Una investigación que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) realizó hace unos años demostró que los chicos menores de cinco no tienen prejuicios.

En el sur de los Estados Unidos, pese a que el racismo sigue imperando en algunas zonas y todavía flamea la bandera de la Confederación que perdió la guerra civil con los norteamericanos en la segunda mitad del siglo XIX, se comprobó que los niños, sin importar la etnia, se animan a compartir la vida, juegos, fantasías y miedos entre ellos. Se toman de la mano y se quieren casi sin excepción.

A partir de los cinco años, en cambio, los chicos blancos comienzan a ejercer lenta o aceleradamente una exclusión de sus amiguitos de color. La culpa de este paradigma no la tiene la escuela. Quien inyectó el rechazo, la disminución, el menosprecio y la agresión verbal o física fueron los padres, la familia como un todo.

En una nota publicada por La Nación, que reprodujo otra editada por el diario The Washington Post del 15 de febrero, los autores indican que el bullying, la persecusión alienante en la vida real entre adolescentes que estudian en una misma aula y es imposible de eliminar por completo, aumentó en Estados Unidos. Es la misma nación que está presenciando la expansión de la violencia y el consumo de drogas (entre 2018 y 2019 el alza fue del 50%).

Las escuelas pueden hacer esfuerzos para cuestionar el acoso escolar, pero sin la colaboración de los padres no hay solución.

Los investigadores que firman este artículo aseguran que el hostigamiento en los colegios es incontenible en estos días por culpa de los referentes sociales y políticos. Por supuesto que hay centenares de razones para explicar el auge de la agresión, pero cuando el presidente Donald Trump comienza a utilizar las redes sociales para agredir a sus opositores y a las minorías (como a los inmigrantes hispanos), está introduciendo una conducta racista que alimenta a los adolescentes.

Eso empezó a llamarse el "efecto Trump". No solo la comunidad de habla castellana es el blanco del jefe de Estado norteamericano. También son los de color, a quienes llama peyorativamente "niggers", como si fueran una escoria social, y todos aquellos que profesan la religión musulmana.

Los adolescentes escuchan esas palabras en tono agraviante y entonces les parecen justificadas. Si lo dice el presidente ¿por qué ellos no? Una encuesta online realizada a 10.000 docentes de los niveles básicos llevada a cabo por el Centro Southern Poverty Law indicó que más de 2.500 profesores describieron "incidentes específicos de discriminación". En 476 episodios, los acosadores utilizaron la imagen "levantar el muro" y en 672 casos se habló de "deportación".

Como bien se sabe "el muro" es la frontera con México para ponerle freno a la inmigración del centro de América Latina, tarea en la que Trump pone todo su empeño y la mayor cantidad de fondos estatales para hacerlo de una vez por todas.

Su argumento, y el de sus votantes, es que los hispanos ocupan sus empleos en áreas de larga desocupación. El hecho histórico, empero, es que los latinoamericanos realizan las labores más pesadas y agobiantes. Trabajan en las cosechas de frutos en California, en las fincas del medio oeste. Son un aporte, no una carga.

Hubo casos de agresión física contra madres, alumnos y vecinos con apellido de origen latino. La única solución, hasta ahora, para proteger a los adolescentes es cambiarlos de escuelas. Pero casi siempre vuelve a repetirse.

Esta situación se está recrudeciendo con los preparativos de la próxima campaña electoral en Estados Unidos, donde se pone atención a lo que dicen y hacen los candidatos del partido Demócrata y Republicano. Los usos y maneras de hablar y escribir de los altos funcionarios y dirigentes políticos tienen una repercusión notable e inmediata.

Un importante lingüista y filósofo, Víctor Klemperer, escribió un libro en base a su diario del efecto de las palabras y definiciones de los jerarcas nazis entre 1933 y 1945. Lo tituló LTI. La lengua del Tercer Reich y se conoció después de 35 años de la muerte del autor.

Klemperer, judío de nacimiento, se convirtió antes de la Primera Guerra Mundial al protestantismo y luego se casó con una mujer calificada como "aria pura", según las especificaciones y leyes nazis. Ese status le permitió evitar  ser enviado a los campos de exterminio. Permaneció en Alemania, maltratado, pero a salvo. En LTI muestra, a través de los días, la violencia y delirio de Hitler o de Goebbels en sus discursos que se difundían por todos los medios.

El nazismo fue adueñándose de las palabras y enunciados. Un ejemplo es la frase "Tú no eres nada, tu pueblo lo es todo” así como la tendencia de anotar a los hijos con nombres germanos, la naturaleza "aria" en su estado puro. Calles, edificios, ciudades se embanderan con el ánimo guerrero y excluyente del Tercer Reich que se fue apropiando de Europa.