Publicado en el suplemento

Acciones para la Participación Ciudadana, en Diario Perfil

Ezequiel Semo tiene 38 años. Nació, creció y sigue viviendo en La Paternal, cerca de la estación
del ferrocarril San Martín. Es artista visual y participó durante más de 15 años del proyecto
artístico Agrupación Boletos Tipo Edmondson (ABTE). Su vida gira en torno al tren: la
vestimenta que usa y su trabajo. No solo es una pasión relacionada con la historia, sino
también su medio de transporte preferido.

- ¿Qué representan los trenes en tu vida? 
El ferrocarril es una pasión, un interés para investigar, una fuente de inspiración. Los uniformes
siempre me llamaron la atención. Armé el archivo textil ferroviario, donde recopilo prendas
que se usaban entre 1948 y 1993, desde la estatización realizada por el peronismo hasta la
privatización. Son uniformes donados por ferroviarios: nos encontrábamos en la estación y me
daban una bolsa con sacos de guarda. Así empecé y luego fui adquiriendo otras prendas. Todo
esto se puede ver en mis redes sociales.
Además, voy donando a museos cuando consigo prendas que ya tengo. También las uso para
vestirme en el día a día. Las llamo “la memoria textil”. Siempre llevo puesto un detalle relacionado con lo ferroviario. 

- ¿Cómo definís esa pasión?
No es un fanatismo por los trenes, es una pasión que me despierta gran interés. Soy un artista,
un investigador al que le llama la atención esto y se mueve en ese sentido. Son temas que
están relacionados con la cultura. Mi fascinación no es por el tren en sí mismo. Me atrapan las
historias de la gente que tiene o tuvo alguna relación con él.

- ¿De qué forma se relaciona tu arte con los trenes?
Participé durante más de 15 años de un proyecto artístico llamado Agrupación Boletos Tipo
Edmondson (ABTE). Teníamos como fuente de inspiración al ferrocarril, en su estética, política
y problemática. Hicimos un montón de cosas interesantes como repintar los carteles de las
estaciones, que estaban abandonados. Durante el proceso de privatización y concesión, se
dejó de dar importancia a un montón de cosas que eran interesantes como las estaciones y los
carteles, materiales únicos que, además, tienen la carga emotiva de lo que fueron esos
años. Era impresionante ir a una estación, encarar hacia uno de los carteles, pintarlos con los
colores de la época del ferrocarril estatal y que, de repente, se acercara un hombre del pueblo
y dijera: “No se puede creer esto, cómo cambia” e, inmediatamente, empezara a contar una
historia. ABTE culminó en 2013 con una muestra muy grande en el Museo de Arte Moderno y
la edición de un libro, en 2017.

- ¿Qué te representa viajar en tren?
 Viajar en tren es una experiencia única. Por ejemplo, ir hasta Bahía Blanca me volvió loco, es un viaje espectacular. Cambió la dinámica cuando llegaron los trenes chinos. Hasta 2016, había formaciones en las que se podía abrir las puertas y ventanas manualmente. Igual, la mística sigue siendo la misma. Se modificaron cosas que tienen que ver con la seguridad: antes, uno sacaba la cabeza por la ventanilla y sentía cómo pegaba el viento en la cara. Y hay cuestiones impagables, como el hecho de que el tren cruza el campo en medio de la noche sin una luz, eso es hermoso. 

- ¿Cómo se dio tu acercamiento a los trenes?
Desde muy chico usaba el tren para viajar, significaba salir de los límites. La aventura era
subirse a un tren e irse más allá de La Paternal. Ahí me fui enganchando con el mundo
ferroviario: olores, términos técnicos, el paisaje en sí, la arquitectura y, sobre todo, las charlas
con la gente. Encaraba a los guardas y les preguntaba si habían trabajado en Ferrocarriles
Argentinos. Soy del ‘83, por lo que en los ‘90 tenía seis, siete años. De adolescente, empecé a
descubrir el tren y todo lo relacionado con distintas siglas que iba viendo. Me preguntaba qué
eran, de qué se trataba ese pasado. Es parte de la arqueología estatal.

¿Cómo ves la actualidad del sistema ferroviario?
La actualidad de los trenes es un poco triste porque lo que pasó con la destrucción de
Ferrocarriles Argentinos en los ‘90, con los 85 mil despidos que trajo consigo, cambió también
la forma de trabajar y se perdió la calificación. No hay mantenimiento ni cuadrillas de vías, que
son las encargadas de repararlas, entonces los trenes circulan a velocidades de precaución. El
que va a Bahía Blanca, por ejemplo, tarda 18 horas, es una locura. No existe una política
ferroviaria sincera ni de este gobierno, ni del anterior. Hay algunos pequeños brillos, pero no
algo a gran escala.