30 años de la reunificación alemana
El sábado pasado se celebró la reunificación de Alemania. El Este, que era comunista y estaba agotado económica y socialmente, con el Oeste, anticomunista con un régimen de libertad de mercado. El símbolo de esa fusión fue el derrumbe del muro de Berlín, que separaba dos mundos tan contradictorios. Fueron días y noches de festividades porque se volvieron a encontrar familias divididas por alambres de púas, por políticos enfrentados de uno y otro sector. Todo ello producto de la guerra fría, la falta de entendimiento entre potencias que empezó en esa misma gran ciudad destruida por lo bombardeos en un 80 por ciento
Los soviéticos no se entendieron ni con norteamericanos ni con ingleses y franceses. Eran los aliados que desembarcaron en Normandía por millares y arrollaron todo a su paso hasta llegar, después de los rusos, a la capital del Tercer Reich. En la conquista de Berlín los rusos perdieron 400.000 soldados entre muertos y heridos de gravedad.
La puja comenzó en el mismo año de la caída nazi. Para los rusos (que habían a lo largo de la guerra perdieron 25 millones de seres humanos entre civiles y militares) la intención era imponer el comunismo en toda Europa del Este. Todos querían desnazificar a Alemania, cada uno de los aliados ocuparon distintas zonas del país. Los intereses de cada región eran distintos.
Ya en 1978 asomaban los signos de la caída definitiva del comunismo. El 16 de octubre de ese año, Karol Wojtyla, cardenal de Cracovia en la Polonia comunista, fue elegido Papa con el nombre de Juan Pablo II. Era joven (tenía entonces 58 años de edad), enérgico y carismático.
Era más pastor que funcionario de la burocracia de la curia. No cedió ante los enemigos de la Iglesia. Abandonando la cautela de las buenas relaciones con el Este, comenzó a movilizar a multitudes para refrendar la pervivencia del cristianismo. Sin duda desestabilizó a los gobiernos comunistas de su país, cuestionando abiertamente el monopolio de la autoridad, que dependía de Moscú.
En 1978 Polonia ya estaba al borde del levantamiento social. Había un movimiento clandestino en defensa de los derechos de los trabajadores que comenzó a crecer. Surgió el nucleamiento "Solidaridad". Un militar, Wojciech Jaruzelski, pasó de ministro de Defensa a presidente de gobierno en 1981. Entre ese año y 1983 se sucedieron las manifestaciones contra el sistema.
Pero ellos no presagiaban la caída del poder comunista. Sin darse cuenta crearon el clima de la segunda guerra fría. Hubo represión contra los sindicatos. Leónidas Brézhnev que conducía la Unión Soviética y Ronald Reagan presidente norteamericano se acusaron mutuamente de considerar e incluso planificar una guerra nuclear, aunque ninguno de ellos tenía en realidad esas intenciones.
Pero se instalaron nuevos misiles en Europa Occidental. La oposición en la República Federal obligó al canciller social demócrata Helmut Schmidt a renunciar. La izquierda de su partido votó contra el despliegue de nuevos misiles en su territorio. Su sucesor fue el cristiano demócrata Helmut Kohl. El espejismo de una zona desnuclearizada y neutral en Europa Central era muy apreciada por muchos alemanes. La Ostpolitik para calmar las tensiones entre las dos Alemania funcionó desde que se impuso con Schmidt y fue respetada por su sucesor.
En marzo de 1985 Mijaíl Gorbachov fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. Tenía 20 años menos que sus predecesores. Era reformista, pero no radical. Sus compañeros de la misma edad consideraban a sus anteriores secretarios generales como decepcionantes. Gorbachov puso en marcha reformas deliberadamente leninistas o socialistas. No obstante, Felipe González, a cargo del poder en España por el Partido Socialista era admirado por el líder ruso que lo consideraba como práctico titular de una socialdemocracia respetable.
Gorbachov había dedicado toda la década del setenta a viajar por Europa Occidental. Decidió por ello poner todos los esfuerzos en revisar la moribunda economía de la Unión Soviética y terminar con los numerosos casos de corrupción. La industria estaba muy retrasada desde el punto de vista de la calidad. Su reforma pasaba por eliminar los planes centralizados. Propuso pocas empresas privilegiadas a las que se les garantizaba una provisión constante de materias primas.
Otros comunistas criticaron a Gorbachov y dijeron que era la repetición de otras políticas de fines de los años veinte y treinta que no funcionaron. Gorbachov sacó a la Unión Soviética de la guerra en Afganistán que fue una derrota como la de Vietnam para los norteamericanos. Era una herida sangrante que no cicatrizaba.
El partido comunista comenzó a fracturarse, las divisiones ideológicas eran profundas. Gorbachov pese a todos los cambios no lograba ningún objetivo. Y su gobierno tuvo que hacerle frente al desastre nuclear de Chernóbil que horrorizó al mundo en Europa del Este.
Los partidos comunistas no podían frenar las protestas por las dificultades económicas. Una de las particularidades del fin del comunismo en Hungría es que lo dirigieron los propios comunistas que no olvidaban la invasión rusa en 1956 por la rebelión popular y el fusilamiento de sus líderes. Hubo una segunda revolución húngara en 1989 pero los soviéticos dejaron que sucediera.
En una visita de Gorbachov a Alemania Oriental, varias manifestaciones pidieron cambios en los sistema de producción y comercialización que se arrastraban de años. Un intriga en la conducción del Partido Comunista de Alemania del Este terminó con la conducción de su líder Erich Honecker, quien encontró asilo en Chile donde murió en 1994. El pánico ganó en las jefaturas comunistas de todos los países del Este, en algunas situaciones pacíficas, en otras sangrientas: por ejemplo, el fusilamiento del matrimonio Nicolae Ceaușescu, conductor férreo en Rumania.
La muerte del comunismo alemán, en enero de 1990, tras un levantamiento popular en 1989, llevó a destrozar el muro el 9 de noviembre en medio de una gran algarabía y a unificar la nación que venía cortada por la mitad.
Los alemanes orientales creían, en las fiestas que se sucedieron, que quedarían en igualdad de condiciones que los occidentales. Pero la reunificación del 3 de octubre de 1990 los afectó duramente. A partir de entonces, se los consideraba ciudadanos casi de segunda clase. Se los identificaba por sus vestimenta o por sus modos de conducirse en sociedad. Fueron, y son, discriminados en todos los sentidos.
Transcurrió casi un año de negociaciones y esperanzas: la República Comunista alemana dejó de existir y se incorporó a la República Federal, la del oeste.
Kohl nombró a Detlev Rohwedder, CEO del grupo Hoesch, como organizador del destino de los bienes del Este y el los obreros y funcionarios. Con la reunificación, dos millones de alemanes del este -en general jóvenes y muchas mujeres- emigraron al oeste, empujados por el deseo de mejorar su estilo de vida. Otros no pudieron seguirlos. Fue un proceso dramático. Rohwedder impuso una estrategia sin miramientos, liquidó empresas enteras, disolvió los equipamientos sociales y culturales vinculados a esas compañías, expulsó a los obreros,
dinamitó compañías obsoletas y vendió a alemanes occidentales esas empresas por poquísimo dinero si es que conservaban el empleo básico de las mismas, cuestión que no sucedió. Rohwedder fue asesinado de dos tiros en la espalda, de noche, desde el exterior y su mujer salió malherida. Nunca se pudo develar a los responsables de esas muertes, atribuida a la Stasi, la liquidada policía secreta comunista o bien a grupos de izquierda extrema. La historia de ese suceso está mostrado en una documental que lleva el nombre de la víctima expuesta en Netflix.
En lo que fue el este de Alemania, dominada desde el fin de la Segunda Guerra por los comunistas, vienen surgiendo, por la desocupación y las malas condiciones de vida, manifestaciones de militantes de la extrema derecha. Desfilan levantando el brazo, como lo hacían los nazis. Son las víctimas de la desesperación.