Informe sobre la fiebre amarilla de 1871
La historia esencial de Buenos Aires nos encajona en un solo padecimiento de la fiebre amarilla, la de 1871, cuando volvieron los soldados de la devastadora Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Pero no fue así. Hubo otros casos anteriores.
Los resultados de esa confrontación bélica explicada en detalle en el estupendo libro del historiador brasileño Francisco Doratioto, Maldita Guerra, llevaron a que en el territorio vencido quedaran mujeres y adolescentes, en extrema miseria, con la población debilitada por el hambre.
A tal punto había desaparecido la población paraguaya, por el esfuerzo bélico y las masacres, que las leyes guaraníes permitieron la poligamia para poder repoblar, porque las batallas habían terminado con los adultos.
Paraguay había sido en los anteriores 30 años independiente y hasta industrial, la envidia de sus vecinos. Hay documentación que prueba que la peste se introdujo en soldados argentinos casi al final del enfrentamiento y la trasladaron a la ciudad de Corrientes que era el centro de comida y comunicación de las tropas nacionales.
No fue el primer brote sobre Buenos Aires, como se dijo anteriormente. Se repitió la fiebre en 1858 y luego en 1870. El país ya se había abierto para recibir la inmigración porque faltaba mano de obra, especialmente en las zonas rurales.
La literatura argentina reflejaría la irrupción de los extranjeros y las resistencias contra ellos, del criollo por un lado y de la misma clase alta que los necesitaban. Un ejemplo será el libro El Gaucho Martín Fierro escrito por José Hernández en 1872, prejuicioso y subestimante del "gringo". Es que la realidad económica estaba desplazando al nativo que no se adaptaba a los cambios económicos del país.
A mediados de la década del cincuenta, después de la batalla de Caseros, se abatió sobre Buenos Aires el llamado "vómito negro" (así conocido por las hemorragias que se producía a nivel gastrointestinal). No se conoce la cantidad de víctimas.
Otra hipótesis de la fiebre amarilla, ese castigo casi bíblico que también asoló la provincia de Corrientes, fue la llegada de barcos de Brasil donde la pandemia era endémica. Esas embarcaciones, al atracar, introdujeron la enfermedad en Montevideo donde la sufrió una tercera parte de la población.
La fiebre amarilla es una dolencia extrema trasmitida por el mosquito Aedes Aegypti que al picar infecta un virus en los humanos. Afecta el hígado y los riñones, con dolores severos y vómitos. A la enfermedad se la describía como aguda, hemorrágica. Los cuerpos tenían un color amarillo por la ictericia. Los especialistas llamaban a muchas epidemias "miasmas", emanaciones de agua impuras. Son los mismos mosquitos que hoy en día producen la fiebre chikungunya y el dengue.
Entre las causas de de la trasmisión de la peste figuran la escasa existencia de agua potable, la contaminación de las napas por los desechos humanos, la suciedad en los arroyos abiertos o "zanjones", que desembocaban en el río que llegaba hasta lo que hoy es el Bajo de la Ciudad. No se conocían las cloacas. Otra fuente de agua era el Río de la Plata, contaminada también en las orillas.
A todo ello se sumaba el hacinamiento sin higiene en casonas a las que se llamaría "conventillos", por lo general habitados por afroargentinos e inmigrantes, ubicados en el sur del tejido urbano. El famoso cuadro del pintor Juan Manuel Blanes (1830-1901), realizado en 1871, estampa la presencia de los médicos ante las víctimas en un conventillo.
Lo que es hoy la calle Chile era un arroyo, estaba también el Maldonado (que luego evocaría Jorge Luis Borges) y otros, entubados, en lo que hoy corresponde al barrio de Belgrano. El de Chile era el que estaba más cerca de la población pobre, los otros no. Tampoco se debe olvidar que los residuos que arrojaban los saladeros (entonces carne de exportación) contaminaban el Riachuelo. Se ubicaban por allí los basureros y el lugar de estacionamiento de carretas.
También en los barrios del sur, pero muy cerca del centro, estaban las grandes casas de la aristocracia porteña. Se conocían los nombres de sus propietarios: Darregueira, Rivadavia, Luca, López y Planes, Agüero, Mansilla, Medrano, Álzaga, Martínez de Hoz, Casares, Huergo, Tagle, Saénz Valiente, Ortiz de Rosas y muchos más.
La edificación residencial conocida llegaba hasta la calle Humberto Primo. Más allá asomaba el barrio de "guarangos" como escribió Lucio Mansilla y la quinta que hoy ocupa el Parque Lezama, casi del otro mundo.
La calle Defensa era la más conocida y transitada. Hacia el oeste, la ciudad había avanzado hasta lo que es hoy las avenida Entre Ríos y Callao. Pero después de unas siete horas de carreta, por el camino llamado de los "Reynos de Arriba" (la avenida Rivadavia) se anexarán en la época de la peste lo que se conoce como San José de Flores, asentada sobre una chacra propiedad de Juan Diego de Flores.
Hacia el norte, el segundo núcleo urbano integrado a la ciudad era el actual barrio de Belgrano, entonces pueblo del mismo nombre, en un espacio delimitado por las actuales calles La Pampa, Cramer, 11 de Septiembre y Monroe.
En la segunda mitad del siglo XIX el centro de la ciudad fue protagonista de los principales cambios e intentos de modernización. Comenzó el empedrado, la iluminación, las confiterías y las tiendas, con vidrieras y anuncios.
A medida que crecía la edificación surgían, sin embargo, grandes espacios vacíos que se transformaron en plazas públicas. Como la denominada "Cabecitas", hoy plaza Vicente López, anteriormente un matadero de ganado a cielo abierto. En otros costados, la que es hoy la plaza Libertad y también la plaza Lavalle.
Otros huecos sirvieron de corrales de abasto como el conocido como "Santo Domingo" (hoy Plaza Constitución), "La Convalencia" (hoy plaza España), el de Miserere (después Plaza Once) donde arribaban los transportes que venían del Oeste y el de la Recoleta (hoy plaza Emilio Mitre).
De 90.000 habitantes en Buenos Aires en 1855 la urbe pasó a 128.000 en 1862. En 1869, el primer censo argentino mostraba que Buenos Aires ya era habitada por 177.787 personas. Luego alcanzó los 286.000 en 1880, nueve años después de la fiebre amarilla.
Más de 88.000 (el 49% en el total) eran extranjeros. Al mismo tiempo, la mitad de ellos, más de 44.000, eran italianos y paralelamente se consideraban 14.700 españoles.
Los periódicos crecían en número y calidad: El Nacional, La Tribuna, La Prensa y La Nación fundado por Bartolomé Mitre. Una élite intelectual empezaba a formarse al lado de la económica y política. Buenos Aires se poblaba y se extendía.
En 1857 ya circulaba el ferrocarril hasta lo que hoy es Floresta. Salía la estación del Parque (la cortada que nace en el cruce de Lavalle y Av. Callao de estos días). En 1856 los porteños aplaudieron la inauguración del servicio de alumbrado a gas y la venta de los primeros helados, fabricados por un tal Miguel Ferreyra, dueño del "Café del Plata".
Los primeros casos de fiebre amarilla en Buenos Aires llevaron la certificación de defunciones por gastroenteritis o inflamación en los pulmones. Están registrados como origen del mal los conventillos de las calles Bolívar 392 y Cochabamba 113.
En el día a día y con el correr de las horas los médicos más importantes advirtieron a las autoridades que en los hechos era un epidemia. Los responsables no dieron a publicidad los hechos. La municipalidad parecía ignorar el peligro porque preparaban los festejos para el carnaval. El mes de febrero de 1871 terminó con 300 casos en total y marzo con 40 muertes por día que enseguida se convirtieron en 100.
Los pocos hospitales existentes (el Italiano, la Casa de los Niños Expósitos, el de las Mujeres) informaron que no daban a basto con la cantidad de pacientes.
El puerto fue puesto en cuarentena. Y las provincia limítrofes prohibieron el ingreso de personas y mercadería provenientes de Buenos Aires.
Pronto se creó en la Plaza de la Victoria -ahora Plaza de Mayo- la "Comisión Popular de Salud Pública" conformada por un periodista, políticos, poetas y sacerdotes que tuvieron por misión expulsar a las personas que vivían en los lugares afectados y quemaban sus pertenencias. La población negra, que vivía en condiciones miserables, se transformó en un grupo de población con mayores tasas de contagio.
El ejército cercó las zonas "apestadas" y no permitió a nadie emigrar hacia el Barrio Norte hasta donde huían las familias ricas. Casi al final de marzo morían 200 personas por día. El presidente Domingo Sarmiento y su vicepresidente Adolfo Alsina abandonaron la ciudad en un tren especial aunque acompañados por 70 individuos. Esto mereció la crítica de los periódicos. También huyó gran parte del clero, después de informarse de la muerte de 49 sacerdotes.
La enfermedad tenía distintos períodos. En el segundo, los médicos suministraban sulfato de quinina cada dos horas más agua destilada de menta y gotas de éter sulfúrico y jarabe de quina. En riñones, muslos y piernas se friccionaba con vinagre aromático. Los enfermos eran alimentados con caldos, algo de vino y gajos de naranja.
Las autoridades aconsejaron la desinfección individual. Se lavaban las manos con una solución de cloruro de cal en agua, se procuraba mantener limpias las calles y las casas donde se habían llevado los enfermos.
Los saqueos, robos y asaltos de viviendas estuvieron a la órden del día. Varios delincuentes se disfrazaban de enfermeros. Hubo inflación en los precios de los medicamentos. Entre las víctimas había carpinteros por lo que dejaron de fabricarse ataúdes y se procedió a envolver los fallecidos con trapos.
El cementerio del sur, donde se encuentra ahora el parque Ameghino, en la Av. Caseros al 2300, frente cual se construyó una cárcel importante no tuvo más lugar para los entierros.
Las autoridades también depositaron cadáveres en lo que es hoy Parque Patricios. Compraron hectáreas en "la Chacarita de los Colegiales" y se creó el nuevo Cementerio del Oeste, donde llegaron a enterrar 564 personas en un solo día, incluso en la noche.
Entre el 9 y el 11 de abril se llegó al pico de la pandemia. Se conocieron casos fulminantes, víctimas que morían en uno o en dos días. El médico higienista Guillermo Rawson dio testimonio de hijos que abandonaban a los padres enfermos y padres que hacían lo mismo con los hijos.
Esta imagen de ruptura de los lazos familiares elementales figuran en los recuerdos de todas las pestes desde los primeros testimonios. El más antiguo es el de Tucídides que presenció la muerte masiva en Atenas.
Hay estadísticas de fallecidos de diferentes fuentes informativas. Las más serias consideran que murieron por la fiebre amarilla entre 13.500 y 14.500 habitantes de Buenos Aires. No se conocen las de la provincia de Corrientes.