Editorial I

La Corte Suprema de Justicia de la Nación acaba de pronunciarse acerca de la recomposición del medio ambiente en la cuenca del Matanza-Riachuelo e incluso dictó plazos para la realización de algunos de los ingentes trabajos que serán necesarios si es que se pretende reintegrar a la normalidad a uno de los cursos de agua más degradados de nuestro país y del mundo. Esa sentencia infunde alguna esperanza de que, por fin, las autoridades le presten atención a ese extenso foco infeccioso y pongan manos a la obra para tratar de sanearlo.

Alrededor de tres millones de seres humanos habitan el área de influencia de ese relativamente angosto riacho, cuya exigüidad atrajo la atención de los primeros pobladores europeos que por estas tierras hubo; tanto fue así que lo bautizaron de acuerdo con esa característica. Desde hace muchísimo tiempo, esa población en constante crecimiento soporta en carne propia las consecuencias nocivas del derramamiento en su cauce de sustancias cloacales y aguas servidas, la existencia en sus riberas de densos basurales, las emanaciones de sus aguas pútridas, y el vaciamiento clandestino y voluminoso de desechos químicos e industriales nocivos, asentados en su lecho desde hace décadas.

No había expirado el siglo XIX y ya LA NACION denunciaba en sus páginas las irregularidades cometidas por las curtiembres instaladas en las márgenes del río que delimitaba por el sur el territorio de la ciudad de Buenos Aires. No obstante esos llamamientos de alerta y reconvención, las autoridades ni en aquel entonces ni ahora tampoco parecerían haberse conmovido. La desidia, la inoperancia, los intereses encontrados y la falta de recursos -cuando no la corrupción, lisa y llana- se aunaron para llegar al estado actual, en que se han multiplicado las denuncias de comprobadas afecciones provocadas por esa persistente y honda irregularidad. En cambio, menudearon las promesas y así, poco a poco, el Riachuelo se convirtió en una las mayores fuentes de alimentación de la charlatanería vernácula: es imposible olvidar los célebres mil días, transcurridos los cuales se iba a poder "pescar y nadar" en sus aguas, todavía hoy en día amarronadas, salpicadas de manchas oleosas y cubiertas por desperdicios. En suma, muy poco se ha avanzado para concretar cuanto debía haberse hecho hace mucho tiempo.

Con evidente impaciencia por las demoras que ha podido comprobar motu proprio y con singular sensibilidad para apreciar la sinceridad de las denuncias vecinales, la Corte Suprema, documentada mediante consultas a reconocidas ONG y audiencias públicas, ha determinado en su sentencia, con exigencia de cumplimiento obligatorio, directivas y plazos perentorios de realización de los trabajos que será menester encarar si se pretende efectuar una correcta y honda labor de limpieza y saneamiento integrales de la cuenca.

Asimismo, el máximo tribunal ha fijado multas por incumplimiento que recaerán en la presidencia de la Autoridad de la Cuenca, organismo interjurisdiccional del que forman parte la Nación, la provincia de Buenos Aires y nuestra ciudad, cargo desempeñado en la actualidad por la secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti. El control de la ejecución correrá por cuenta del juzgado federal de primera instancia de Quilmes, mientras que la Auditoría General de la Nación fiscalizará el empleo del presupuesto, y la verificación de las obras estará a cargo de organizaciones no gubernamentales coordinadas por el defensor del Pueblo de la Nación.

Se podría decir, sin riesgo de incurrir en error, que por primera vez un aura de responsable seriedad tutela esta enésima iniciativa tendiente a encasillar al Matanza-Riachuelo en su estricta condición de mero accidente geográfico y a eliminar las connotaciones degradantes que hoy subrayan su mera mención. Por una vez sin que medien excusas o evasivas, los funcionarios tendrán que hacerse cargo de su incompetencia o ineficiencia. Si así ocurriera, como es de esperar, no sólo se habrá concretado la erradicación de un foco de insalubridad cuya persistencia es indignante, sino que, al margen, la desidia de los gobernantes y sus funcionarios habrá recibido una lección de esas que son difíciles de olvidar.