Ludwig van Beethoven, definido como un "toro musical que arremete", está siendo homenajeado en el momento de cumplir 250 años de su nacimiento, el 16 de diciembre de 1770 en Bonn, Alemania, de descendencia holandesa. A lo largo de este año de la pandemia se lo honrará en videos grabados por los más importantes directores de orquesta y concertistas del siglo XX.

Beethoven fue uno de los compositores que dejaron atrás el tiempo de Vivaldi y Bach (mediados del siglo XVIII) e inauguró un creativo período de la música ligada al  lo que se conoce como "clasicismo romántico".

Se trasladó a Viena, la capital fastuosa del Imperio de la mitad de Europa en 1792, donde se perfeccionó con el pródigo y creativo Maestro Joseph Haydn. Llegó a la ciudad con una carta de recomendación del conde Waldstein, a quien le dedicará luego una de sus obras.

Estudió composición con Haydn y se dio a conocer en Viena en los círculos musicales como un virtuoso dispuesto a competir con aproximadamente 300 pianistas que lidiaban entre sí para destacarse. Todos se ganaban la vida enseñando a más de 6.000 estudiantes que llegaban de toda Europa. Viena era entonces la capital de la música y no tenía competencia con otros centros geográficos.

La rivalidad entre estos pianistas era feroz en momentos en que Beethoven, un competitivo persistente, hablaba de su "deseo de avergonzar a sus oponentes". Temía que otros copiaran su estilo veloz, incisivo, profundo. Entonces, no existía la propiedad intelectual para proteger a los creadores en las artes. En realidad, los virtuosos eran considerados como "rarezas". Los recitales en los que tocaban se asemejaban más a duelos, una costumbre acendrada en esos tiempos. Beethoven, un atropellador, recibió el apoyo de las familias aristocráticas. Estas familias abrumaban al joven talentoso con dinero y obsequios.

Hacia mediados de la década de 1790, su fama se había difundido en gran parte de Europa y realizó giras de conciertos a otros países que terminaron consagrándolo. Hay que imaginar esos tiempos. El transporte se reducía al caballo o a la galera. Los viajes duraban una eternidad. Ejecutó su Primer Concierto para piano en 1798, en Praga, pero no permitió su publicación hasta 1801. 

Quien lo escuche y disfrute ( hay un centenar de grabaciones de distintos artistas y directores de orquesta) comprobará la gran influencia de Mozart en su estilo casi juguetón. Esa obra no fue su comienzo porque ejecutaba para uso propio sus sonatas para solista y también piezas de cámara. Mozart se había convertido (irónicamente después de su muerte, en 1791) en el orgullo de Viena. 

De los conciertos de piano de Mozart, un hombre prolífico, Beethoven rescató sus conceptos de oposición equilibrada entre solista y orquesta, la claridad de formas y el virtuosismo en el teclado. Su segundo concierto de piano fue escrito antes que el primero. Tenía 14 años cuando lo concretó y archivó, y luego rescató en sus tramos principales. Guarda un paralelo con otra obra de Mozart.
 
En la presentación del Segundo Concierto, Beethoven no se sintió satisfecho. Era tan tozudo y avasallador que se sentía el heredero del talento y los logros de Mozart. Para escribir, conocía el sonido de cada uno de los instrumentos que forman la orquesta. Porque un concierto es un diálogo entre el que ejecuta (violín, piano, cello, etc) y el resto del plantel de músicos que integran ese amplio coro que es una orquesta.

Nada es tan maravilloso y personal (sin desmerecer toda su obra) que el Concierto llamado "El Emperador", el número cinco estrenado en Leipzig (Alemania) en 1811. Nadie, ningún estudioso sabe por qué se lo conoce por ese nombre. Beethoven no lo tituló de esa manera. No lo hubiera elegido para honrar al emperador Napoleón Bonaparte, cuyo ejército ocupó Viena mientras el artista lo componía en 1809. Beethoven se mostraba ambivalente con Napoleón.

Es bien sabido que originalmente dedicó su sinfonía "Heroica" al general francés y que más tarde, airadamente, rompió la página (la primera) con la dedicatoria. En un momento admiró a ese hombre poderoso que creía estar llevando los principios de la revolución francesa a toda Europa, pero le repugnaba el deseo del personaje de utilizar su fuerza para la destrucción y su beneficio personal. 

Algunos comentaristas percibieron sugerencias de guerra en "El Emperador". Uno de ellos, Alfred Einstein, notó "la apoteosis del concepto militar, los ritmos guerreros, los motivos victoriosos". Cuando lo escribió Beethoven tenía 39 años. Todavía le quedaban 18 años de vida.

A diferencia de Mozart, Beethoven fracasó en el mundo de la ópera. Compuso la obertura de lo que llamaría "Fidelio". La rehizo 18 veces según sus historiadores. "Fidelio", ya concluida, fue un fracaso y las críticas lo arrinconaron. Eran aquellos tiempos difíciles para Viena ocupada y su población con muchísimas carencias y hambre.

Su novena Sinfonía, la última, está basada en un poema del escritor alemán Schiller, uno de los dramaturgos más importantes de su país junto con Goethe. El momento culminante de esa obra es el "Canto a la Alegría" que se convirtió en el Himno de la Comunidad Europea algunas décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial. El poema llama a la unión de los hombres, al fin de las guerras y del sufrimiento humano.

Desde muy joven sufrió una sordera que iría aumentando en intensidad. Pese a ese malestar, que se lo relaciona erróneamente a los castigos que la habría infligido su padre, un músico frustrado, pudo componer la mitad de toda su vasta e impactante creación.

Desde las primera notas de una obra de Beethoven, se sabe que nos cuenta su historia. Usa un lenguaje de los sonidos que solo él pudo haberlo llevado al pentagrama. Pasó, como todos sus colegas en aquel tiempo, demasiadas peripecias financieras. Murió pobre en 1827, en Viena, a los 57 años, en soledad, sin poder concretar en vida matrimonial ninguno de sus apasionados romances.

Se pueden encontrar interesantes datos personales de Beethoven en la Casa de la Música, un museo ubicado ahora en el centro de Viena. Por ejemplo, se sabe que uno de sus platos favoritos eran las pastas italianas. En su casa tomaba una taza de café por la mañana. En ese edificio están los primitivos audífonos que utilizaba y en una vitrina, una famosa carta en la que acepta su incurable sordera.