La "acqua alta" atacó sin piedad a Venecia en los últimos días. Se producen, cada año, entre 15 y 20 mareas altas que paralizan la ciudad, el comercio y la visita a imponentes edificios históricos.

El agua salada no solo genera un mal olor que invade y perdura, sino que destruye bienes que son un valioso patrimonio histórico. Todavía no terminaron las obras de contención (diques) cuya finalización se había prometido hace más de 10 años. Cincuenta años atrás, por temor a una tragedia, una campaña del gobierno italiano obligó a reforzar los cimientos de los edificios. Parece que fue en vano porque varios científicos advierten que Venecia se hunde año tras año.

Desde hace dos siglos la ciudad tiene una impronta romántica que Italia y los habitantes de la isla han sabido explotar. Ya en 1880, según los historiadores, el ferrocarril permitía que llegaran allí, y a otros sitios de Europa, centenares de miles de turistas de todos los países del Este o del Oeste del viejo continente, de Estados Unidos, Asia y América Latina.

Sobre toda esta ola humana que arribaba a la estupenda y vieja ciudad surgieron obras literarias fantásticas. Además de los escritores ingleses, figura Muerte en Venecia de Thomas Mann, policiales y una montaña de poemas y novelas donde el personaje principal es el encuentro amoroso.

Venecia ya había sido protagonista de dos importantes obras teatrales de Shakespeare: El mercader de Venecia y Otelo, el moro de Venecia. Marco Polo, otro habitante de la ciudad de los canales, narró memorias de sus viajes a Asia con datos que hasta hoy asombran.

Con el incremento del turismo, por la economicidad de los viajes, en los últimos años arribaron entre 15 y 30 millones de visitantes por año. Es tal el gentío que en la zona céntrica, en los meses "pico", es imposible caminar a buen ritmo. El paseo en góndola puede llegar a tener 200 o 300 pretendientes. A todo ello se agregó que su puerto aloja a una importante cantidad de cruceros de placer que inician su recorrido allí y vuelven al mismo punto después de andar por el Mediterráneo. Este apretujamiento llevó a una emigración constante de la población estable de Venecia a otros destinos, en tierra firme.

La ciudad cubre 119 islas que emergen en una gran laguna que se extiende entre el mar abierto y tierra firme. Cuando cae inexorablemente el imperio romano y se inician las invasiones bárbaras (ostrogodos, lombardos) para resguardar sus vidas los pobladores de alrededores, habitantes del Véneto, fundan la ciudad en el año 421 emplazando importantes obstáculos a la navegación invasora.

Venecia pasó de manos en varias oportunidades, pero ya en el año 697 las familias más ricas eligieron a su primer Dux, entre uno de ellos. Tiempo después el Imperio Bizantino se hizo cargo de la ciudad, hasta su caída en el siglo XV, garantizándole más rutas de navegación y la ampliación del comercio.

El Dux era el líder, el magistrado más importante y decisivo, la autoridad suprema, aunque siempre condicionado por la aristocracia. El título no era hereditario. Uno de ellos, por ejemplo, financió la Cuarta Cruzada a Tierra Santa, que fracasó como las anteriores.

Ya para entonces era una ciudad poderosa. Sus barcos transportaban sedas, especias y maderas de todo tipo desde Bizancio. También se dedicaba al transporte de esclavos de distintos lugares de Europa al norte del Africa. Venecia, la República Serenísima, recién se rindió ante las invasiones napoleónicas en 1797.

De la euforia pasó a la decadencia pero llegó a ser partícipe de las luchas de liberación y unidad italiana, cuyo principal enemigo era el Imperio Austro Húngaro. Sin duda, por su condición marinera, la ciudad sufrió a lo largo de los siglos de expansión y también de derrumbe diversas pestes traídas por los barcos. Precisamente el terror frente a la peste integra algunas páginas de Muerte en Venecia, la ya mencionada obra del escritor alemán Thomas Mann.