El coronavirus por dentro
Hasta ahora, el coronavirus se extendió desde China a más de 16 países dejando casi 40.000 afectados y 900 muertos.
En todo el hemisferio norte se están siguiendo protocolos sanitarios para prevenir que el mal se propague. Los médicos aplican paliativos que se usaron en otras epidemias que guardan semejanzas con la que está golpeando ahora a una amplia región muy habitada del mundo.
En Argentina, las autoridades también dispusieron controles en todos los sitios por donde transitan los viajeros, pero hasta ahora no consideraron necesario difundir las imprescindibles prescripciones a cumplir para evitar la enfermedad.
Un detalle aparentemente nimio, pero importantísimo: al llegar a casa la prioridad es el lavado profundo de las manos con jabón, alcohol o con desinfectantes. Ese ritual ayuda, y mucho, a frenar el contagio.
Los especialistas están trabajando en los laboratorios apresuradamente para obtener una vacuna que contenga a la epidemia.
En un pasado no muy lejano se dispusieron medidas extremas, como con la gripe aviar. Toronto, una ciudad canadiense bulliciosa y de grandes negocios con el mundo, debió cerrar las puertas de ingreso y salida de personas durante más de una semana.
Este y los anteriores virus afligentes surgieron en Asia, especialmente en China. La actual enfermedad habría aparecido en el mercado principal de la ciudad de Wuhan. En la región hay plantas automotrices europeas y de otros productos. El personal que proviene del viejo continente debió ser evacuado con todas las precauciones del caso.
En China, como en el resto de los países que la rodean, el contacto permanente con animales de distintas especies es habitual.
La crisis del SIDA de la década del 80 se originó en los simios. La pandemia de gripe aviar entre el 2004 y el 2007 la aportaron unos pájaros. Y los cerdos generaron la gripe porcina del 2009.
Los expertos dicen que, históricamente, los humanos contrajeron enfermedades graves de los animales. Del mismo modo, acusan al cambio climático de motorizar las infecciones. Por supuesto su propagación es mayor, por la gran cantidad de habitantes, en la grandes ciudades y en distintos medios de transporte. En los últimos 30 años creció la inmigración de las zonas rurales de China a sus principales ciudades en búsqueda de trabajo.
También surgen o resurgen prejuicios. Los asiáticos de ese país se sienten mirados y tratados con aprehensión por el resto de los humanos como si fueran los culpables del mal. Como se sabe, el acelerado crecimiento de la economía en China elevó rápidamente la mejora en el estilo de vida de sus habitantes.
Ya es un hecho sabido que todos los integrantes del reino animal portan consigo una gran variedad de bacterias y virus. La sobrevivencia del elemento patógeno depende de infecciones a nuevas especies. Y en este círculo vicioso aparecen nuevas formas de contagio en humanos vulnerables. Esto fue algo de lo que aprendieron los investigadores durante la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) en 2003.
Estos casos afectan, en el comienzo, a la población pobre o carenciada. También a los humanos más débiles por malnutrición que, si se enferman, no pueden pagar atención médica. Es por esa razón que el único responsable de controlar la salud en un país es el Estado, que es quien fija la correspondiente política pública.
El coronavirus, que supera todas la barreras, también está dañando las distintas plantas de producción industrial o de precisión en China. El mismo fenómeno afecta a todo lugar donde se congregan los humanos, como los cines, traslados en avión, viajes por rutas, trenes, hoteles y en grandes o pequeños negocios.