Para la tradición del liberalismo europeo y su extensión norteamericana esta era un componente crucial y decisivo del nuevo orden que pugnaban por instituir las revoluciones burguesas. La raíz de este proyecto se remonta hasta los conflictos desatados en el ámbito europeo como consecuencia de la Reforma Protestante. El cisma religioso y el posterior triunfo de la burguesía a costa de la aristocracia monárquica tuvo como uno de sus efectos la resignificación de lo que se entendía por libertad de expresión. Si antes era el derecho a manifestar sin cortapisas las propias creencias religiosas, con el paso del tiempo y el surgimiento de la industria cultural la libertad de expresión sufrió una regresiva mutación.

Con la aparición del periodismo gráfico primero, luego radial y más tarde televisivo lo que antes era un vehículo de expresión se fue convirtiendo en un instrumento de manipulación de la conciencia pública. El lingüista norteamericano Noam Chomsky estudió detalladamente como la creciente articulación entre los sectores empresariales y los medios de comunicación tuvo como una de sus víctimas, tal vez la víctima principal, el progresivo recorte de la libertad de expresión. Según el profesor del MIT, primero hubo un enorme desarrollo de los estudios sociológicos y de psicología social en relación al comportamiento de los consumidores, con el objeto de fomentar su propensión a responder positivamente a la publicidad comercial, una industria que en el siglo veinte creció exponencialmente. Esa metodología luego se trasladó al ámbito de las campañas políticas, para suscitar una respuesta favorable del electorado a las propuestas de los partidos del orden. En esta deplorable metamorfosis la libertad de expresión se convirtió en libertad de empresa, desvirtuando irremediablemente el significado de la misma.

En las condiciones actuales de la Argentina y, en general, del resto de los países, la libertad de expresión se encuentra amenazada desde distintos ámbitos y a causa de diferentes factores. En primer lugar, porque el proceso de concentración monopólica de los medios de comunicación llegó a límites que hubieran escandalizado a los padres fundadores del liberalismo político, desde John Locke en adelante, pasando por los Federalistas norteamericanos y llegando hasta nuestros Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmiento.

La democracia es pluralidad de voces, pero también de los vehículos a través de los cuales esas voces logran ser escuchadas. En la Argentina actual hay muchas voces que son inaudibles, y a diferencia de lo que ocurría hasta hace pocas semanas atrás, cuando hombres y mujeres de nuestro país podían con el “zapping” encontrar diferentes opiniones -mejor o peor fundamentadas, pero diferentes- sobre temas de interés nacional hoy lo que impera es la uniformidad. En nombre de la libertad de expresión esa pluralidad de voces ha sido amordazada. Los medios de comunicación constituyen el sistema nervioso de la sociedad moderna. Si ellos transmiten tan sólo una señal, un mensaje único, la vida política poco a poco se atrofia y termina produciendo la anemia democrática. Desaparece el ciudadano y entra en escena, transitoriamente, el consumidor, y sus prosaicas aspiraciones. Sería una desgracia para un país como la Argentina que en nombre de la libertad de expresión triunfara un proyecto cuya culminación no sería otra cosa que la destrucción de la vida democrática.