Publicado en el suplemento

Acciones para la Participación Ciudadana de diario Perfil

La pandemia está cambiando la forma de pensar las ciudades y sus espacios públicos. Calles, plazas, edificios, clubes, escuelas, hospitales y el transporte se vieron en jaque por el avance del Covid-19. El distanciamiento social puso a los arquitectos y especialistas a reflexionar sobre el diseño y la planificación urbana. La mejora de la movilidad, de los servicios en los barrios y de los espacios comunes se torna un desafío urgente a la hora retomar la “normalidad”.

Los espacios públicos son los lugares de encuentro de una ciudad, “donde suceden multiplicidad de funciones y situaciones de intercambio, donde se sostiene la vida en comunidad. Se trata de una plaza, la vereda, el parque, la costanera. Pero, en un sentido más amplio, también pueden ser algunos edificios de libre acceso como las escuelas, hospitales y bancos”, explicó Adrián Sebastián, arquitecto especialista en proyectos de espacios públicos urbanos, en diálogo con Acciones.

A más de 80 días de que se decretara el aislamiento social, preventivo y obligatorio, en la Ciudad permitieron la realización de actividad física en las plazas y parques porteños, solo en el horario de 20 a 8. El jueves, primer día de la medida, cientos de runners salieron a las calles. Allí se puedo observar en la práctica que en Buenos Aires hay 6,1 metros cuadrados de espacio verde por persona, una cifra tres veces menor que la que recomienda la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Para Andrés Borthagaray, director del Instituto para la Ciudad en Movimiento en América Latina, los lugares verdes “son fundamentales para la salud y la calidad de vida y juegan un rol esencial, pero no son suficientes y la distribución es muy desigual. Algunos barrios tienen más que otros, por eso, aparece como un punto importante la recuperación de terrenos públicos como espacios del ferrocarril y las vías del tren, para tener nuevos pulmones verdes y mejores condiciones de vida”. Comunas porteñas, como la 3 (abarca los barrios de Balvanera y San Cristóbal) y la 5 (Almagro y Boedo), cuentan con menos de un metro cuadrado de espacio verde por persona, lo cual vuelve una misión imposible la realización de ejercicio en zonas cercanas.

En la Ciudad de Buenos Aires, hay 6,1 metros cuadrados de espacio verde por persona, una cifra tres veces menor que la recomendada por la ONU.

“La desigualdad es colocada en el centro de la agenda hoy y después de la pandemia que afectó más a las grandes ciudades, donde el virus atravesó las fronteras intangibles de los barrios y nos demostró que la salud está vinculada al territorio y a las condiciones de vida de las personas”, aseveró Ana Falú, arquitecta y asesora en temas de género en la red de global de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), quien insistió en la necesidad de pensar ciudades más inclusivas.

Ante este panorama, aparecen algunas tendencias de reconfiguración de las metrópolis. “Pueden tener cierta persistencia, pero aún no sabemos. Los efectos que provoca el virus son bastante parecidos a los que podría provocar el cambio climático. Estamos empezando a comprender la peligrosidad que existe si no tenemos otro trato con la ciudad, el lugar donde se dan las principales crisis por dos efectos: la densidad poblacional y la distancia que hay que recorrer a bordo del transporte”, consideró Carlos Lebrero, arquitecto y fundador de la Maestría en Gestión Ambiental Metropolitana, de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). 

La proximidad de los espacios comunes se vuelve vital para evitar el uso del transporte público, reducir la movilidad y con ella, los nuevos contagios. “Aparecen dos revalorizaciones: la del barrio por su cercanía, como lugar de pertenencia, y los espacios públicos a gran escala. Hasta la pandemia, había un paradigma de equipamientos chicos, distribuidos, pequeños centros de salud. Y ahora vemos que nos están salvando los grandes hospitales de mediados del siglo pasado, infraestructuras que creíamos inapropiadas, difíciles de mantener. Hay que recuperar esta escala que se había perdido y trabajar en los barrios”, expresó Javier Fernández Castro, secretario de Hábitat de la Nación y director del Instituto de Investigaciones de la Especialidad Humana de la FADU.

Para Ana Falú, “la proximidad cobró importancia, es lo que hace que se pueda evitar el transporte público, satisfacer las necesidades caminando”.

Otra de las falencias de los barrios que quedó al descubierto, además de la falta de espacios verdes, fue la carencia de servicios básicos en los asentamientos y los efectos del hacinamiento. “Es una deuda histórica. Falta un proyecto integral y sostenido en el tiempo por parte del Estado con participación de las comunidades. Por lo general, fueron intervenciones muy fragmentarias o no consensuadas con la gente, donde se priorizaron aquellas cosas que están a la vista de todos, lo que llamamos ‘urbanismo de embellecimiento’. Hay plazas diseñadas por paisajistas daneses en la villa 31, pero no tienen agua corriente. Como si los valores se hubieran invertido”, agregó Fernández Castro.

Pero no solo los barrios tardan mucho tiempo en reconfigurarse; los espacios públicos y las metrópolis, también. Sin embargo, hay pequeños cambios que ya pueden verse, por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires. La pandemia obligó al Gobierno porteño a pensar en veredas más anchas, señalizaciones para respetar las colas en el exterior de los comercios y espacios delimitados ganados sobre calles que pierden superficie.

“Para que una ciudad cambie hace falta mucho tiempo. Los plazos son largos, de más de 40 o 50 años y es necesario que haya inversiones públicas y privadas. Hablamos de generaciones, no es de un día para el otro. Sí pueden cambiar las ciudades más chicas, pero que lo haga Buenos Aires, con el nivel de inversión que tiene, es más difícil. El Teatro Colón, Puerto Madero, la Costanera, el Congreso de la Nación, el Banco Central, el Obelisco y los grandes monumentos son cosas incambiables. Son metas a 100 años”, subrayó Lebrero.

Ante esta situación, consideró, se imponen, de manera inmediata, los cambios de conducta: “Se pueden variar las tipologías o las conductas en relación a las tipologías, esto es más rápido. Ya hay cambios en grandes estructuras, clubes que se transformaron en hospitales. La misma ciudad puede albergar usos distintos dentro de las mismas tipologías edilicias y los cambios de conductas van a estar relacionados con disminuir la cantidad de viajes, tener más trabajo en la casa”. Hoy, las construcciones tanto públicas como privadas están paralizadas en muchos distritos.

En esta misma línea, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires analiza la vuelta a clases y, con ella, la situación de las escuelas y la movilidad. Para seguir aplicando el distanciamiento social necesario, evalúan sumar bibliotecas, museos y espacios públicos de la Ciudad que puedan usarse para fines educativos con el fin de descomprimir las aulas. Medidas similares se vieron en otros países luego de finalizada la cuarentena: bares ocupando parte de las calles, más wifi en parques, diagramación de los espacios a ocupar y fomento del uso de bicicletas para alivianar el transporte público.

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