Siria: un ataque en suspenso
Por Atilio A. Boron. Barack Obama estaba decidido a hacer tronar el escarmiento. No tenía pruebas, no había evidencias y a los inspectores que había convocado Bassher Al Assad para producir un informe sobre el ataque con gas Sarín el 21 de agosto habían sido invitados a salir perentoriamente del terreno por …¡Estados Unidos! Era evidente que la Casa Blanca no necesitaba pruebas. Tenía los motivos para atacar, y eso era lo que importaba.
Las presuntas pruebas, torpemente presentadas por su Secretario de Estado no eran tales: sólo sospechas y presunciones, pero ningún dato contundente. ¿Cuáles eran los motivos? Sucintamente, reafirmar una autoridad supuestamente inapelable de Washington en un mundo cada vez más multipolar, en donde el debilitamiento del poderío global de Estados Unidos es inocultable.
Uno de los máximos intelectuales del imperio, Zbigniew Brzezinski lo señala en su última obra: Strategic Vision. Este debilitamiento es un dato duro del sistema internacional y exige una sobreactuación para que la comunidad mundial vea que el sheriff aún está en funciones. Claro que esto se entremezcla con otros motivos: en primer lugar, satisfacer las ansias de lucro del complejo militar-industrial, cuya prosperidad depende de que el país se embarque en guerras o, al menos, en aventuras militares de cualquier tipo. Un solo ejemplo basta para ver la importancia de este asunto: los misiles Tomohawk que llevan los navíos de la Sexta Flota anclados en el Mediterráneo cuestan un millón cuatrocientos mil dólares cada uno.
Analistas estimaban que una primera oleada de ataques en contra de Al Assad, durante unas 48 horas, se dispararían alrededor de quinientos misiles. Es decir, que la empresa Raytheon, que los produce, recibiría en caso de que el ataque se concretara nuevas órdenes de compra por un valor mínimo estimado de 900 millones de dólares. Dinero que, ciertamente, engrosaría las ganancias de la corporación pero que también se destinaría a financiar las carreras de los más importantes senadores, representantes, gobernadores y la del propio presidente de la república.
Si a la presión de este lobby, que acaba de hacer una escandalosa donación a los miembros de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado para que aprueben y sometan al plenario senatorial el pedido de Obama, se le suman las del lobby israelita y saudita, amén del petrolero (muy interesado en desplazar a sus rivales rusos de los gasoductos y oleoductos proyectados para llevar petróleo y gas a Europa, y que deben pasar por Siria) es evidente que las fuerzas que impulsan a Obama a actuar como ha anunciado son muy grandes. Aparte de ello los estrategas del Pentágono ven la crisis siria como una oportunidad de aislar y cercar aún más a Irán, objetivo supremo de toda la política de Estados Unidos en Medio Oriente, el gran enemigo a vencer. Claro que este es un hueso duro de roer: con sus más de 80 millones de habitantes, un ejército muy bien entrenado y mejor pertrechado y el apoyo de Rusia y China, meterse con Irán podría resultar siendo un error aún más grave que el que cometieron los norteamericanos cuando lo hicieron en Vietnam, Irak y Afganistán.
Las buenas noticias de los últimos días fueron la soledad en que quedó Obama con su iniciativa, producto de la negativa del Parlamento Británico; la frialdad con que su propuesta fue recibida por Alemania y el llamativo planteo realizado por el Papa Francisco, lejos de la tradicional ambigüedad con que el Vaticano nos tenía acostumbrados al manifestarse sobre estos temas. La excepción fue la humillante claudicación de François Hollande, que arrojó por la borda toda la tradición del Gaullismo francés y manifestó su incondicional apoyo a Washington, con o sin pruebas.
Pero lo que por ahora ha inclinado la balanza en una dirección esperanzadora fue la audaz iniciativa de Vladimir Putin que convenció a Al Assad de colocar su arsenal químico bajo control internacional. La rápida ejecución de esta maniobra y la no menos veloz aceptación de esta propuesta por parte de Damasco dejó por completo descolocada a la Casa Blanca y fue, hasta ahora al menos (aunque la situación es muy fluida) un notable logro de la diplomacia moscovita. Logro que en parte procede del hecho de que, al igual que China, la Federación Rusa tiene inmensas reservas denominadas en dólares y en bonos del Tesoro norteamericano. Por eso, cuando Putin habla Obama tiene que escuchar. Desairar a un acreedor tan poderoso podría indisponerlo y, como represalia Moscú bien podría volcar a los mercados financieros internacionales una suma muy significativa de dólares con lo cual se produciría una verdadera estampida en contra de esa moneda. Si hay algo que Rusia no quiere es la completa desestabilización del Medio Oriente y del mundo del islam, porque evoca de inmediato los horrores de la guerra contra los chechenos en el propio territorio de la Federación rusa. Además, la marina rusa tiene en el puerto de Tartus, en Siria, una base de estratégica importancia para garantizar que el flanco sur-occidental de Rusia no quede al descubierto frente a las tropas de la OTAN.
Conclusión: el cuadro político internacional está experimentando una mutación en dirección hacia un creciente policentrismo, que dificulta cada vez con mayor fuerza que Estados Unidos actúe unilateral y caprichosamente como lo hacía antes; o al menos que lo haga sin tener que pagar las consecuencias. El mundo ha ido cambiando, y si bien nada es definitivo todavía, es probable que la población siria pueda, por ahora, sortear las gravísimas consecuencias derivadas de una represalia misilística como la tenía in mente Barack Obama y que ya habrían producido millares de muertos. Habrá que contener la respiración, pero se ha abierto una pequeña ventana de oportunidades. Ojalá que sepamos aprovecharla.