La guerra de Corea (1950-1953), de la cual se recuerda su 70 aniversario, no fue el desencadenante de la Guerra Fría que, asentada por el poderío nuclear, dominó las decisiones, tensiones y angustias en el mundo hasta la caída del comunismo en 1990.

Franklin Roosevelt, Churchill y Stalin ya habían decidido en conferencias previas al final de la Segunda Guerra repartir las "zonas de influencia" donde fijarían sus dominios reales al finalizar el conflicto. Roosevelt murió semanas antes del suicidio de Hitler en el bunker y la posterior claudicación de Alemania.  

Previamente, algunos capitostes del régimen nazi (Himmler, Goering) habían hecho contactos informales con generales norteamericanos. La fantasía que planteaban era unir lo que quedaba de la Wehrmacht derrotada con los ejércitos aliados y proseguir la guerra contra la Unión Soviética que tenía su territorio destruido, la pérdida de 25 millones de personas (entre militares y civiles) y unos batallones agotados tras la corrida del invasor germano hasta su reducto después de la victoria rusa en Stalingrado (inicios de 1943) .

Uno o dos generales norteamericanos participaban (como el caso de Patton) de esa idea osada e imperial. Pero ni el Estado Mayor ni Washington coincidían en esa apreciación. De todas maneras, la tensión extrema en medio de la ocupación de Alemania entre Washington y Moscú fue creciendo. Los rusos habían ocupado todo la Europa Oriental y comenzaron a ubicar gobiernos satélites. 

Pese a que Roosevelt había autorizado en la Conferencia de Yalta (febrero de 1945) esas maniobras de los rusos, Washington vivió esa movida como una provocación. Fue allí, ya entre 1946 y 1947, cuando comenzó la "Guerra Fría", latente, desbordada de espionaje, odios, rencores y amenazas entre las dos potencias ex-aliadas.

A Roosevelt lo sucedió su vicepresidente Harry Truman (1884-1972) que cambió toda su estrategia de política exterior y permitió que se arrojaran las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki pera terminar la Guerra en el Pacífico. Todavía hoy es muy polémico el nacimiento de la "era atómica".

El Partido Republicano de Estados Unidos comenzó una revisión que aparejó una "caza de brujas" contra los ministros y sostenedores de Roosevelt a quien definían como un político "demasiado liberal" a la norteamericana. 

También se ensañaron contra intelectuales, artistas, actores célebres de Hollywood. Todo cesó cuando en 1950 esa "comisión anticomunista" dedicó su tiempo a investigar al Ejército. Los abogados de las fuerzas armadas destrozaron al republicano Joseph MacCarthy, el encargado de las Comisiones de Investigación del comunismo y a sus seguidores (entre tantos, Robert Nixon).

Paralelamente sucedían "limpiezas" de personalidades amigas o contactos con Occidente por orden de Stalin en Moscú que obtuvo la bomba atómica en 1948 y por lo tanto alcanzó el equilibrio militar con Estados Unidos.

Los norteamericanos entendieron que los océanos no ofrecían mucha protección contra un supuesto ataque comunista con quien vivía en competencia permanente.

En la reconquista del océano Pacífico perdido en manos de un Japón dominado por un grupo belicista militar tras el ataque a Pearl Harbor (1941), Estados Unidos había puesto sus mejores fuerzas armadas y toda la parafernalia militar imaginable producida en sus líneas de montaje industrial. 

Es decir, hasta terminar ese duro enfrentamiento con el Imperio nipón, Estados Unidos tuvo que dividir sus ejércitos entre la ocupación en Europa y los crueles desembarcos en islas ocupadas por el enemigo en el Pacífico.

Japón se había constituido en potencia dominante desde comienzos de la década del treinta en todo el Pacífico, donde había posesiones coloniales francesas, holandesas e inglesas. Se apropió de un sector de China continental a sangre y fuego y se asentó definitivamente en Corea, como proveedora de alimentos.

Los militares de Tokio, en alianza con Alemania y la Italia de Mussolini ("El Eje") tenían una visión de tierra ocupada, "arrasada" y expoliada. Por ejemplo, se apropiaron de las mujeres coreanas como prostitutas de los burdeles del ejército japonés en los distintos frentes del conflicto. Hasta hace una o dos décadas esas mujeres seguían exigiendo indemnizaciones a Tokio por esa terrible decisión. La ciudad nunca lo reconoció. Tampoco lo hizo con los trabajadores coreanos esclavizados.

A partir de 1946, cuando volvió la paz, renacieron los deseos de liberación de los pueblos del Pacífico. Ese mismo año, el marxista vietnamita Ho Chi Minh, que había participado en la resistencia armada contra el aparato militar nipón, declaró la guerra de liberación contra la Francia Colonial.

Corea ya estaba dividida entre Norte (comunista) y Sur (pro occidental) antes del final de la guerra. Cuando los del Norte (comandados por Kim Il Sung) comenzaron la invasión para apropiarse del Sur. 

Las Naciones Unidas maniobraron con la insistencia de los Estados Unidos para evitar esa maniobra. En el sur de Corea dominaba Syngman Rhee, que había estado en el exilio norteamericano durante treinta años. Corea era un territorio lejano para los intereses enfrentados, excluídos los chinos comunistas de Mao Tse Tung que ocuparon el poder en 1949 y para Moscú por sobre todo. El valor estratégico de Corea era relativo. Es lo que muchos creían.

Rhee desconocía los aspectos más elementales de la realidad coreana. Lejos de asumir los principios democráticos en los que los norteamericanos propugnaban su actuación, respondió más a los cánones de una dictadura corrupta. Además tanto Kim como Rhee querían unificar al país, a su manera, tal como lo habían decidido en 1944 Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética.  Rhee no era popular ni tenía importantes principios. Gobernaba con funcionarios que habían servido a los japoneses, lo cual creó muchas tensiones en su territorio.

Después del fin de la Segunda Guerra, Truman desoía a los vociferantes anticomunistas y Corea le resultaba indiferente. Sus enemigos lo llamaron "cobarde, timorato". Stalin, por su parte, y sus asesores, se convencieron de que Estados Unidos no iría a la guerra para defender Corea del Sur, brindaron mucho armamento y aprobaron los planes de invasión de Kim Il Sung.

En junio de 1950, tropas de norte, infantería y blindados soviéticos cruzaron el paralelo 38 sin encontrar resistencia y tomaron la ciudad de Seúl. Syngman Rhee con su escaso ejército y tropas norteamericanas de guarnición se retiraron al sur de la península, refugiándose en la ciudad de Busan. 

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó de inmediato la agresión y ordenó la retirada de las tropas comunistas hasta el paralelo 38. La ONU creó una fuerza armada multinacional bajo el mando norteamericano para "normalizar" la situación en Corea. Los norteamericanos llegaron con un poco menos de un millón de soldados a Corea del Sur, que no tenía estatuto pleno de nación independiente. Junto a las tropas de Washington participaron soldados de Francia, Canadá, Australia, Turquía, Sudáfrica, Bélgica, Colombia, Tailandia y Filipinas.

El general Douglas MacArthur, héroe de la reconquista del Pacífico, fue designado jefe de todas las fuerzas armadas de las Naciones Unidas. La presencia de esas tropas cambió inmediatamente el signo de la guerra en Corea.

MacArthur se apoderó del puerto de Incheon, desembarcó tropas que liberaron Seúl, cortó los suministros a los soldados comunistas del norte y recuperó todo el sur. Inició un avance a toda marcha y llegó hasta la frontera con China.

Los chinos comunistas se alarmaron ante la posibilidad de que los norteamericanos se consolidasen en su fronteras. MacArthur había actuado por su cuenta, sin el respaldo de Washington y quería acabar con los chinos de Mao. En esos días el general Douglas reclamó autorización para lanzar la bomba atómica sobre Corea del Norte, para "borrar el comunismo de Asia". Fue desautorizado y removido por orden estricta de Truman que no quería extender la tensión bélica.

Pese a ello, China, temerosa, lanzó centenares de miles de soldados que arremetieron contra las Naciones Unidas, le ganaron territorio, volvieron a tomar Seúl (enero de 1951) y los norteamericanos retrocedieron todo lo que pudieron. 

La realidad internacional se volvió cada vez más preocupante. Las capitales Washington, Moscú y Pekín hicieron lo imposible para calmar los ánimos y comenzar un armisticio. Las negociaciones formales empezaron en julio de 1951 en la ciudad de Kaesong. Fueron reuniones agotadoras, con discursos interminables, pero nada se obtuvo. 

A fines de 1952, el general Dwight Eisenhower, héroe del desembarco aliado en Normandía, fue designado presidente, en reemplazo de Truman.

Los enfrentamientos en Corea continuaban sumando víctimas y arrasando poblaciones. Pero las superpotencias, todas, las que respaldaban a uno y otro bando (norte versus sur de la península) buscaban el cese de los combates, a cualquier costo. 

En julio de 1953, después de 37 meses de conflicto, se consiguió poner fin a la guerra. Se firmó un acuerdo que no era de paz sino que tenía características de armisticio.

La guerra de Corea costó tres millones y medio de muertos y no cesó porque hoy sigue la tensión. Kim Jong-un, descendiente del  primer guerrero comunista, se mantiene en plan de reivindicación y considera que la guerra no ha terminado, que solo se firmó un freno a los combates. Con asistencia del exterior permanentemente, exhibe su poderío en cohetería y base atómica, dialoga de igual a igual con Estados Unidos, realiza peligrosas pruebas sobre el Pacífico, asusta a Japón y a otros países. Es un peligro latente.

En el interín, Corea del Sur respaldó el resurgimiento industrial y se ha erigido en potencia productiva en distintos ámbitos como el naviero, el automotriz y el comercio internacional.

No faltan historiadores que definen el enfrentamiento de Corea como una guerra inútil, desgraciada y arrasadora. Pero no fue el comienzo de la Guerra Fría. Esa guerra ya estaba instalada en las tensiones de los territorios ocupados en la ex-Alemania nazi.