La devastación colonial que Occidente produjo en África, desde el siglo XVIII, y en Medio Oriente después de la Primera Guerra Mundial y sobre todo luego de la Segunda se encuentra en la base de la proliferación de atentados terroristas. Estos ya no se dirigen a objetivos militares o simbólicos claramente identificables (ataques al Pentágono o a las Torres Gemelas) sino a blancos difusos, a gente común y corriente que nada tiene que ver con la historia de opresión colonial.

Las causas históricas que subyacen a esta forma de violencia ciega y brutal se fueron reforzando en los últimos tiempos, sobre todo luego de que el presidente George W. Bush declarase la guerra al terrorismo luego de los ataques del 11-S en Estados Unidos. En términos concretos dicha guerra se convirtió, en los hechos, en una guerra contra el Islam. Irak y Afganistán fueron los principales escenarios de ese combate, que se libró también en otros países del Medio Oriente. En Afganistán fue Washington quien, luego de la invasión de la Unión Soviética a ese país a finales de los años setenta, se esmeró en respaldar el fanatismo religioso de los taliban como forma de contener la expansión del ateísmo soviético. Se les ofreció apoyo militar, financiero, diplomático y también mediático. Su inesperado resultado fue Osama ben Laden y la creación de la red de Al Qaeda. La dinámica del enfrentamiento rápidamente se expandió por otras latitudes y el fundamentalismo del talibán exacerbó el surgimiento de diversas variantes del dormido radicalismo islámico en una zona tan explosiva como el Medio Oriente y el Asia Central. Para colmo de males, la guerra en Irak no sólo terminó en un desastre para Estados Unidos sino también para sus aliados europeos, que colaboraron en operaciones militares abiertas y visibles para todo el mundo sino también en otras encubiertas, como los vuelos de la muerte en donde se trasladaban prisioneros a países que admitían la tortura. Europa se halla geográficamente próxima al corazón del conflicto, mientras Estados Unidos está protegido de sus efectos por dos grandes océanos.

Por otra parte, algunos de los más fieles aliados de Estados Unidos, como Saudiarabia, no disimularon sus esfuerzos para fomentar el radicalismo islámico y ofrecer protección a los grupos que reclutaban adeptos para su causa en una Europa crecientemente poblada por contingentes demográficos procedentes de naciones cuya religión dominante, si no exclusiva, era el Islam. La larga y sangrienta pugna entre las dos ramas principales de esa religión, los sunitas y los chiítas, agregó otro componente flamígero con el triunfo de la revolución islámica en Irán y la exasperación de los conflictos entre ambas interpretaciones del legado del Profeta. Si a esto le agregamos la irresponsabilidad con que los aliados occidentales actuaron -y actúan- en la región la mesa está servida para la metástasis del terrorismo. Ahora tiene como blanco principal a algunos países europeos, pero Estados Unidos no del todo está fuera del alcance de los terroristas. Es un enemigo invisible, inorgánico y que actúa por fuera de la lógica de la racionalidad instrumental que la modernidad legó a Occidente. El martirio, la autoinmolación, no son descifrables según las reglas del arte militar occidental. Lo que los expertos aseguran es que difícilmente exista una solución militar para el problema del terrorismo. Esto requiere una política de integración social, un combate cultural y un enorme esfuerzo educativo para aislar a los violentos, esfuerzo que deberá hacerse en Europa pero también en los países de origen de los jihadistas. Estos, con sus inequidades y brutales regímenes políticos, son un caldo de cultivo permanente para el reclutamiento de nuevos fanáticos dispuestos a matar e inmolarse en nombre del Islam. Un conflicto, en suma, que tiene raíces en la expansión colonial europea, en el neocolonialismo norteamericano en Medio Oriente y en la opresión de la nación palestina, agravado por el protagonismo fundamentalista de las petromonarquías del Golfo. Será difícil desarmar este rompecabezas que fue creado por la ambición y la mezquindad de Occidente y su desprecio por los pueblos de esa parte del Tercer Mundo.