En primer lugar, la inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial. Los diversos documentos elaborados por los organismos militares y de inteligencia de Estados Unidos insisten en señalar que el nuevo escenario mundial está erizado de amenazas a la seguridad nacional y que, en consecuencia, el país debe prepararse para varias décadas de guerras. Por otra parte, el multipolarismo actual es un formato del sistema internacional relativamente novedoso. Durante casi tres siglos (1648-1914) ningún país extra-europeo tenía algo que decir en las mesas de negociaciones de las grandes potencias. Hoy es muy diferente, porque las potencias extra-europeas han empequeñecido a la declinante y decadente Europa y los consensos difíciles del pasado, entre naciones que compartían básicamente una misma cultura, son muchísimo más difíciles de lograr en la actualidad cuando quienes toman parte de la discusión son naciones y gobiernos portadores de cosmovisiones muy diferentes y, en cierto sentido, incompatibles. Y, por supuesto, intereses muy diferentes y claramente antagónicos. Bajo estas condiciones, la paz se convierte en una empresa que debe sortear enormes dificultades para su concreción y marca también la excepcionalidad de América Latina que, de lejos, es la macroregión más pacífica del planeta. Pero, el debilitamiento de la CELAC, y también de la UNASUR, podría arrojar por la borda ese pacífico predicamento.

Segundo, un factor que alienta y promueve las guerras y la violencia en el escenario internacional es la creciente gravitación del complejo militar-industrial-financiero en el proceso decisorio del gobierno norteamericano y, en menor medida, de sus aliados europeos. Esa infernal maquinaria vive de la guerra y para la guerra. Para ella la paz significa su ruina, la bancarrota, y la única estrategia razonable para las megacorporaciones que la constituyen es estimular los conflictos y las rivalidades por todos los medios posibles. Su poderío es inmenso: fue denunciado nada menos que por el ex presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida del 17 de Enero de 1961 cuando lo describió como la más seria amenaza para la libertad y la democracia de Estados Unidos. A lo largo de más de medio siglo ese inmenso poder no hizo otra cosa que acrecentarse, hasta asumir proporciones monstruosas. Si en aquella época era una amenaza hoy es quien realmente manda en Estados Unidos, acelerando el tránsito de una república democrática a un régimen plutocrático. Y dado que el gasto militar de Estados Unidos es el principal motor de la economía, aglutinando en su seno a sectores industriales, financieros y petroleros, es interés de los gobiernos otorgar toda clase de garantías a las empresas de ese sector. Y estas, a su vez, disponiendo de fenomenales recursos, se convirtieron en las principales e indispensables financiadoras de las muy costosas carreras políticas de representantes, senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las puertas para la constitución de la plutocracia que hoy gobierna a ese país. Según los cálculos más rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos superó el umbral considerado hasta no hace mucho como absolutamente insuperable de un billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial. En otras palabras, este lamentable cuadro de situación impulsa las guerras a la vez que socava los fundamentos de la democracia tanto en el mundo desarrollado como en la periferia del sistema.

Un tercer y último elemento que impulsa las guerras es lo que Michael Klare ha denominado la cacería de los recursos naturales. En un mundo cada vez más amenazado por el agotamiento de ciertos bienes comunes de carácter estratégico, comenzando por el agua y siguiendo por el petróleo, la biodiversidad, los minerales estratégicos y los alimentos, y frente a un imparable aumento de la población mundial que, hacia mediados de este siglo, cruzaría la barrera de los 10.000 millones de habitantes, las principales potencias se han lanzado con toda su fuerza en una campaña mundial para asegurarse los insumos básicos requeridos por un patrón de consumo caracterizado por la utilización irracional y el derroche de los recursos naturales. Para nadie es un misterio que la vigorosa expansión de China en los países del Tercer Mundo tiene como objetivo fundamental asegurarse el suministro de ciertos recursos naturales imprescindibles para su economía, fenómeno este que se manifiesta sobre todo en África pero también, aunque en menor medida, en América Latina. No es necesario ser un pesimista radical para reconocer que muy a menudo lo que comenzó como una dura competencia comercial termino siendo una guerra en el sentido más integral del término. En este escenario se requerirá de mucho talento y voluntad política para que América Latina continúe siendo una zona de paz.