A más de dos meses del aislamiento social preventivo obligatorio es un lugar común decir que esta pandemia causada por el coronavirus agravó las condiciones de vida en los barrios marginales, vulnerables o populares; también conocidos como villa miseria, de emergenia o asentamientos informales. Que el lector elija su propia opción. No escapa a esta regla la Villa 31 o Barrio Carlos Mugica en la Ciudad de Buenos Aires. 

Pero este virus también visibilizó la importancia y la incondicionalidad de quienes deciden “dar una mano”: vecinos del propio barrio que creen en la ayuda social como una herramienta para transformar la realidad de la 31 y de aquellos que no viven allí pero deciden de alguna forma estar presentes y continuar acompañando y ayudando. Esas redes que contienen al barrio existen mucho antes de la llegada del Covid- 19, dicen presente durante la pandemia y son, sin dudas, las que van a estar después, siempre.

En este sentido, los comedores siempre fueron un “servicio esencial”. Agobiadas por la crisis económica, social y sanitaria; las familias se acercan a ellos para que alguno de sus integrantes pueda acceder a un plato de comida. El aislamiento interrumpió el trabajo, en la mayoría de los casos fuera del sistema formal y, con ello, el ingreso económico de los hogares se volvió más escaso.

El Comedor del Fondo, como su nombre lo indica, está hace casi siete años al final de la 31 bis. En diálogo con El Auditor.info uno de sus referentes, Javier Luzuriaga, cuenta que antes asistían a 100 personas, principalmente pibes y pibas en situación de calle y ahora reciben a 300 vecinos diariamente. “Lejos de que la gente se guarde viene cada vez más, se siente muchísimo la falta de changa”, resaltó.

Pero a la merma de trabajo que hace que más familias necesiten asistencia alimentaria se le suma el cierre de algunos de estos establecimientos. “El problema que estamos teniendo es que hay comedores que están cerrando, por contagio o por temor a ellos. Estamos viviendo una situación de desborde porque no tenemos ni la infraestructura para cocinar, ni la gente para recibirla” explica Luzuriaga.

El comedor de la Cooperativa Cristo Obrero pasó de repartir 300 raciones a casi 450.

Del otro lado de la Autopista Illia la situación es similar. Ignacio Baez forma parte de la Cooperativa Cristo Obrero, la primera en la Villa 31, que tiene un comedor con el mismo nombre. Cuenta que antes atendían a 300 personas y que hoy reparten casi 450 raciones a través de una ventanita. “El tupper que entra se pone en un recipiente con alcohol y agua para desinfectarlo, estamos afuera controlando que se respete la distancia con un rociador con la misma fórmula para las manos. Son las medidas que nos recomendaron para prevenir. Creo que cuando pase todo seguiremos implementando lo mismo porque es más prolijo e higiénico”.

El ingreso del virus al barrio y el temor al contagio no impidieron que los vecinos y vecinas se acerquen a pedir un plato de comida. En este sentido Baez explica que la demanda “no disminuyó en ningún momento, es más, abrieron ollas populares en el turno noche que estallan de gente”.

En cuanto a las medidas de seguridad Javier cuenta que en El Comedor del Fondo toman todos los recaudos sugeridos, pero que el uso de material desechable depende de la disponibilidad. “Hay semanas que tenemos y otras que no. En general es bastante escaso lo que nos da el gobierno, cada 15 días recibimos un bidón de lavandina, otro de detergente y algunos elementos descartables, es poco en materia de higiene y prevención” relata.

Preventivamente, el acceso al comedor del fondo está cerrado, se cocina puertas adentro y se reparten viandas.
Preventivamente, el acceso al comedor del fondo está cerrado, se cocina puertas adentro y se reparten viandas.

Preventivamente, el acceso al comedor actualmente está cerrado. Se cocina puertas adentro y se reparten viandas a la mañana con el desayuno y al mediodía con el almuerzo. “Es difícil guardar el distanciamiento social, sobre todo al momento de repartir la comida”, confiesa Luzuriaga.

Los jóvenes de la Cooperativa Cristo Obrero trabajaron muchos años con ACUMAR, colaborando en la fumigación del Camino de Sirga y es por eso que poseen unas máquinas que hoy utilizan para desinfectar el barrio. “Les pusimos cloro o lavandina y agua y salimos a fumigar. Primero lo hicimos por nuestros compañeros que trabajan en el servicio de limpieza, íbamos desinfectando los sectores que ellos barrían o donde levantaban las bolsas de basura. Pero la demanda fue tan grande que hoy abarcamos prácticamente todo el barrio”, cuenta con orgullo Baez y agrega: “me saco el sombrero con los pibes que nos acompañan, lo hacemos como trabajo social para ayudar a nuestros vecinos”.  

La cooperativa necesita más máquinas para que otras organizaciones puedan colaborar en la fumigación de su sector y material para poder llevar adelante la tarea. “Hoy, además de calles fumigamos casas, la demanda y los contagios suben”, concluyó Baez.

Parte del trabajo de la escuela se puede ver en sus redes @31escueladeskate y @apoyoescolarbarrio31
Parte del trabajo de la escuela se puede ver en sus redes @31escueladeskate y @apoyoescolarbarrio31

Desde el 20 de marzo, día en el que se efectivizó el aislamiento social y preventivo, muchas actividades que se realizaban en el Barrio Carlos Mugica se vieron forzosamente suspendidas. Ese es el caso de 31 Escuela de Skate, una iniciativa que hace más de un año todos los sábados a la mañana le enseña a practicar este deporte tan divertido, novedoso y, por cierto, nada fácil a los niños y niñas que viven en la villa 31.

Emilio Cornaglia forma parte de la escuela y, en comunicación con este medio, explicó que las clases son en la Cancha Ledesma, un espacio público que está frente a la Casa de la Cultura, en la manzana 99 del barrio. El “Búho”, como también lo llaman, relata: “son 50 los alumnos y alumnas que vienen con sus familias, que toman unos mates mientras sus hijos, nietos o hermanos practican skate”. Pero, además de enseñarles un deporte, “31 Escuela de Skate pretende transmitir los valores asociados a la práctica como la perseverancia, la responsabilidad, el esfuerzo personal y el trabajo en equipo”, añade.

Actualmente, Emilio mantiene contacto con las familias de los niños y niñas o con ellos mismos, en caso que tengan celular. Trata de transmitirles la importancia de ser conscientes y tomar los recaudos y medidas para cuidarse ellos mismos y a los demás.

Cornaglia comenzó a brindar, junto a otros compañeros, apoyo escolar virtual desde la segunda semana de la cuarentena. Si bien reconoce que hay dificultades, como la falta de herramientas tecnológicas, explica que además de ayudar en lo curricular juegan, leen cuentos y proponen recetas para hacer en familia o tareas de reciclaje. “Las familias nos manifiestan un agradecimiento total para contribuir a la continuidad educativa”, dijo.

Emilio espera ansioso que se levante la cuarentena para volver a encontrarse con sus alumnos: “Me imagino la alegría y la satisfacción de haber visto que el contacto no se apagó. Volveremos más conscientes de que nos tenemos unos a los otros”.

Javier del Comedor del Fondo no tiene grandes expectativas para el pos pandemia, no cree que la situación de la villa cambie: “más bien por el contrario, creo que va a estar complicado. Este receso ya está afectando mucho al barrio y no hay políticas estructurales que cambien el laburo que se hace acá”.

Aunque las expectativas sean distintas y no se pueda saber ciertamente cuándo va a pasar la pandemia y cómo lo atravesará la Villa 31, que al día de hoy tiene 1891 infectados, hay una certeza. La red de contención del Barrio Mugica es fuerte y como alguna vez cantó María Elena Walsh, “a la hora del naufragio y de la oscuridad alguien te rescatará para ir cantando”.