El marco internacional fue francamente desfavorable: continuación de la recesión mundial, persistencia en la baja de los precios de las commodities que exportan los países de la región y deterioro muy acentuado del tablero geopolítico mundial, con epicentro en Siria y un segundo foco, muy preocupante también en Ucrania. Con razón afirma Francisco que la Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado. Agréguese a lo anterior la ralentización del crecimiento económico de China, socio preferencial de la mayoría de los países del área, con excepción de México entre los de mayor gravitación, y los inminentes cambios que se avizoran en el ambiente internacional debido al inesperado triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Victoria que no sólo tomó por sorpresa a los analistas y encuestólogos norteamericanos sino también a la mayoría de los gobernantes latinoamericanos que, en un gesto de imprudencia, habían casi todos ellos hecho saber que sus simpatías estaban con Hillary Clinton y no con el excéntrico candidato republicano.

Pero no sólo los factores internacionales se han confabulado para complicar el futuro inmediato de la región. Los países del área vienen de un 2016 también muy complicado por razones domésticas. Hubo cambios radicales en la orientación de dos de los principales gobiernos de la región. En un caso, Argentina, por una también inesperada derrota que abrió la puerta a un giro de ciento ochenta grados en las más importantes políticas públicas de la Casa Rosada, comenzando por la economía y siguiendo por las relaciones exteriores. Si en nuestro país esto fue resultado de un proceso electoral legal y legítimo, no puede decirse lo mismo de lo ocurrido en Brasil, en donde la destitución de Dilma Rousseff se produjo violentando el espíritu de la constitución y las leyes de la república. Inclusive sus acusadores tuvieron que reconocer que ella no estaba incursa en ningún delito, pese a la cual fue desplazada del Palacio del Planalto. Si estos procesos modificaron el tablero político en el sur, más hacia el norte las cosas no pintaron con colores más favorables. En Bolivia Evo Morales sufrió una ajustada derrota en el referendo constitucional celebrado en febrero, en donde se ponía en juego la posibilidad de que el mandatario boliviano volviera a presentar su candidatura presidencial. Esto abre, al igual que en Argentina y Brasil, un panorama de incertidumbre para el año que se inicia porque en todos estos países la combinación de crisis económica muy seria en Argentina, mucho más grave en Brasil- e inestabilidad institucional, en una Bolivia inusualmente próspera, presagia turbulentos procesos políticos en los meses venideros. Las elecciones presidenciales que tendrán lugar el 19 de Febrero en el Ecuador añaden nuevos componentes de incerteza. Lo mismo puede decirse de Venezuela, cuyo presidente Nicolás Maduro ha capeado un violentísimo temporal que estuvo a punto de poner abrupto fin al gobierno bolivariano. El descalabro económico, en buena parte inducido desde afuera y también por ciertos errores previos en el manejo de la política económica estuvieron a punto de traducirse en un desenlace sangriento que afortunadamente pudo sortearse. Pero el futuro se presenta sombrío, aunque medidas adoptadas por Caracas en los últimos meses parecerían haber encauzado nuevamente la vida económica por una senda de relativa estabilidad.

Más al norte encontramos a un México alterado por la profunda penetración del narcotráfico en las estructuras mismas del estado, lo que ha privado a éste de su tradicional capacidad de ordenar la vida económica y social. Si hubo un país latinoamericano en donde el estado disponía de inmensos recursos para hacer esa tarea ese país era México. Las dos presidencias del PAN, desde el 2000 en adelante, y el decepcionante retorno del PRI en el 2012 no hicieron sino profundizar el debilitamiento estatal con el consecuente crecimiento de la gravitación de fuerzas vinculadas al crimen organizado que han desatado una violencia que el país no conocía desde comienzos del siglo veinte. La inminente asunción de Trump en la Casa Blanca no hará sino agravar estas tendencias a la desorganización y el caos. Y cruzando el Caribe, Cuba se enfrenta a un notable desafío: la muerte de Fidel puede ser interpretada como el inicio del ocaso de la generación histórica de la revolución. Luego de casi seis décadas un cambio del estrato dirigente, no sólo de uno o dos líderes, será inevitable. Una nueva generación, nacida con la revolución, accederá al poder y deberá enfrentar las duras tareas de avanzar en las reformas económicas y sociales aprobadas en el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, que ponen en cuestión el modelo económico ultracentralizado del pasado, sosteniendo a la vez la legitimidad política que ya no podrá ser garantizada por la presencia de Fidel y en un contexto en donde la futura Administración Trump podría embarcarse en un curso de acción que, empeñado como está el nuevo presidente en deshacer lo hecho por su predecesor, erigiría nuevos desafíos a la isla rebelde.

En suma, un año que seguramente dará mucho que hablar y que promete ser extraordinariamente dinámico y cambiante y que no sería de extrañar pudiera ser testigo de enormes e inéditos desafíos para los países latinoamericanos. Por el bien de todos sería deseable que no se llegase a tales extremos.