Hace pocos días, la titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Geoergieva, afirmó que la economía global en estos días se define como un "recrudecimiento de la incertidumbre" que tiene, como uno de los determinantes, a la desigualdad en el mundo.

Esto produce corrosión en las bases sociales e inestabilidad en los sectores financieros. "Hay que regularlo", dijo Georgieva, para que no se vuelva a repetir el movimiento sísmico en la economía mundial como el de 2007 y 2008 que golpeó en todas partes y trajo desempleo y desesperanza por culpa de bonos-trampa.

La funcionaria se arriesgó a advertir que la situación internacional "es muy parecida a la del final de la década del 20", es decir, al proceso que llevó al crack de 1929. Por su parte, Christine Lagarde, quien dejó el puesto en septiembre de 2019 para volver a Europa, había adelantado el año pasado que los indicadores no reflejaban optimismo ni esperanza de modificarlos en el corto plazo.

La desigualdad extrema carcome el crecimiento e inestabiliza, incluso, a los países con indicadores envidiables. A ello se suma uno de los ingredientes contaminantes que imperan en la actualidad: la guerra comercial entre China y Estados Unidos, en permanentes acuerdos y desacuerdos, que le quita equilibrio a las pautas de producción mundiales.

Recientemente firmaron una tregua apaciguadora, pero la tensión subsiste. Asimismo, China, una potencia indiscutible que compra y que vende volúmenes impresionantes de productos tecnológicos e industriales, mostró una constante caída en el último año. Cundió la alarma en el partido gobernante.

Esta movida repercutió internamente en lo social y en lo económico. El gobierno se puso más rígido a partir de ese descontrol porque le costó no pocos años pasar de un sistema de producción agrícola de subsistencia (hasta 1980, aproximadamente) a uno industrial. Todo logrado con un control político rígido de la sociedad.

La organización Human Rights Watch (HRW) calificó a China "de amenaza global para los derechos humanos" y exige que rinda cuentas "por su actuación represiva interna".

El documento de la ONG, de 652 páginas, no solo hace referencia a ese país sino también a Siria y Yemen, escenarios de batallas sangrientas. Tampoco salen bien parados el norteamericano Donald Trump, el indio Narendra Modi (por su persecución de musulmanes) y todos aquellos que se burlan de las leyes internacionales sobre los DDHH, que no son pocos.

El informe señala que el líder Xi Jinping impuso la opresión más hiriente en décadas, sin embargo, esto se contradice con las opiniones de gobiernos, empresas e instituciones académicas que priorizan el entendimiento con el mercado.

Pekín respondió que el trabajo de HRW no es equilibrado ni neutral y sostuvo que los derechos humanos en su país están en su "mejor momento". Para tratar de entender el sistema de producción chino, que generó la migración de millones de ciudadanos de las zonas rurales a las grandes ciudades, es interesante ver la película American Factory, disponible en la plataforma Netflix.

En síntesis, el film muestra el caso de una empresa china, especializada en fabricar vidrios para la industria automotriz que se radica en una ciudad de los Estados Unidos. Allí una de las líneas de montaje de la General Motors cerró por dificultades que fueron manifiestas en el gobierno de Barack Obama. El entonces presidente dispuso un préstamo de U$S 50.000 millones para evitar la quiebra de la gran compañía.

Los desocupados norteamericanos de la zona festejan en un comienzo la llegada de los chinos hasta que comprueban la profunda diferencia en el trato y el trabajo en los distintos rincones de producción. Los asalariados reciben una paga magra con solicitudes de la gerencia general para que trabajen los fines de semanas y los feriados, a un ritmo sostenido.

Los empleados asiáticos (la mitad de la planta de trabajadores) reciben órdenes que no se diferencian a las militares y deben cumplir a rajatabla. La compañía tampoco admite un sindicato.

En definitiva: dos estilos de producción enfrentados violentamente que explicarían la pujanza conseguida tan rápidamente por los chinos con un rigor que no se conocía en los Estados Unidos.