Los castrati fueron un fenómeno musical en los siglos XVII y XVIII, a tal punto que arrastraron multitudes. Quizás ahora no pueda ser comprendido su papel relevante en aquel tiempo. La ópera atraía a todas las clases sociales, primaba la nobleza y todavía no había llegado la Revolución Francesa. Pese a todo, siguieron cantando en la primera mitad del siglo XIX, rodeados de aplausos y flores. 

Los más destacados musicólogos señalan que el público se sentía atraído por un canto con "una vibración compartida entre el cantante y el oyente". 

Por mucho tiempo fueron promocionados como los mejores profesionales en escena. Farinelli, el sobrenombre por el que era conocido Carlo Broschi (1705-1782), fue el más mimado, elogiado y querido, una especie de Frank Sinatra en todo el continente europeo. 

Los castrati (o "evirati") eran hombres con voces prepuberales que se semejaban a los sopranos o contraltos. Se trató de un fenómeno particular que se fomentó especialmente en Italia, primero en las iglesias en las que por orden papal estaba prohibida la intervención femenina en los coros en los siglos XVI y XVII. El poder y la versatilidad de esas voces mantenidas artificialmente eran más potentes que las de los falsetistas, por eso despertaron un extraordinario interés. Se puede obtener información sobre las cualidades musicales de los castrati en un libro escrito por el profesor de canto, y castrato, Pier Francesco Tosi (1654-1732). El  texto se titula Observaciones sobre la canción adornada, publicado en 1723. Los castrati estarán presentes en la música de los más virtuosos, como Händel y Gluck.

Estas "máquinas de cantar", como se los conocía en aquel momento, se pueden considerar pertenecientes a la interpretaciones barrocas. Estaban confinadas casi exclusivamente a la ópera dramática con escasísimas colaboraciones en obras cómicas. Mozart también escribió importantes papeles para los castrati en La clemenza di Tito, como Idomeneo y Sesto. 

A partir de 1810, los castrati ya habían desaparecido casi por completo de la escena teatral, pero continuaron ejerciendo una considerable influencia como maestros de canto. Napoleón los admiraba, algunos de estos maestros fueron condecorados con medallas de alto valor militar. Es importante aclarar que los castrati eran un producto de los conservatorios para prepararlos en su intervención en los servicios religiosos.

Farinelli fue hijo de una familia de la baja nobleza con tradición napolitana. Fue castrado por una necesidad médica después de sufrir un accidente cabalgando. Nada que ver como lo presenta una película titulada con su nombre. Aunque la castración se penalizaba, las autoridades de la época solían hacer la vista gorda. Otros, en cambio, fueron víctimas de crueles mutilaciones. Muchos eran producto de familias pobres de Nápoles y sus alrededores que buscaban mayor respeto social. Por entonces, la esperanza de vida no superaba los 30 años de edad. Si el niño era reconocido por sus dotes recibiría mucho dinero, pero si no tenía condiciones se los ordenaba sacerdotes o integrantes de los coros de las iglesias.

En el conservatorio, Farinelli sobresalió y adquirió una voz de maravillosa belleza según cuentan las crónicas de época. En 1725 se presentó en Viena, luego en Venecia donde fue admirado por el gran Johann Joachim Quantz, quien escribió elogios sobre el cantante. Farinelli visitó Londres en 1734 y cantó en una ópera de un competidor de Händel y en su éxito lo llenaron de regalos. También cantó en Francia y en España. En Madrid terminó viviendo un cuarto de siglo.

Se sabe que fue empleado por la reina para cantar curando al rey Felipe V que padecía una importante depresión melancólica. Del mismo modo, ayudó a Fernando Sexto, uno de los primeros Borbones españoles enfermo del mismo mal.

Farinelli fue invitado a vivir en el Palacio Real de Madrid. No era noctámbulo pero su obligación consistía en pasar todas las noches, desde la cena hasta el amanecer, en las habitaciones reales cantando acompañado de un trío de cuerdas. La salud del rey mejoró con su intervención pero los problemas mentales no se resolvieron y murió por aun ataque de apoplejía a los 62 años de edad. En todo ese tiempo, Farinelli dispuso de mucho dinero de las arcas reales para traer a España las mejores obras musicales europeas de aquel momento. Llegaron al palacio real una larga serie de castrati, todos amigos de Farinelli.

Al nuevo rey, Carlos III, le estorbaban las canciones de Farinelli. Pero no se mostró ingrato y cruel. Lo convenció para que el cantante dejara todos sus cargos oficiales y se marchara de España pero con bastantes bolsas de dinero. Farinelli vivió hasta 1782 y murió a los 77 años de edad en una casona de Bolonia que había mandado a construir.