Un estudio de Harvard asegura que el crecimiento de la desigualdad aumenta la corrupción
Se trata de la investigación que se convirtió en un clásico para los estudiosos de la ética pública. El trabajo analizó 130 países vinculando los actos de corrupción con la desigualdad económica entre distintos grupos sociales. Según revelan, la clave para enfrentar el círculo vicioso entre pobreza y corrupción es ampliar las posibilidades de control y participación ciudadana.
Jong-Sung You y Sanjeev Khagram, dos reconocidos doctores de la Universidad de Harvard, publicaron en enero de 2004 un estudio sobre la relación entre la corrupción y la desigualdad. El trabajo se convirtió en un clásico por ser el primero que encaró el análisis de la vinculación entre desigualdad y corrupción. Hasta ese momento los distintos economistas analizaban la relación existente entre corrupción y desarrollo económico pero no la desigualdad y, por su parte, los sociólogos que estudiaban la desigualdad no ponían la lupa en el problema de la corrupción.
Los investigadores mencionados efectuaron –a través de métodos econométricos- un análisis comparativo entre 130 países utilizando índices de medición como los que figuran en el Control de la Corrupción del Banco Mundial y en Transparencia Internacional. Se enfocaron en la desigualdad, entendida como desigualdad de ingresos y en la corrupción, definida como el uso del poder o cargos públicos para el beneficio personal.
Según los autores, el crecimiento de la desigualdad hace que aumenten los niveles de corrupción, ya que en la sociedades más polarizadas en términos de distribución de la riqueza, los grupos más poderosos se encuentran más estimulados (y tienen más oportunidades) para actuar ilegalmente a fin de preservar sus posiciones favorecidas. Cuando las clases socioeconómicamente más bajas se encuentran con las necesidades básicas insatisfechas, como educación o salud, pasan a ser más vulnerables y ven las acciones ilegales como algo necesario para poder sobrevivir. El documento revela que las clases bajas tienden a ver a la corrupción como “la forma de hacer las cosas”, se la comprende como un comportamiento aceptable, extendiéndose un fenómeno de tolerancia y generando que el poder de acción y organización contra estos actos se vea inhibido por lo natural que aparenta ser la actividad ilegal. Esto crea, según dicen los investigadores, un “círculo vicioso” ya que la corrupción refuerza la desigualdad, facilitando una apropiación desigual de la riqueza.
Según la investigación, la lucha por la igualdad tiene que ir acompañada por un mayor control hacia las instituciones y los gobernantes, para los autores desigualdad y corrupción no pueden analizarse por separado. El estudio revela que si bien los grupos más poderosos se sienten estimulados a usar la ilegalidad para mantener su posición, las clases más bajas tienen la oportunidad de controlar a los poderosos reclamando una mayor transparencia. Además, explican que en los países más igualitarios, existe una clase media extendida que, dependiendo sus intereses, contribuye al surgimiento de "una sociedad que monitorea, expone y detiene la corrupción"
A su vez, los autores analizaron cómo influye el régimen político en la vinculación “desigualdad/corrupción” y concluyeron que en los regímenes democráticos el efecto de la desigualdad sobre la corrupción es más intenso que en regímenes autoritarios. ¿Significa esto que las democracias son más corruptas que las dictaduras? No, lo que ocurre es que a mismos niveles de desigualdad los investigadores encontraron mayores índices de corrupción en las democracias jóvenes (menores a 40 años de experiencia democrática).
¿Cuál es la explicación que dan los estudiosos? Pues argumentan que en los países con regímenes autoritarios, se utiliza la represión para hacer avanzar los intereses personales de los más favorecidos, mientras que en las democracias, estos sectores ya no pueden hacer uso de la represión y entonces recurren a la corruptela de funcionarios.
Otro aspecto revelado en el estudio, es que en época de elecciones es probable que las personas con menores recursos vendan sus votos, mientras los poderosos los compran para mantener el status quo de desigualdad, lo que nosotros conocemos como clientelismo. Los más pobres, no solo participan en intercambios corruptos, sino también seguramente se conformen con beneficios cada vez más pequeños, en vez de resistir a la corrupción y obtener beneficios mayores, como educación y salud. Esto expone nuevamente la tolerancia a la corrupción como un comportamiento aceptable
Las principales conclusiones explican que una de las claves para enfrentar la corrupción y transformar el círculo vicioso en círculo virtuoso es ampliar las posibilidades de control social, aumentando los grados de transparencia de la gestión pública e incentivando la participación ciudadana.