En el sur del conurbano bonaerense, a 20 minutos del Obelisco, existe un barrio que su nombre describe una de sus principales características: Villa Inflamable se llama así porque es inflamable. Con el correr de las décadas pasó de ser una zona de personas que sólo buscaban un terreno para su casa, o un trabajo, a estar invadido por otros intereses. Allí se instalaron reconocidas empresas que conforman el polo petroquímico y también una firma que se dedica principalmente a la quema de desechos hospitalarios.

El mal olor se siente desde la bajada de la Autopista Buenos Aires - La Plata. Al doblar a la izquierda, por la calle Sarandí que más adelante se hace Santiago Ponce, el aroma inconfundible del Riachuelo se combina con el de algún desecho quemado de turno. El hedor penetra. Invade. El Canal Sarandí que acompaña Santiago Ponce hasta la curva, más que un canal con agua parece de cemento alisado. En esos 500 metros hay solo una casa que se mantiene, la de María.

María Luisa Ducomls tiene 50 años y hace 32 que vive en Villa Inflamable, justo frente al Canal Sarandí o lo que queda de él. Nació en la zona más céntrica de Avellaneda, donde vivió hasta los 9 años. Luego se mudó con su familia a la localidad de Villa Domínico, al otro lado del Canal. Cuando conoció a su marido se mudó a la Calle Ponce donde tiene su casa actual. Él llegó al barrio antes que ella, hace 54 años. Allí vivían sus padres y sus abuelos. Hoy la pareja tiene un hijo de 30 años y dos nietas.

Cuando María se instaló en la zona, el agua del Canal Sarandí lucía como lo que es: agua. Incluso en su juventud, ella y su marido podían apreciar algunos peces que nadaban frente a su casa. Al otro lado del arroyo, observaban árboles que iban desde el Acceso Sudeste hasta donde se encuentra hoy la Reserva Costera Municipal de Avellaneda.

Pero un día todo empezó a cambiar. De a poco. Para mal. Al costado de la casa de María y su familia, al otro lado del parque lateral y del gallinero, se instaló un nuevo vecino: Tri Eco Stericycle. 

Tri Eco no llegó como un vecino más en búsqueda de un futuro próspero. Por el contrario, desde 1993, cuando desembarcó sobre Sargento Ponce, el recién llegado tenía otros planes para el barrio.

Se trata de una empresa de tratamiento de residuos, sobre todo patógenos, que opera en el barrio desde la década del 90. A partir de la pandemia, más precisamente durante 2020, intensificó su trabajo. María cuenta que antes ingresaban seis camiones por día, en dos turnos, y ahora trabajan las 24 horas del día con más de 20 camiones. Y aunque su nombre pareciera referir a una gestión de residuos ecológica, el mal olor, el humo negro, los fuegos de colores que aparecen en la chimenea y los barriles de líquidos hospitalarios que caen sobre el arroyo Sarandí muestran lo contrario.

Sobre Tri Eco vale la pena mencionar un reporte de Greenpeace del año 2000, reflejado en el libro “Inflamable” de Javier Auyero y Débora Swistun, en el que apodan a la empresa como “fábrica de cáncer”. El texto precisa que, en aquel entonces, se incineraban, entre otras cosas, los residuos patogénicos del 50% de los hospitales públicos de la Ciudad de Buenos Aires. El mismo reporte aseguraba también que contamina el suelo y los cursos de agua con plomo, situación que se constató a través de un análisis de muestras en el Arroyo Sarandí. Actualmente, es una de las empresas autorizadas por la Provincia para recibir desechos hospitalarios de la zona. 

En la casa de María hay dos perros, los únicos que por ahora sobreviven al aire que se respira. Es que al fondo de su patio, donde ahora su marido comenzó un nuevo proyecto luego de ser despedido de Tri Eco, y desde donde se pueden ver las chimeneas en mal estado y los hornos antiguos de la empresa, la pareja tenía una pequeña granja. De los animales no quedó ninguno.

“Hay días que el olor no te deja estar ni adentro de la casa”, comenta María, recuperada de un cáncer de mama en 2014, y a quien los médicos le recomendaron que pida los estudios de calidad de aire. “Llamé hasta encerrada en el baño, el único lugar de la casa que no tiene ventana y no entra tanto el mal olor, pidiendo que vengan los inspectores de ambiente y no vinieron nunca”.

Los vecinos del barrio dicen que los propios empleados de la planta están expuestos a la contaminación. Los ven caminar solo con un overol azul y sin otra protección. El marido y el hijo de María trabajaron en Tri Eco. Desde que ella empezó con las denuncias, comenzaron los problemas. Primero una suspensión, después el despido sin causa.

No hay día en la vida de esta vecina que no esté afectado por llamadas intimidatorias o amenazas. “Denunciamos en todos los organismos: Acumar, el Concejo Deliberante de Avellaneda, la Defensoría de la Nación. Hasta el día de hoy no pasó nada. Cuando vienen de los organismos me dicen que me van a ganar por cansancio”, cuenta sin mueca de resignación.

En 2002, la situación tuvo mucha visibilización producto de una manifestación de activistas de Greenpeace. En aquel momento, miembros de la organización bloquearon la entrada a la planta incineradora con seis bolsones de arena. El objetivo era que no pudieran entrar ni salir camiones con residuos.

Ese mismo año, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le rescindió el contrato para la quema de desechos hospitalarios a Tri Eco S.A. La decisión la tomó el entonces jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, luego de que la Legislatura porteña modificase el texto del artículo 35 de la Ley 154, que aclara que la incineración de residuos patogénicos está prohibida. Actualmente, la normativa porteña establece que "a los efectos del tratamiento de los residuos patogénicos se deben utilizar métodos o sistemas que aseguren la total pérdida de su condición patogénica y la menor incidencia de impacto ambiental". 

En 2016 Tri Eco estuvo clausurada dos meses, por las mismas condiciones con las que hoy operan. Chimeneas sin filtro y a pocos metros de altura, líquidos tirados en las fosas, bules con desechos tóxicos desparramados, hornos viejos y en mal estado. 
“Los organismos brillan por su ausencia. Hay vía libre para que la empresa trabaje en estas condiciones”, afirma María.

Para ella la gente está cansada, saber que no hay respuesta agota y enferma. “Con toda la tecnología que hay, ésto tendría que funcionar de maravilla. Pero piensan que ‘los negritos’ de Villa Inflamable se van a quedar callados”, reflexiona.

María nunca se quedó callada y no piensa hacerlo. Está segura que no le van a ganar por cansancio. Sabe que su lucha no es personal, ella representa no solo a su familia y a los vecinos de Villa Inflamable, sino también a las generaciones que vendrán. “Tenemos que integrarnos y luchar. No bajar los brazos. No a la industria contaminante, no a la muerte”.