Primero, creo que la estructura del debate fue demasiado rígida, y no facilitó el desarrollo del mismo. Dos minutos para plantear una postura, y un minuto para críticas y réplicas constituyen una camisa de fuerza que sólo consumados especialistas en el manejo de los tiempos televisivos podrían romper. No fue el caso de los dos candidatos. No sólo la cuestión de los tiempos fue un obstáculo: también lo fue la rigidez temática, separados los cuatro grandes temas en compartimientos estancos y que impedían un desarrollo y una argumentación más razonada sobre cada uno de ellos. Será necesario reformar la estructura del debate.

Segundo, el manejo post-debate que hicieron los grandes medios hegemónicos en torno a la fútil pregunta para dilucidar el ganador del debate fue una expresión de poco profesionalismo de su parte. En los medios asociados al Grupo Clarín, Macri se impuso de modo abrumador.  En realidad, estos debates sólo por excepción tienen un ganador neto, y esto cuando uno de los dos candidatos comete un error grosero que lo saca de pista. Aún en esos casos un debate, a escasos siete días del balotaje, se encuentra con un público que ya tiene una opinión formada, sea producto de sus prejuicios o de un cuidadoso trabajo de búsqueda de información confiable, y es harto improbable que cambie de bando a causa de un debate, salvo por una circunstancia como la señalada más arriba.

Puede conjeturarse que el lenguaje gestual de uno fue más adecuado que el del otro: Macri más sereno, Scioli un poco más nervioso; o que las preguntas de uno fueron más incisivas que la de su rival, terreno en donde no se sacaron diferencias significativas; o que Scioli se pasó de su tiempo en varias oportunidades. Pero, saber quién ganó es algo que podremos descubrir recién el próximo domingo. El resto son especulaciones, no siempre bien intencionadas. Lo más sólido que puede decirse es que difícilmente este debate haya modificado significativamente las tendencias de intención de voto existentes, no siempre adecuadamente reflejadas en las encuestas.

Tercero, más que un debate de ideas y proyectos lo que hubo fue la superposición de dos monólogos. Ninguno respondió a las preguntas del otro y, por regla general, ambos fueron muy vagos a la hora de definir sus propias propuestas: planteaban fines y propósitos muy loables (Macri: pobreza cero; Scioli: levantar el cepo cambiario) pero nadie decía cómo lo iban a hacer, que es el quid de la cuestión. Pobreza cero es una extrapolación del hambre cero de Lula. Pero una cosa es acabar con la indigencia, es decir, con el flagelo de gente que no tienen ni siquiera para comer, y otra es poner fin a la pobreza, empresa en la cual todavía no llegar al punto cero países como Holanda, Finlandia, Suecia o Dinamarca, para no hablar sino de los casos más exitosos en la materia. Y en relación al famoso y tan controvertido cepo cambiario tampoco resulta claro cómo es que puede lograrse esa meta sin alguna suerte de nacionalización del comercio exterior, del cual nada se dijo. Hay muchos otros ejemplos, de ambos lados del debate, que naufragan en la misma vaguedad.

Cuarto y último: quedaron muchos temas en el tintero. La constitución de la futura Corte Suprema fue uno de ellos; la necesaria reforma política que requiere este país apenas fue mencionada, y superficialmente; la cuestión medioambiental estuvo ausente; y la inserción internacional de la Argentina también, aunque Macri dijo al pasar que propiciaría la suspensión de Venezuela del Mercosur por su tratamiento a los presuntos presos políticos en ese país, en realidad, gente que están purgando penas en prisión por delitos de sedición, que es otra cosa. Hubiera sido bueno una discusión a fondo de estos y tantos otros temas. Pero es la primera vez que hay un debate así y ojalá que aprendamos. En todo caso, el 53 % de rating que obtuvo a eso de las diez de la noche del domingo es un alentador indicador de vitalidad democrática. Quiere decir que la gente se interesa por la política, y eso es bueno, muy bueno.