Poco importa ahora que el equipo de Alejandro Sabella juegue bien o más o menos, es un partido y ahí nomás, a la vuelta de la esquina, puede estar la soñada final para Lionel Messi y compañía. En el medio quedarán los sinsabores, la trágica muerte de la hija del periodista Tití Fernández tras un intento de asalto en la ruta que une la ciudad de San Pablo con Belo Horizonte y la muerte de otras dos personas tras la caída de un puente en la capital de Minas Gerais, muy cerca de Cidade do Galo donde la Selección tiene su búnker, en las instalaciones del Atlético Mineiro, cuyo plantel, con Ronaldinho a la cabeza, a modo de intercambio se encuentra entrenando en estos momentos en el predio de la AFA, en Ezeiza, a la espera de su partido del miércoles 16 frente a Lanús por la Recopa Sudamericana.

Mucho se puede decir de lo que este Mundial que termina dejó sobre el tapete. Desde las movilizaciones que fueron muchas antes de la Copa pero que cuando la pelota comenzó a correr disminuyeron sensiblemente, porque los brasileños tienen mucho de que quejarse pero son futboleros tanto o más que los argentinos y entendieron rápidamente que una vez iniciada la competencia sólo había que apoyar al equipo de Luiz Felipe Scolari y Neymar, el astro que se quedó afuera tras una violenta e innecesaria parata del colombiano Zúñiga, que le quebró una vértebra, la tercera, y lo borró de la definición.  

A esta altura está claro que la Copa del Mundo es mucho más que los 64 partidos que alberga, sus dramatismos y sus alegrías. Es un inmenso movimiento cultural y turístico que no tiene comparación. Los estímulos son incontables, el estado festivo es permanente y la humanidad parece poder entenderse en un solo idioma, la lengua universal del fútbol que hace que todos puedan sentir más o menos lo mismo cuando la pelota va de un lado al otro dentro del campo de juego.

Hubo algunos incidentes violentos, algunos barrabravas argentinos deportados, robos a hinchas y turistas, y alguna que otra pelea entre hinchas borrachos. Esto último porque los brasileños toman mucha cerveza y porque los patrocinadores le torcieron el brazo a las autoridades en este punto: en Brasil estaba prohibida la venta de alcohol en los estadios y la FIFA obligó al país vecino a adaptar sus leyes a sus necesidades comerciales. Cosas que pasan en los mundiales.

Más allá de todo esto, hay algo muy poderoso de Brasil y que tiene que ver con la gran cantidad de habitantes, unos 205 millones: una convivencia racial digna de admiración, y una tolerancia hacia el otro que los argentinos, además de copiarles el sistema de metrobus, deberíamos adoptar también.

Si bien el pueblo brasileño atraviesa dilemas parecidos a los que atraviesan por estas horas los argentinos, se muestran más alegres y al mismo tiempo más críticos. Lo que los brasileños tienen es un buen sentido del humor, y una hospitalidad inmejorable. De ese sentido del humor, se rescata el documental que los brasileños le hacen ver a los todos los visitantes del Museo del Fútbol ubicado en el mismísimo estadio Pacaembú, en el que Corinthians le ganó 2-0 a Boca la final de la Libertadores 2012. El Pacaembú está emplazado en el corazón de San Pablo, una ciudad que cuenta con unos 20 millones de habitantes dentro del área metropolitana, que en todo el estado suma 40 millones y que, independientemente del resto del país, es considerada la décimo octava economía del mundo.  

Cansados de tanto fútbol y Mundial, decidimos junto a los periodistas Juan José Panno y Adrián De Benedictis visitar este museo, del que sólo sabíamos que había emocionado al mismísimo ex futbolistas francés Eric Cantona. Suficiente argumento para emprender la aventura y su recorrido.

Lo más curioso e interesante de este museo que, por muchísimas razones, vale la pena conocer es que Brasil se mira a sí mismo con un toque de humor trágico. Aquí se explica, por ejemplo, que Brasil no pudo ganar el Mundial de México 86 por la sencilla razón de que Maradona no nació en el Matto grosso, y que en cambio sí lo hicieron en México 70 porque el equipo de Pelé y Rivelino a quien Maradona es su programa De Zurda le brindó pleitesía- consiguió tratar a la pelota como el poeta Drummond (de Andrade) trataba a las palabras.

El homenaje a los ídolos está presente, tanto como el agradecimiento. Algo que, sin dudas, los argentinos también podríamos imitar. La historia de las pelotas, la historia de los chuteros (botines), fotos de época, relatos de goles, y una sensibilidad extraordinaria en cada una de las salas del museo, en el los hinchas tienen su propia sala y en el que también los chicos pueden descargar su adrenalina pateando penales a un arquero virtual o imitando a Neymar haciendo jueguitos con una pelota.

Hay en el Museo una particular lectura sobre le Maracanazo, aquella final que Uruguay le ganó a Brasil en 1950 en el estadio Maracaná, y que tras el inmenso dolor de entonces se asimiló ahora como un rito de pasaje a lo que es la historia grande del fútbol brasileño, y que luego cosechó cinco copas del Mundo para convertirse en el país más ganador.   

Se exhibe en el museo la camiseta blanca que Brasil dejó de usar para siempre tras el Maracanazo y la camiseta verdeamarela que inició la tradición exitosa y nos ha traído casi siempre problemas a los argentinos. Pero lo más curioso y más lindo a la vez es ese video que mencioné más arriba y que los visitantes pueden ver no bien atraviesan las puertas del Museo, a un costado de la primera sala. Se trata de una suerte de documental en el que Brasil les explica a los visitantes por qué y cómo consiguió ganar las 19 copas disputadas hasta ahora y por qué va a ganar la número 20, que está ahora en juego. Lo hace a través del humor y la ironía, comprometiendo en el relato a periodistas, escritores y ex futbolista como Pepe, Paolo Rossi, Beckenbauer y Gerson. Las imágenes muestras jugadas alteradas digitalmente, en las que un remate de Pelé que en realidad pega en el palo entra al arco, o unos de los remates con los que Brasil asedió el arco de Goycochea en Italia 90 finalmente tiene destino de gol. Todo dicho con mucha seriedad, y una cuota de humor que realmente emociona al visitante. Puede que Brasil gane o no gane esta copa, sobre la que tanto se dijo y criticó, sobre la que bastante se hizo y se pudo ver aquí en Brasil. Pase lo que pase, que quedará al gobierno de Dilma Roussef, o al que le siga, revisar todo lo hecho, analizar sus cuentas, para seguir creciendo en armonía, con tolerancia y, porque no, con buen humor. Así es como se muestra el Museo del Fútbol, que habla por supuesto de fútbol pero mucho más de Brasil, el país anfitrión.

*Sociólogo y Periodista