Violencia y responsabilidades
Por Facundo Martínez*. Uno se pregunta hasta cuándo las barras bravas en el fútbol argentino, o mejor dicho hasta cuándo la hipocresía de la dirigencia, la connivencia, los negociados de los que también participan las policías porque, se sabe, algo muerden de lo que los violentos recaudan partido tras partido en entradas, estacionamiento en los alrededores de los estadios, de los puestitos de choripanes instalados en plena vía pública; hasta cuándo la inacción de las autoridades, que sólo parecen asomar ante las cámaras de la televisión cuando se le queman los papeles y no pueden ocultar la realidad que los devora.
Hasta cuándo se seguirá engordando la lista de muertos del fútbol argentino, que se acaba de cobrar una nueva víctima, el barrabrava de Tigre Adrián Alejandro Velázquez, quien recibió un balazo en una pierna que le atravesó la arteria femoral y murió en el hospital días después de un feroz enfrentamiento entre distintas facciones de la barra del conjunto de Victoria, quienes pretendieron dirimir en una balacera cuestiones de poder que siempre tienen un componente económico, porque la lucha por el poder entre los barras es una lucha por los privilegios económicos de pertenecer, entiéndanse entradas de favor para la tropa, entradas para la reventa, dinero para viajes, concesiones de puestos de comida o para la venta de indumentaria trucha en las mismísimas instalaciones de los clubes, entre otros rebusques-.
No hay lista de derecho de admisión, ni modernísimo sistema AFA Plus que alcance si no se da de una buena vez el sinceramiento de la dirigencia, a la que sin dudas le cabe la primera responsabilidad por el crecimiento de la bestia, ya que son su principal fuente de energía, y por qué no también cómplices de la violencia en el fútbol, aunque más no sea por omisión.
Hace unos meses escribíamos en esta columna a propósito de la responsabilidad histórica de la dirigencia del fútbol argentino, que desde la profesionalización del fútbol allá por los años `60 alentaron la creación de estos grupos de violentos para intentar controlar cuestiones extra futbolísticas y ahora, crecida y desmadrada la criatura, no le encuentran la vuelta para el desarme, para la pacificación, y viven, según denuncian algunos dirigentes, en estadio de conflicto permanente y, por ende, de concesiones también permanentes.
El caso de Independiente, con Javier Cantero como abanderado de la lucha que terminó cediendo pequeñas porciones de terreno a los violentos para que no compliquen más la situación del club que lucha por no descender lo que provocó la renuncia de quien era la jefa de seguridad de la entidad, la abogada Florencia Arietto- es la muestra más acabada de la impotencia nacional en la materia. Tan solo quedó Cantero, que terminó aflojando la mano que prometía dura.
Una cosa es clara, se les pueden exigir cosas a los organismos de seguridad deportiva, a las autoridades, pero si no se cortan de raíz a los violentos, no habrá paliativos que alcancen para detener su marcha hacia lo que sin dudas terminará por estropear el fútbol, alejando al verdadero hincha y a la familia de los estadios.
La balacera de Tigre, en la previa al partido frente a River por la tercera fecha del torneo Final, dejó hasta ahora un saldo de un muerto y siete heridos de bala, tres de cuales se encuentran internados con pronósticos reservados; uno de ellos con un tiro en la cabeza.
La virulencia de la batalla, que involucró a casi un centenar de barrabravas provenientes de los facciones del Rincón, de Pacheco, de La 13, fue inversamente proporcional al reparto de la torta de dinero que se disputan. Dinero que les ofrece el club que preside Rodrigo Molinos, quien deberá explicar a la Justicia detalles de la relación del club con los violentos, y que desde la sombras maneja el intendente de Tigre, Sergio Massa, ex jefe de Gabinete de ministros. Igual responsabilidad le cabe al funcionario, como al propio Mauricio Macri y Daniel Angelici los salpica la violenta interna de la barra de Boca, que también se dirime a los tiros, cuestión por la cual está detenido el ex líder de la Doce, Rafael Di Zeo, uno de los creció y se fortaleció al amparo del líder del PRO, quien presidió Boca durante doce años y aún ahora, bajo el mandato de Angelici, su delfín, tiene una notoria ascendencia en lo que sucede en el club, cuyo actual líder de los violentos, Mauro Martín, fue herido de bala el año pasado en una emboscada entre barras xeneizes y por estos días está también detenido, pero imputado por el homicidio de un vecino de su cuñado, tras una discusión con desenlace trágico.
El fiscal Alejandro Musso, quien atiende la causa por la balacera desatada a escasas cuadras del estadio de Tigre, cuando las facciones de Pacheco y el Talar fueron a reclamar parte de los privilegios de pertenecer, ordenó la detención de los líderes de los distintos grupos en cuestión: Daniel Paz (alias el Negro Fiorucci), capo de la barra con relaciones en el PJ y también con los radicales PRO de la zona, quien además maneja una cantina en las instalaciones del club, cuyo nombre es La barra del Matador; Abel Lavigna, de la facción del Rincón, y uno de los puntales de la espantosa ONG alumbrada en la llama kirchnerista Hinchadas Unidas Argentinas (a través de la cual montones de violentos viajaron al Mundial de Sudáfrica en 2012); y Marcelo Pauleti (alias Tormenta), el primer detenido, quien integra La 13 y es muy cercano al intendente Massa.
Los barras de Tigre están todos complicados, porque la muerte de Velázquez obliga a cambiar la carátula de la causa de abuso de armas a homicidio en riña, situación que imputa a todos los presentes, víctimas y victimarios, quienes podrían afrontar penas de hasta seis años de prisión. A juzgar por los antecedentes, obviamente faltarán testigos, habrá encubrimientos y la causa, muy posiblemente, caerá en saco roto. Si hasta, sospechosamente, las cámaras de seguridad de San Fernando que por su ubicación estratégica debían tener filmado el tiroteo, se habían descompuesto el día anterior.
Una cosa es segura, lo que ocurrió en Tigre, lo que ocurre en Boca, lo que en su momento ocurrió en Newell’s y también en aquella famosa batalla de los quinchos en River, cuya consecuencia final fue el asesinato del barrabrava Gonzalo Acro, sólo por dar ejemplos recientes, seguirá pasando, y mientras tanto la lista de muertos seguirá aumentando hasta que, de una buena vez, la dirigencia del fútbol argentino asuma junto a las autoridades nacionales, provinciales y municipales, las responsabilidades que les competen para decirles, de una buena vez a esas organizaciones delictivas que son las barras bravas -y que poco tienen que ver con el folclore del fútbol, como estimó la presidenta Cristina Fernández el año pasado en unas declaraciones poco felices-, que ahora sí se les acabó la fiesta, el negocio, que no más muertos, que de violencia, y de balazos, ¡basta!
*Sociólogo y periodista.