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Publicado: 06-12-2012

Capital Federal.- *Por Facundo Martínez. El 2012 dejó varias señales de alerta para el Gobierno, como para no desatender en 2013, año electoral: los importantes cacerolazos en las principales ciudades del país, con sus reclamos específicos de clase, que alcanzaron su máximo esplendor el 8N.

Aún así, e incluso más allá de sus rasgos de espontáneos u organizados, no dejaron un programa de gobierno alternativo claro, una idea mejoradora; un paro nacional alentado y sostenido principalmente por una parte de la CGT, la del ahora díscolo Hugo Moyano, y otra parte de la CTA, la de Pablo Micheli –alianza que, dicho sea paso, terminó por sepultar aquella idea alumbrada dos años atrás cuando no eran pocos los gremialistas que soñaban con la unificación de las centrales obreras a partir de una alianza entre los dos Hugo, Moyano y Yasky, el líder de la CTA oficialista-; la pelea sin tregua entre el Gobierno y el Grupo Clarín, a propósito del inminente 7D y su posterior plena vigencia del artículo 161 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que obliga al Multimedios a presentar su plan de adecuación; y el legítimo reclamo de todos los trabajadores, los de las dos CGT, más allá de la prédica paciente del metalúrgico Antonio Caló, y también de las dos CTA: la suba del mínimo no imponible y el pago de las asignaciones familiares para todos los trabajadores y trabajadoras, quienes dejaron de cobrarlos por la falta de actualización de los topes dentro de un indisimulable, más allá de las estadísticas, esquema inflacionario.

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