¿Qué hábitos estamos dispuestos a cambiar después de la cuarentena?
Un documento del Instituto Gino Germani mostró que el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio "dejó una huella" en varias conductas de la vida cotidiana. Si bien muchos adoptarían como rutina el frecuente lavado de manos, uno de cada cuatro encuestados no está dispuesto a dejar de saludar saludar con un beso o con la mano a otra persona.
Un equipo de investigación del Instituto Gino Germani elaboró un documento, a partir de una serie de encuestas, sobre los usos de los espacios públicos y privados desde que comenzó el aislamiento obligatorio. Los datos muestran un fuerte acatamiento y valoración de la cuarentena ya que la mayoría de las personas solo salió de sus casas para comprar alimentos y medicamentos.
En total fueron encuestados 2.878 y los resultados forman parte de los primeros hallazgos de una investigación en curso sobre los cambios en los y las residentes de la Región Metropolitana de Buenos Aires en sus modos de relacionarse con los espacios.
Del total del muestreo, el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) fue valorado positivamente por el 96,6%, incluyendo a quienes evaluaron con notas de 6 y más puntos. Por otro lado, el 88,3% salió de su vivienda para comprar alimentos o medicamentos al menos una vez. El 47% lo hizo una vez por semana y el 31.5% lo hizo dos o tres veces.
En lo que corresponde a “la dimensión anímica de las personas”, el 86,5% de las personas encuestadas evaluó su experiencia positivamente. Unido a esto, una de las cuestiones analizadas fue cuál de las nuevas rutinas se podía incorporar a la vida cotidiana: el lavado frecuente de manos y estornudar o toser en el pliegue del codo, fueron las respuestas más recurrentes. Además, prácticamente la mitad del muestreo manifestó que evitaría la asistencia a espacios con aglomeraciones.
Sin embargo, hay cosas que no van a cambiar a futuro: el 72,5% manifestó que no dejaría de saludar con un beso o con la mano a otra persona, el 70,4% sostuvo que no dejaría de compartir el mate y el 70,2% de las personas no estaría dispuesta a mantener el distanciamiento social de un metro y medio con respecto a un otro.
En las últimas semanas se habló mucho sobre las dificultades anímicas que genera el aislamiento. Lo que más extraña el 88% de los encuestados es el contacto con familiares, amigos y parejas y, de hecho, fue el motivo que más impulsó el quebrantamiento del aislamiento, aunque solo en el 5,6% de los casos.
“El hecho de que la mayoría de las personas se vean obligadas a pasar casi la totalidad del día dentro de la propia vivienda, junto al resto de los convivientes en los casos de los hogares que no son unipersonales, ha producido importantes cambios en las prácticas que se realizan en estos espacios y en los usos del tiempo”, indicaron en el informe.
Para ejemplificar, aumentaron el tiempo dedicado tanto a cocinar como a realizar tareas de limpieza o porque antes no lo hacían o bien porque ahora le asignan mayor cantidad de tiempo. Otro aspecto a destacar son las actividades en espacios exteriores de la vivienda tales como balcones, patios, terrazas, jardines o ventanas a la calle: el 73% declaró haberlos usado para manifestarse en torno a cuestiones políticas o de actualidad (aplausos al personal sanitario, pañuelazo por el Día de la Memoria, ruidazo contra la violencia de género y cacerolazos para que los políticos se bajen los sueldos).
“Este estudio da cuenta de cómo la llegada de la pandemia del COVID-19 ha modificado la forma en la que nos relacionamos con la ciudad en la que vivimos”, aseguraron los investigadores. Desde la llegada del ASPO los usos del espacio público y privado se vieron transformados y ha tenido un impacto en la forma en la que la población utiliza sus viviendas y cómo valoran los espacios públicos, semipúblicos y privados.
Para el equipo “es importante resaltar que las personas y los grupos familiares se adaptaron al nuevo contexto”. Los especialistas consideran que la experiencia del COVID-19 dejará huellas. “Los resultados de este estudio dan cuenta de cómo las desigualdades y las prácticas de comportamiento no parecen novedosas sino que más bien refuerzan los patrones culturales que producen desigualdades”, concluyeron.