por desviar el tema vuelven con mayor fuerza e intensidad. El Gobierno debería saber que no hay peor violencia que la viene desde el propio Estado. El problema parece ser no tanto buscar a Maldonado como concentrar sus energías en evitar que esta situación que lo desborda se cuele en la contienda electoral de octubre. El desafío precisó en un artículo el columnista Alejandro González, de Clarín- para el presidente Mauricio Macri es evitar que se modifique el escenario favorable con el emergió del primer examen electoral del 13 de agosto.

Eso de alguna manera parecía ocurrir el viernes por la tarde noche cuando centenares de miles de argentinos se congregaron en la Plaza de Mayo para pedir por la aparición con vida de Maldonado. Las multitudes argentinas, esas que espantan y han espantado siempre a las elites, tomaron nuevamente la calle. La noche, sin embargo, terminó de la peor manera: con incidentes violentos entre un grupo de manifestantes y las fuerzas de seguridad, entre ellos varios efectivos vestidos de civil. La represión fue brutal y hasta pareció desmedida, y de eso se está encargando por estas horas la Justicia. Sin embargo, las imágenes logradas sirvieron para hacer el caldo gordo al Gobierno. La prensa afín buscó asociar la violencia con el kirchnerismo y con las declaraciones sobre el caso Maldonado de la ex presidenta Cristian Fernández. Los documentos fotográficos y audiovisuales, siembras dudas sobre a quién pertenecen los revoltosos encapuchados.

De los 30 detenidos por la Policía de la Ciudad y la Federal en la marcha del viernes, sólo uno permanecía hasta este lunes demorado. El resto debió ser liberado ante la falta de pruebas, ya que nada los situaba en las zonas donde los encapuchados arrojaron piedras, ensayaron barricadas y quemaron tachos de basura. La fiscalía que intervino en la causa por la brutal represión en Plaza de Mayo pidió la declaración de los policías. Los abogados de la Correpi, por su parte, denunciaron que no hay pruebas concretas contra quienes fueron detenidos y anunciaron que el destino inexorable de esta causa es el sobreseimiento. De distintos sectores de la oposición llovieron críticas contra la ministra de Seguridad, que el macrismo sostiene con puño firme. No se habla de su responsabilidad en el caso Maldonado, por supuesto, sino de su rol activo en la lucha contra el narcotráfico. Sin eufemismos de ningún tipo, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y candidato a diputado por 1País, Felipe Solá, llamó a Bullrich impresentable que se disfraza con uniformes.

Quien salió el lunes de defender el accionar violento de la policía fue el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. La Policía actuó cuando surgieron las situaciones de violencia, cuando empezaron a tirar piedras y aparecieron con los palos. Siguiendo una premisa que decimos siempre: no vamos a permitir la violencia en Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires, apuntó el funcionario. Sin embargo, también admitió que se abrió un sumario interno para evaluar la actuación de los efectivos.

De todos los análisis de los hechos, el del columnista político del diario La Nación Joaquín Morales Solá, merece una reflexión aparte. No sin antes señalar cierto rumbo favorable de la economía en la Argentina en un acto de propaganda manifiesto-, al señalar la existencia de encuestas y datos de la economía que navegan con viento a favor, cumple con observar la existencia de grupos radicalizados de la sociedad que habrían decidido utilizar la violencia en las manifestaciones públicas y que han tomado esa deriva por las elecciones y más allá de las elecciones. Morales Solá llama terroristas a los manifestantes revoltosos, que a esta altura de los hechos y visto también el accionar policial en la contienda, habría que analizar más profundamente si se trató de una acción o una reacción, o ambas cosas. El columnista habla de borrachera de violencia alrededores de la Plaza de Mayo, pero poco o nada dice de la desaparición forzada de Maldonado y de los centenares de miles de argentinos que se dieron cita en la Plaza para reclamarle al Gobierno medidas concretas en la búsqueda del desaparecido y, va de suyo, el apartamiento de quiénes pudieran tener responsabilidades directas en los hechos ocurridos en Chubut.

El ensayista y escritor Ricardo Piglia escribió hace ya varios años en su libro de ensayos e historieta La Argentina en pedazos, que la literatura argentina tiene un doble comienzo. La última página de El Matadero, de Esteban Echeverría y la primera página del Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento. En la de El Matadero se evidencia la violencia física de los federales contra el unitario distraído que se interna en territorio enemigo; en la del Facundo, se señala la violencia del lenguaje, a través de las palabras escritas en francés, a las puertas del exilio, en los baños de Zonda: On ne tue point les idées.

En vista a los hechos y a los dichos, bueno sería que se comenzara a discutir más profundamente de qué hablamos cuando hablamos de violencia. Sería un buen ejercicio de ciudadanía, por supuesto. Pero antes, los argentinos nos debemos una respuesta contundente a una pregunta tan clara como urgente:

¿Dónde está Santiago Maldonado?

*Sociólogo y periodista.