Hay una disputa permanente en el mundo acerca de a quién (persona, país o municipio) le pertenece definitivamente una obra artística.

Como se sabe, en las expansiones coloniales los conquistadores iban acompañados de expertos en arte y saqueaban las piezas del pasado. Se las llevaban a sus capitales en sus barcos rumbo al viejo continente.

Europa recibió de todo y para todos los gustos: desde pirámides egipcias hasta muestras variadas del mundo maya y azteca; exquisitas esculturas griegas y romanas y cuadros pictóricos antiquísimos de gran valor.

Napoleón llegó a Egipto acompañado de especialistas de primer nivel para indagar sobre los secretos del pasado y quedarse con las mejores reliquias. No lo podían engañar: el emperador era un hombre culto.

Durante el siglo XX las naciones coloniales continuaron con los robos, especialmente en África y Asia. Los norteamericanos fueron los primeros en llegar a Japón a mediados del siglo XIX. El imperio le puso freno a las intenciones de saqueo pero de igual manera, con el tiempo, vulneraron aquellas barreras limitantes. También fueron los primeros en descubrir el Machu Pichu a comienzos del siglo XX.

No en vano, ya en 1870, algunos pintores mostraban en sus cuadros que guardaban en los altillos de trabajo figuras y cerámicas japonesas.

Los líderes nazis cumplieron con el mismo procedimiento a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Los rusos, norteamericanos e ingleses no dejaron de quedarse con el arte que el vandalismo germano guardó celosamente. Algunas películas y otros tantos libros exhiben los procedimientos.

En los primeros años de la guerra, Himmler, el segundo en poder en el Tercer Reich visitaba personalmente los museos y seleccionaba para su deleite las obras que le gustaban. Así coleccionó trabajos excepcionales.

Afortunadamente, en esa época, los empleados del Louvre se confabularon para retirar la mayor cantidad de piezas y las guardaron en sitios secretos antes de la llegada de los alemanes, que ocuparon parte de Francia y la capital. Cuando la guerra terminó, retornaron.

Basta visitar el Museo de Londres, el Metropolitan Museum de Nueva York o el Pergamon de Berlín (muchos años bajo la hegemonía comunista) para encontrarse con objetos, esculturas y monumentos que logran brindar los distintos episodios de la historia de la humanidad.

Lo mismo sucede en el Museo Antropológico de México, que se vio obligado a devolver a países de cultura maya numerosos objetos a partir de intensos reclamos diplomáticos. En esa línea, Egipto, Irán e Irak, tierras de la antigua Persia, exigieron a los museos de Europa piezas de gran valor, extraídas por aventureros, exploradores o brigadas militares. Todavía están en medio de una reyerta legal.

El Museo de Viena debió enfrentarse en Tribunales por cuadros del gran pintor Gustav Klimt, los cuales fueron robados por los nazis durante la guerra y luego regresaron a Austria. Eran como el orgullo de la capital austríaca, la muestra del poder artístico de lo que había sido la ciudad de un gran imperio hasta la Primera Guerra Mundial.

Uno de los Klimt tuvo que darse a una sobrina que vivía en Estados Unidos y se había embarcado en un juicio que llevó años. El cuadro mostraba a una tía que lucía una gargantilla de especial belleza. Las investigaciones comprobaron que esa joya fue usada por la mujer de Himmler y nunca más se supo de la misma.

Pero no solo surgen conflictos internacionales. También los hay dentro de un mismo país. En 2011, en unas excavaciones municipales en las afueras de Salar (Granada) apareció la estructura de una villa romana. Además se hallaron dos bellos ejemplares de esculturas de Venus. Por una disposición legal regional fueron llevadas al Museo Arqueológico y Etnológico de ese territorio.

La localidad de Salar pidió en préstamo las esculturas y, exhibidas, atrajo un importante turismo. Ahora el gobierno andaluz reclama la devolución bajo la amenaza de un juicio importante pero la jurisdicción no los quiere devolver.