Los mismos chicos que lograron que la Legislatura porteña sancionara una serie de leyes sobre los problemas que veían en su barrio, como menores en situación de calle, adicciones y violencia en los boliches, este año ponen su atención en el poder Ejecutivo, auditando a quienes deben hacerlas cumplir. Con este objetivo nació "Torre de Control" , un programa por el cual alumnos de 5º año de escuelas públicas, y privadas laicas y religiosas, rescatan el valor del diálogo, del compromiso y la participación ciudadana.

Junto a la Vicaría de Educación del arzobispado porteño y EFORO -una fundación que depende de la asociación de personal de organismos de control (APOC)-, se organizan reuniones con los funcionarios para que los chicos los interroguen sobre los temas en cuestión.

Esto es volcado en un diagnóstico y, en algunos casos, se elaboran proyectos de auditoría.

"Nosotros les damos los conceptos técnicos y buscamos que los jóvenes, que son los que hacen el trabajo de campo, realicen el control social", dice Federico Recagno, secretario de EFORO y APOC. En esta tarea, los chicos descubrieron, por ejemplo, que había muchos programas para adicciones que se superponían y no lograban el resultado esperado. Lo mismo ocurría con los menores en la calle, a los que se les daba asistencia, pero no se resolvía el problema familiar que los había llevado allí.

Para el doctor Gustavo Moreno, defensor de menores y asesor tutelar del poder judicial porteño, uno de los políticos que se animó al interrogatorio, "es extraordinario que desde lo religioso, lo educacional y lo formativo alguien vea más allá de su ombligo, porque lo que nos va a dar la solución no son las normas, sino que la gente piense un poco en lo que le pasa al otro para no terminar convertidos en ghettos". En esto coincide María Agustina, del colegio San Isidro Labrador, perteneciente a la vicaría de la Educación: "La onda estoy bien yo y el otro que se arregle, es lo que nos hace estar como estamos". En su caso, también su fe la motivó a buscar un cambio social."Creo que lo que aporta la religión es el hecho de mirar al prójimo, que es lo que la mayoría de la sociedad no hace", asegura.

"Cuando las cosas se encaran para el bien, todos hablamos de lo mismo", dice Marina Montaña, del Instituto privado católico La Providencia, y si bien en ella también inf luyó la fe en su deseo de querer cambiar algo de la sociedad, afirma que más allá de las religiones "a todos nos pasa lo mismo cuando vamos a bailar. Vemos la violencia en los boliches y chicos perdidos por las drogas", asegura.

Para los jóvenes la educación ya genera un cambio. Desde la escuela, donde se aprende la teoría, hasta la práctica en el trabajo social, donde se hace experiencia ciudadana.

"El trabajo de campo me educó de muchas maneras desde las divergencias en el diálogo con otros chicos y con adultos, hasta involucrarme en cuestiones que la sociedad dejó de lado", cuenta Emanuel Arias, del colegio municipal Larroque del barrio de Floresta.

Su condición de jóvenes no los inhibe a la hora de cuestionar políticas de desarrollo social y hasta se plantean reunirse con Macri y sus ministros para que les rindan cuentas de por qué no se efectivizaron sus propuestas.

"Creo que se puede generar un cambio desde el control de la gestión", afirma Emanuel. "Lo único que hay que tener es actitud y convicciones", agrega. "Porque nadie nos va a convencer de que no se puede hacer nada -completa María Agustina-, aunque el cambio, tal vez, no sea tan rápido como quisiéramos".