¿Sabemos administrar nuestros gastos?  ¿Qué hacemos para llegar a fin de mes? ¿Qué canales de financiación conocemos? Todos estos interrogantes (y muchos más), aparecen cuando pensamos en un eje específico de la vida diaria: la educación financiera. Una pieza clave que hoy tiene un rol fundamental ya que brinda información práctica para la administración de las economías domésticas.

A su vez, conocer cómo se actúa, piensa, proyecta, diseña, organiza la planificación de las economías domésticas y los hábitos de consumos, contribuye a no solo conocer el escenario actual, sino también a producir y generar políticas públicas específicas que fortalezcan la educación e inclusión financiera como una forma focalizada de empoderar a la ciudadanía.

La idea es simple: acceder a mejores condiciones de igualdad en las temáticas vinculadas a la educación e inclusión financiera permite tomar mejores decisiones, fortalece la planificación y desplaza, en la medida de lo posible, las lógicas de improvisación constante que reduce los horizontes a plazos cada vez más acotados.

En este sentido el Instituto Abierto para el Desarrollo y Estudio de Políticas Públicas (IADEPP) elaboró una “Encuesta Nacional sobre Educación Financiera” que indagó los principales aspectos a tener en cuenta al momento de pensar políticas de inclusión e igualdad financiera.

Situación financiera

Es en la sección “Situación Financiera” donde se aborda la percepción que las personas tienen de su propia situación económica/financiera. El 20% de los/as encuestados considera la propia situación como “mala”, 11% la considera como “muy mala” y 45% como “regular”. Esto quiere decir, en conjunto, que casi el 78% de la población participante del estudio percibe su situación entre regular, mala y muy mala. Y solo el 2,5% considera la propia situación como muy buena.

Por otro lado, mientras que el 39% tuvo que achicar gastos para llegar a fin de mes y 27% declaró directamente “no llegar a fin de mes” y sólo el 6% afirmó poder ahorrar en el último mes. Pero si damos un apertura a este dato, observamos que las personas que pudieron efectivamente ahorrar son en mayoría varones. Apenas el 2,5% de las mujeres encuestadas declararon que pudieron ahorrar en el último mes.

Esto se conecta directamente con el crecimiento del endeudamiento de las economías domésticas que se viene registrando en los últimos cinco años. Hablamos que en la actualidad 7 de cada 10 hogares tuvieron que acudir a algún tipo de financiamiento o endeudamiento (que incluye la situación de dejar impagas deudas), mientras que apenas un 27%  informó que “no tuvo que pedir prestado dinero”. Es importante subrayar que las personas declararon entre sus principales motivos de endeudamiento la compra de alimentos (38%), que en su mayoría son casos, en promedio, de mujeres jubiladas o desempleados/as, seguido por el pago de servicios de luz, agua, gas y/o teléfono (24,8%) y el pago de alquiler (12,1%). 

Ante la falta de posibilidad de financiamiento para afrontar los gastos mensuales, los encuestados afirmaron tener que dejar impagas algunas de las cuentas. A la cabeza de las cuentas impagas figuran las de servicios de luz, agua, gas y teléfono con un 54%, y en segundo lugar la tarjeta de crédito con un 40%. Este último caso es el de mayor riesgo al generarse una deuda cuyo financiamiento resulta significativamente mayor dado las altas tasas de intereses.

Préstamos y financiamientos

En estos escenarios de endeudamiento, el conocimiento sobre los mecanismos de financiación y las instituciones dónde acudir, es decir, parte de lo que hace a la educación e inclusión financiera, se convierte en un recurso más que valioso al momento de tomar decisiones en los hogares. En este punto, la bancarización no solo explica el desenvolvimiento de la economía formal, sino también la confianza que se tiene del sistema bancario tradicional. Uno de los primeros elementos para analizar el nivel de bancarización en una sociedad es si está extendido el uso de cuentas bancarias. El 69% afirmó tener cuenta bancaria. Aun siendo un nivel relativamente alto, las personas no bancarizadas están concentradas precisamente en las mujeres jóvenes y de bajos niveles educativos.

Al respecto puede observarse que el 51% reconoce a los bancos públicos o privados como lugares donde se puede solicitar un préstamo, pero casi un 40% declaró no conocer dónde solicitarlo. En cuanto a la factibilidad de acceder a un financiamiento, mientras que el 37,5% considera a los bancos como la mejor opción para pedir un préstamo, el 36% no sabe cuál es el mejor canal de financiamiento.

En cuanto a las posibilidades de financiamiento, 4 de cada 10 personas considera que hoy es imposible acceder a un préstamo. Estos nos señalan uno de los problemas generados por la escasa educación financiera en la que se combina una retracción de la oferta crediticia con la falta de información y difusión sobre lo que está vigente en términos de financiación. Esto se expresa directamente con que casi 4 de cada 10 personas desconoce si podría o no solicitar una línea de crédito.

Por otra parte, la confianza en los bancos indica en buena medida las decisiones de financiamiento. Ya se trate de confianza en los bancos privados o públicos, la seguridad que percibimos sobre la banca en general mejora las condiciones de previsibilidad en torno a la toma de crédito. Tanto para la banca privada o pública, los niveles de confianza son bastantes similares, rondando entre 74% y 75% de aprobación que va desde “muy conforme” y “conforme”, apenas superior para la banca privada, pero significativamente más alta respecto a la confianza que las personas depositan en otras entidades financieras que apenas llegan al 55% entre las mismas opciones de respuestas. 

Una cuestión que no podemos obviar es que la educación financiera no está exenta del contexto social y económico general. En el informe, entre una de las conclusiones más fuertes, surge que aproximadamente el 75% de las personas tiene algún motivo o proyecto que los impulsan a ahorrar, pero solo el 7,3% logra cumplir con objetivos mensuales de ahorro. 

Visto desde otro punto de vista, en un contexto de inestabilidad, la planificación se pliega cada vez en plazos más cortos de tiempo: 6 de cada 10 personas que se proponen ahorrar no logran cumplir la meta. Y esta dificultad no se distribuye igualitariamente en la población: son las mujeres, jóvenes en general y personas con bajo nivel educativo las que menos probabilidades tienen de cumplir sus objetivos.

Los conocimientos generales sobre educación financiera también se ven reflejados en los instrumentos que se eligen para ahorrar. Solo el 17,3% opta por los plazos fijos como herramientas para ahorrar, que contrasta con el significativo nivel de desconocimiento que expresaron los encuestados/as: casi el 40% declaró no reconocer en los plazos fijos una opción concreta para ahorrar, o en todo caso, preservar el valor relativo de los ahorros. Sin embargo, cuando se consultó sobre la utilización de bonos, acciones o criptomonedas para ahorrar, solo 3,4% afirmó conocer y utilizarlos, cifra muy inferior al nivel de desconocimiento que asciende a casi el 60%.

La generación de información confiable y actualizada se convierte en un insumo clave para entender qué está sucediendo en relación a la inclusión financiera, los hábitos de gastos, consumos y ahorro, las variaciones en la confianza que tenemos del sistema bancario y en cómo incorporamos los medios de pagos electrónicos. 

Más allá del contexto, la educación e inclusión financiera deben ser visto como una serie de conocimientos y herramientas que permiten planificar nuestras economías privadas, proyectar sobre horizontes más amplios que el corto plazo y aliviar la vulnerabilidad económica a la que se ven expuestos los hogares de menores ingresos, en especial en aquellos en que la jefatura recae sobre la mujer.