Las pestes siempre estuvieron en la historia del hombre
El nuevo coronavirus es en un 80% similar al síndrome agudo grave (SARS) que en 2003 mató a 730 personas. En China siempre aparecen nuevas variantes de estas plagas, por el contacto estrecho de animales con seres humanos. Lo mismo sucede en el resto de la región asiática como Vietnam, Camboya y Tailandia.
Esta vez el gobierno de Xi Jinping está enfrentando el problema con una mayor eficiencia y capacidad médica, construyendo hospitales para atender a los afectados en una semana, poco más, poco menos. Naturalmente, el fenómeno tiene impacto en todo el hemisferio norte simplemente porque arriban pasajeros que provienen del lugar de donde surgió la mutación del virus.
Desde que el hombre comenzó a convivir con otros, en grandes o en pequeñas ciudades, estas pestes cobran víctimas en un abrir y cerrar de ojos. Hay casos patéticos en la historia de la humanidad, como la "gripe española", desatada en 1918, al terminar la Primera Guerra Mundial.
De española no tenía nada porque había nacido en las sucias trincheras y en campamentos militares que daban alojamiento a los que venían de pelear. Los primeros casos de esta enfermedad, que afectó entre 30 y 40 millones de seres humanos en el mundo, tuvo comienzo en Estados Unidos y Europa al mismo tiempo.
En esos años las terapias para curar el mal eran escasas ya que solo contaban con la aspirina y otros diminutos paliativos. La penicilina, que dio nacimiento a los antibióticos, si bien fue creada antes de la guerra en etapa experimental, recién se pudo aplicar masivamente desde 1943, en plena Segunda Guerra Mundial.
La memoria sobre las pestes más mortíferas se inició en Atenas, en el año 431 antes de Cristo, en el mismo momento en el que intentaban frenar las invasiones asiáticas. De pronto comenzaron a pasar situaciones extrañas en la ciudad.
El gran historiador Tucídides escribió: "Aquellos que disfrutaban de la salud más perfecta se veían súbitamente atacados, sin causa aparente, por dolores de cabeza insoportables e inflamaciones con ojos terriblemente rojos. También les sangraban la lengua y la garganta y el aliento les salía con un olor desagradable".
Según él, la epidemia había surgido en Etiopía, para luego extenderse hacia Egipto y Libia. Agrega que los sobrevivientes habían perdido los dedos de las manos y los pies. El mal diezmó no solo a los ejércitos de la capital griega, sino a las aves carroñeras que comían en la montaña de cadáveres.
A lo largo de la etapa histórica posterior al nacimiento de Cristo se conocieron enfermedades muy peligrosas. La más lapidaria fue la "bubónica" a lo largo y a lo ancho del Imperio Romano. La capital, Roma, recibió a los contingentes de militares que venían de las guerras pero que llevaban consigo la viruela. Los ricos escaparon a sus mansiones en el campo y en la ciudad quedaron los que vivían en condiciones miserables.
Luego se extendió a otros rincones de la civilización. El coloso, aquel centro del mundo, atrapado por ese castigo no pudo hacer frente a sus enemigos. Así fue como los germanos se asentaron en el norte de Italia.
En el año 542 D.C. el Imperio Romano occidental había llegado al final de su decadencia. Fue entonces que en Egipto emergió esta peste: una plaga infecciosa, trasmitida por varios animales, especialmente por las ratas y sus pulgas, que no tenía cura.
El bacilo produce dolorosos bultos o hinchazón de los ganglios, la zona cervical, axilas e ingle. De Egipto pasó a Palestina, a Siria y de allí a Europa. Los más ilustres galenos se mostraron impotentes para frenar esa ola destructiva. Cuando cesó la epidemia, había matado a una tercera parte de la población del Imperio, aunque también atacó a Persia (hoy Irán), Arabia, África, Asia Central y Asia del Sur.
Más o menos en el 1330 de nuestra era surgió la "peste negra", con manchas oscuras que aparecían en el cuerpo de las víctimas a causa de las hemorragias subcutáneas. Había emergido en China y en India y fueron aquellos comerciantes que seguían "el camino de la seda" quienes trasladaron el mal a Europa. También llegó por mar a través de los galeones con telas y especias de Oriente.
Primero atacó a Sicilia, luego a la península itálica, donde los cementerios no daban abasto, y así fue pasando de localidad en localidad hasta adueñarse del viejo continente. Los médicos no osaban visitar a sus enfermos por miedo a quedar infectados y, si lo hacían, no tenían elementos para curar.
Esa afección condenó a muerte a más de una tercera parte de la población europea, en medio de una histeria colectiva, procesiones dispuestas por el Papa, más rezos a cada minuto, a cada hora. El apocalipsis fue aplacado veinte años después, en 1351.
En los siglos que siguieron hubo reiteradas epidemias incesantes hasta el siglo XIX. Se utilizaba la cuarentena y no dejaban ni entrar ni salir a las personas de los ámbitos urbanos.