Por Daniel Muchnik, periodista, historiador. Consultor de www.gestionpublica.info.

Quizás el máximo premio para un periodista es ser el vocero, el trasmisor, el comunicador de una Primicia Informativa que interese a las más amplias mayorías. Es un momento de gloria, o por lo menos lo era en tiempos pasados. Me envolví en esos aires triunfales dos o tres veces en mi vida y me resistí a una cuarta, pero quizás la más importante fue haber publicado el electrizante shock del Plan Económico llamado Rodrigazo la mañana del anuncio. El Rodrigazo se detalló esa noche, la del miércoles 4 de junio de 1975, aportando precisiones y consignas que ya estaban impresas en un único diario. Fuimos héroes del oficio por algunas horas.

Ese día, ese año, yo estaba a cargo, con cara y aspecto juvenil, de la Sección Economía y el Suplemento Económico del diario La Opinión, de Buenos Aires, que dirigía Jacobo Timerman, en una redacción con profesionales destacadísimos y plumas premiadas y reconocidas en el mundo intelectual.

El país vivía un clima político y una realidad económica crispantes, antes incluso de la muerte del General Perón, en 1974. Tras la gestión de José Ber Gelbard, y el fracaso de su propuesta de Inflación Cero, las estadísticas oficiales dejaban muchísimo que desear. La Argentina había sufrido un golpe muy fuerte con el aumento virulento del precio del petróleo por parte de los países productores. Fracasado el autoabastecimiento desde hacía algunos años, el país era importador de hidrocarburos.

A fines de 1973 el déficit de la Tesorería era tres veces superior al del año anterior y la deuda externa agobiaba las arcas estatales. En mayo de 1974 la inflación alcanzó el 74% anual. No bajaría de los tres dígitos hasta 1976, cuando se produce el Golpe de Estado y se inicia el gobierno militar. Comenzaron a sucederse, por períodos cortos de tiempo, los Ministros de Economía. Los envolvía el fracaso en la búsqueda de soluciones. La actitud prudente y conservadora del  histórico Alfredo Gómez Morales no fue suficiente. En pleno pánico mundial y corrida de los precios, la Argentina se vio obligada a importar insumos esenciales para la marcha del país.

Entre junio de 1974 y mayo de 1975, se gastaron dos tercios de las reservas en divisas disponibles. En julio de 1974 el Mercado Común Europeo había vedado la entrada de carnes argentinas, medida que presionó hacia una devaluación, para poder conquistar otros mercados.

La consigna de muchos empresarios fue sálvese quien pueda: sobrefacturaron importaciones, subfacturaron exportaciones, vendieron en el mercado negro, muchos fueron cómplices de la existencia de un mercado negro y del desabastecimiento, y creció la evasión de impuestos. Los automóviles se entregaban con dos puertas o sin rueda de auxilio. Faltaban productos de primera necesidad en los almacenes. Se detectó una evasión de capitales del orden de los 2.000 millones de dólares entre 1974 y fines de 1975, que se sumarían a los 10.000 millones de dólares de argentinos depositados en cuentas foráneas antes de 1973 (hoy, 2011, la fuga de dólares del sistema llega a 140.000 millones de dólares).

Esta crisis formaba parte de otra, más grande, oscura y terrible, la crisis política por el desborde total de violencia donde la izquierda peronista se enfrentaba con las armas a la derecha peronista, los grupos guerrilleros trataban de demostrar sus poderes en el asalto a guarniciones militares o secuestrando a empresarios y, desde el Ministerio de Bienestar Social, a cargo de José López Rega, se gestaba la Triple A, un grupo paraestatal se comenzó a masacrar a diestra y siniestra. La sangre corría sin que los contrincantes cesaran la lucha.

López Rega, en medio de la debilidad del gobierno de Isabel Perón, forzó los hechos para que se nombrara Ministro de Economía a Celestino Rodrigo, un ignoto docente universitario que era secundado por Ricardo Zinn, directivo del sector privado, con experiencia financiera, muy vinculado al Consejo Empresario Argentino, la institución que alojaba a las grandes compañías.

Zinn era un profesional temperamental, de lenguaje cortante, hábitos un poco monacales, solemne en los diálogos. Un duro. Era el creador de aquella consigna de Hay que achicar el Estado para agrandar la Nación. Y se definía como un cirujano que no titubea. En mis recorridas periodísticas, Zinn me había recibido mucho antes de su nombramiento en sus oficinas y dialogábamos sobre las peripecias del país. Había establecido conmigo una relación de respeto y de confianza, que yo no profundizaba, pero me interesaba como excelente fuente informativa. La buena predisposición de su parte era una realidad.

Cuando ingresó al Palacio de Hacienda, frente a la Casa de Gobierno, lo llamé por teléfono para saludarlo y, por supuesto, lograr una entrevista que me permitiera conocer el plan que todos los periodistas sabíamos se estaba preparando. Nunca me recibió. Pero me devolvió la comunicación, con la cortesía a la que me tenía acostumbrado. Fue un día antes del anuncio, el 3 de junio, y me aportó los principales datos, los lineamientos del fenomenal ajuste económico que se impondría el día siguiente. Recuerdo que eran las seis y media o siete de la tarde, y el cierre del diario se nos venía encima. Escribí a toda máquina, emocionado, dando las principales líneas de todo lo que se venía y con una tensión que sólo los periodistas conocemos cuando tenemos una información que es papa caliente. Me quedé en la redacción hasta que comenzó la impresión de los primeros ejemplares y volví a mi casa absolutamente exhausto.

El 4 de junio, entonces, en Conferencia de Prensa, 24 horas después de aquel llamado fue anunciado el Programa. Se devaluaba un 100%, los incrementos en los combustibles superaban el 175 por ciento, al 80 por ciento en la energía eléctrica y hasta el 120 por ciento en las tarifas del transporte, con una elevación del 50 por ciento en la tasa de interés de los créditos de corto plazo, más la restricción en el otorgamiento de nuevos préstamos. Tuvo el efecto de un terremoto, fue como si se abriera la tierra. Traducido, el Plan representaba la quiebra de importantes sectores de la vida económica nacional. En apenas una semana la Argentina entró en una inflación estructural de gran evergadura, junto con una recesión. Las organizaciones sindicales, enfurecidas, lograron arrancarle al gobierno un incremento de salarios del 140 por ciento. Pero no fue suficiente. La CGT convocó a un paro general entre el 7 y el 8 de julio. El 21 de julio, tras una concentración obrera masiva en Plaza de Mayo, Rodrigo, Zinn y todo su equipo de asesores presentaron la renuncia. López Rega debió salir presuroso del país con el cargo de Embajador Itinerante.

El Gobierno Militar, con José Alfredo Martínez de Hoz, reiteró un año después los principales objetivos del Rodrigazo, pero a cubierto de cualquier reacción popular, amparándose en las armas, las bayonetas y una perversa represión.

Con los años Zinn asesoró en la planificación y en la conducción del proyecto automotriz Sevel, muy significativo, y a María Julia Alsogaray durante la primera administración del presidente Carlos Menem, en la privatización teléfonica. Murió en un accidente de aviación, en Perú, cuando el  aeroplano en el que viajaba el titular de YPF, a quien acompañaba, se estrelló contra la ladera una montaña. Por su parte, Rodrigo fue juzgado por un caso de corrupción tras el Golpe Militar del 24 de marzo de 1976 y condenado a prisión por cuatro años, sentencia que cumplió rigurosamente. Se murió en 1986, olvidado, pero con el duro rencor de que su apellido hubiera quedado ligado al ajuste económico más brutal de la historia argentina.

Las primicias se obtienen por golpes de efecto, o por caprichos de los funcionarios que crean buenos "puentes" de diálogo y respeto con determinados periodistas. O por predilección de esos funcionarios con determinado medio de comunicación. Absurdo. Si se respetara la institucionalidad, los funcionarios informarían a todo el periodismo de cada acto, de cada proyecto o dificultad en sus áreas de funciones. El "Periodismo de Investigación" nació y se desarrolló en el mundo y en la Argentina por esa porfía, o negativa de los funcionarios, a dar información, que por algunas grietas trasciende, inexorablemente.