Muchos argentinos han podido acceder a los documentos de sus ancestros donde aparecen las salidas de sus países de origen con el sello del viejo Imperio Otomano. Pueden haber llegado de Turquía, Siria, Marruecos, cualquiera de los pueblos de la gran cantidad de naciones del norte del África y otras regiones del extremo Oriente que ni siquiera llevaban nombre por esos siglos. En nuestra heterogénea sociedad nacional se los conoció como "los turcos", por aquellos documentos, pero no lo eran.  

Ese Imperio se derrumbó estrepitosamente en 1918, tras concluir la Primera Guerra Mundial, vencido y expropiado por las potencias occidentales enemigas en la contienda. Recién tres años después de la derrota, un militar y estratega, Kemal Atatürk unió a lo que quedaban de las fuerzas militares turcas, guerrearon contra los invasores griegos y establecieron el dominante mapa de lo que es el actual país Turquía, neutral en la Segunda Guerra Mundial.

Atatürk eliminó el poder religioso, occidentalizó el país y lo consagró como país destacado, exportador, unido al resto del mundo. Hasta hace unos escasos años toda casa, negocio, oficina o despacho gubernamental tenía un retrato de él, considerado "el padre de la patria". 

Murió pronto de avanzada cirrosis, pero sus principios echaron raíces hasta no hace mucho. El actual poder, en manos del político Recep Erdogan, parece haber dejado atrás la firmeza de los principios de Atatürk y la religiosidad (musulmana) ha vuelto a primar. Hace algunos meses, Erdogan convirtió en mezquita al esplendoroso edificio de Santa Sofía, declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad, un enorme espacio con restos de pinturas que recuerdan a desde Bizancio a la cristiandad de Oriente. Algunos politólogos creen que la alta "religiosidad" de Erdogan es una venganza contra el mercado común europeo cuyos representantes impiden la entrada de Turquía, definiendo a su gobierno como antidemocrático.

Turquía cumplió un papel no tan pasivo, aunque no activo en los años de la Guerra Fría: Estados Unidos le colocó distintas bases de cohetería nuclear apuntando a lo que fue la Unión Soviética, su histórico enemigo desde la Guerra de Crimea a mediados del siglo XIX.

El Imperio llegó a ser enorme, geográficamente hablando. Los turcos habían llegado guerreando hasta Viena, donde se frenaron, pero toda la península balcánica estuvo en poder de ellos por siglos. Desde la caída de Constantinopla, la capital del Imperio Romano de Oriente, hoy Estambul, impuso su sello: durante siglos se adueñó del mar Mediterráneo. 

Fue un Imperio completo, tenía lazos estrechos con Asia Central, Egipto e India. Era a la vez territorial (por su enorme cantidad de tierras y geografías) y marítimo, con bases en puertos y centros mercantiles. 

Los otomanos fueron el más afortunado de los numerosos grupos de lengua túrquica que se abrieron paso a lo largo y a lo amplio en aquella inconmensurable zona del mundo. Se adueñaron de todo a través de Anatolia. Osmán fue el fundador de la dinastía Osmanlí, que comenzó su trayectoria hacia la fortuna y la fama como salteador, guerrero y caudillo tribal en una remota provincia del Imperio Romano de Oriente. 

En la década de 1320, Osmán había derrotado a un ejército enviado por Bizancio. Orhan, su hijo, fue más ambicioso. Desde lo que es hoy Anatolia cruzaron y conquistaron Tracia (hoy Rumania) y luego, a lo largo de los Dardanelos ocuparon el norte del mar Egeo.

Turquía es, en estos años, motivo de curiosidades turísticas. La Capadocia es dominada por las grutas enclavadas en lo alto de los riscos. Fueron habitadas por gente temerosa, para escapar a las invasiones. Una de ellas tenía capacidad para socorrer a 10.000 personas, que lograban sobrevivir. Esa gruta se cerraba desde adentro y era prácticamente inamovible.

Para crear su imperio, Osmán y sus descendientes se apoyaron en la cultura civil de las ciudades griegas y latinas, en instituciones establecidas por cristianos, musulmanes, judíos y otros grupos religiosos. Se valieron del vasallaje que había usado Bizancio y en las prácticas militares y administrativas de los árabes. De sus predecesores euroasiáticos, los otomanos tomaron la figura del "líder supremo" o "Kan", con su buena fortuna y su poder de legislador.

La conquista de Constantinopla por los otomanos se realizó por tierra y por mar, haciendo uso eficaz de marineros griegos, soldados serbios, ingenieros húngaros. Construyeron barcos en los Dardanelos (en Galípoli, que luego sería escenario de una gran batalla ganada por los turcos en la Primera Guerra Mundial), asegurándose que los mercaderes que venían de Constantinopla y del Mar Negro (las costas de Crimea) pagaran peaje. Las rutas comerciales llegaban desde el mar Índico también. Los mercaderes que venían del Este eran árabes, musulmanes, armenios y judíos.

Mantener todo aquello en funcionamiento requería poder militar para controlar los puertos y dominar las ciudades. La diversidad, custodiada, dominó los principios de los otomanos. El gran enemigo fue el Imperio safávida, o musulmanes chiitas (1502-1722) que controlaban Irán.

Las incursiones de saqueo en busca de esclavos (y esclavas sexuales) eran una actividad que se desarrollaba habitualmente a lo largo de las fronteras otomanas, muy renovadas a través de los años en el Cáucaso. 

Los turcos fueron dueños de un Estado pluriconfesional. El derecho otomano ofrecía varios tipos de protección a los diversos súbditos de las regiones. Lo que unía a esos súbditos con el sultán era un vínculo personal y oficial. A cambio de los servicios prestados a aquella máxima autoridad los grupos religiosos estaban eximidos de pagar tributos y hasta tenían derecho a percibir determinadas rentas y recursos.

La primacía del Islam entre todas las religiones del Imperio se desarrolló durante los siglos de expansión. El actual territorio de Anatolia, donde en su momento aparecieron los primeros otomanos, estaba lleno de comunidades cristianas e islámicas que seguían doctrinas muy variadas con diferentes líderes religiosos. Atrajeron a señores de la guerra cristianos y convirtieron a muchos esclavos. El Imperio turco, que tuvo firmeza hasta fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, siempre tuvo tolerancia con distintas religiones. La ley otomana ofreció a los cristianos, griegos, serbios, judíos expulsados por la Reina Católica de España protección a lo largo de los siglos y derechos que resultaban inconcebibles en la Europa Occidental. 

El modelo de este tipo de práctica era el trato que se dispensaba a los habitantes de Gálata, un barrio cosmopolita de Estambul donde residía la colonia genovesa, conocida por sus aptitudes comerciales. Las distintas comunidades se regían por sus propias leyes tradicionales.

Sin embargo, hubo perseguidos: los armenios, sometidos permanentemente hasta el exterminio dispuesto por el gobierno dominado por los Jóvenes Turcos, entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.