Publicado en el suplemento

Acciones para la Participación Ciudadana, en Diario Perfil

“Los libros son un elemento tan perfecto y necesario como las cucharas”, grafica, entre risas, la escritora Gigliola Zecchin, más conocida como Canela. La periodista y escritora nacida en Vicenza, Italia, vive en el país desde 1951. En su castellano perfecto ya conocido por todos, cuenta que la necesidad por comprender un país nuevo y desconocido la llevó a ser una lectora “muy intensa”. En la era de la tecnología, los videojuegos y las pantallas, frente al avance tecnológico, no tiene ningún tipo de dudas: destaca la labor didáctica de los libros en papel.

- ¿Cuándo comenzó su interés por la literatura?

Aprendí a leer y escribir desde muy pequeña. Tenía una hermana maestra que era la que enseñaba, me gustaba muchísimo la lectura. Éramos muchos hermanos y ellos me hacían bromas leyéndome los epígrafes de los dibujitos que había en la revista para niños, me inventaban lo que decía y me daba cuenta de que no me estaban diciendo lo correcto. Así que la primera razón fue una inmensa curiosidad por llegar a la verdad. Los libros nos acercan un poco a ella. Cuando vinimos a Argentina, tuvimos la necesidad de entender el país al que llegábamos. Eso me llevó, también, a ser una lectora muy intensa. Con mi hermano comprábamos, una vez al mes, un texto de la colección de Robin Hood, eran largos. Cada uno elegía el libro que le gustaba y así estábamos, realmente, ingresando al castellano, yo más rápidamente porque me encantaba. Luego, los libros no me abandonaron más, ni yo a ellos. Creo que uno de los grandes errores de mi última mudanza fue que tuve que reducir mucho la cantidad por una cuestión de espacio. 

- ¿Utiliza libros digitales? ¿Cree que desplazarán al formato papel?

No creo que los libros de papel desaparezcan, sí considero que van a convivir con los electrónicos que, por otro lado, son muy prácticos. Cuando aparecieron, me regalaron un dispositivo que contenía 500 libros. ¡Quedé asombrada! Leí allí textos que no hubiera leído en mi vida, porque no hay espacio para tantos libros en los sitios donde vivimos. Igual, me siento más cómoda y me parece más confortable leer en papel. 

- ¿Qué se necesita para escribir un libro atractivo para los chicos? 

Hay niños que no saben leer textos, que solo leen imágenes, otros que no tienen libros a su alcance, los que son seducidos por todo lo virtual y están siempre junto a una pantalla, aquellos con padres que leen y quienes nunca vieron a un adulto leer. Es muy difícil generalizar. Igualmente, hay una gran cantidad de niños lectores. Cuando escribimos, es imposible pensar en todos ellos. Por eso, creo que uno puede escribir mejor para un chico si escribe para su propio niño, para el que uno es, el que lleva adentro. Los autores estamos atravesados por todo aquello que nos emociona, nos convence y nos intriga y por allí pasa la cuestión. Yo escribo mucho sobre los niños pobres porque fui una nena pobre y sé de qué se trata. Tengo cuentos que no sé si a los chicos les gustaron, pero a mí me encantó contarlos, ya que están nutridos por historias verdaderas de mis perros, mis nietos, cosas que pasaron. Me fascina meter pequeñas y reales experiencias en las historias y, además, contarlas con una especie de poética. Esto no quiere decir que sea aburrida, sino que una juega con imágenes, palabras y metáforas que los niños pueden llegar a descubrir en el texto. 

- ¿Le resulta más sencillo escribir para el público infantil?

Es una experiencia distinta a la escritura para adultos. Con los ejemplares para niños me acerco más al juego. Cuando escribo para los grandes, me aproximo más a vivencias que tenemos. No hay dos chicos que disfruten los libros de la misma forma. La lectura es una experiencia individual. Tiene que ver con lo que cada uno pone de su propia experiencia, sensibilidad, imaginación. Las palabras son signos cuando alguien va leyendo, debe ponerles imágenes a esos signos para saber de qué le están hablando. Ahí entra la ilustración, que es un componente sustancial en los libros para niños, ya que están muy acostumbrados al color, a libros bien impresos. Hace 50 o 60 años, acá se imprimían solamente en blanco y negro, el color era muy costoso. Se trataba de libros muy poco atractivos desde el punto de vista del objeto. Sin embargo, los buenos textos atraviesan el tiempo. Se reversionan, se escriben otra vez, con un lenguaje más cercano a los chicos, que ahora están acostumbrados a leer virtualmente, inundados por imágenes a través de las pantallas. Nosotros teníamos un entrenamiento del mundo de lectura más amplio porque éramos más observadores.