En agosto se conmemora el paso a la inmortalidad de uno de los padres fundadores de la Nación: el Libertador de América José Francisco de San Martín. Es oportuno volver sobre algunas de las enseñanzas que forman parte de su legado. En la historia argentina, las figuras de Manuel Belgrano y José de San Martín simbolizan la importancia de la unidad de miras en la lucha por la independencia. Su capacidad para colaborar, a pesar de las diferencias personales, es un ejemplo que resuena desde la fundación de nuestro país y que nos obliga a reflexionar sobre los tiempos que vivimos.       

En un mundo donde los desafíos son cada vez más complejos, la necesidad de una visión compartida se vuelve crucial para alcanzar un desarrollo sostenible y progreso significativo para mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad. La unidad de miras implica que diferentes sectores, desde el gobierno hasta la comunidad empresarial y la ciudadanía toda, deben alinearse en objetivos estratégicos comunes. Esta comunión es vital para enfrentar los problemas que nos aquejan, tales como la pobreza, la desigualdad y la exclusión de grandes sectores sociales del país. De hecho, sin una visión compartida, es probable que los esfuerzos sean fragmentados y, por ende, menos efectivos para enfrentar las grandes preocupaciones de la ciudadanía.

En este sentido, y tal como hemos remarcado en ocasiones anteriores, el diálogo, los acuerdos y la colaboración se convierten en pilares fundamentales. Tal es así que, en lugar de ahondar las diferencias y crear posiciones irreconciliables, los diversos actores políticos, económicos y sociales deben trabajar juntos, combinando recursos y conocimientos para alcanzar los objetivos de desarrollo, dejando de lado las rencillas y enfrentamientos estériles, más allá de que estos reditúen electoralmente, como parece que ocurre en los últimos años. La colaboración y la unidad de miras no solo optimizan los esfuerzos, sino que también fortalecen la cohesión social, un aspecto esencial en un país con marcadas divisiones.

Por otro lado, la visión compartida y la construcción de un plan o modelo de país posibilitan el diseño y ejecución de políticas públicas más efectivas, aprovechando, además, los siempre escasos recursos. Es que, aunque parezca una verdad de Perogrullo, cuando los diferentes actores con poder de decisión sobre el espacio y la “cosa” pública se unen para definir objetivos y estrategias de largo plazo en una agenda de Estado, las políticas resultantes son más atinadas, inclusivas y acordes a las expectativas y necesidades de la población.

Esto resulta por demás relevante en áreas como educación, salud y uso responsable de los recursos y cuidado del medio ambiente, donde las decisiones deben ser productos de grandes acuerdos y reflejar una comprensión mucho más holística de los problemas que enfrentamos.

Aquí volvemos sobre una de nuestras preocupaciones recurrentes: el papel de la educación en la construcción de un modelo de país. Desde las aulas, hoy incluso virtuales y en la era del metaverso, donde la educación inexorablemente vive el embate de los tiempos y debe adaptarse, se debe promover el pensamiento crítico y la colaboración. Las nuevas generaciones, a quienes tanto impulsamos a adaptarse para un mundo competitivo, también necesitan de nuestro ejemplo de colaboración y predisposición a trabajar en equipo, entendiendo que el éxito no solo es individual, sino que tiene mayor valor cuando se logra en equipo.

Incluso desde la formación disciplinar en el ámbito empresarial, desde nuestro rol docente, hacemos hincapié en la responsabilidad social corporativa como una vía para fomentar esta visión compartida y de gran impacto comunitario. Las empresas que integran objetivos sociales y ambientales en su modelo de negocio no solo contribuyen al bienestar de la comunidad, sino que también generan valor a largo plazo y aumentan su propio valor agregado. Esto demuestra que el progreso económico y el bienestar social no son mutuamente excluyentes, sino todo lo contrario.

Por otro lado, la participación ciudadana es esencial, en tanto la democracia no solamente implica la responsabilidad y el derecho de votar en determinados períodos; implica un compromiso activo en la construcción de una sociedad mejor. Cuando los ciudadanos se involucran en la toma de decisiones públicas, se sienten parte del proceso y es más probable que apoyen iniciativas que busquen el bien común y ayuden al diseño de políticas públicas más efectivas.

Esta unidad de miras es fundamental en la capacidad de superar crisis, y el mejor ejemplo lo tuvimos durante la pandemia de COVID-19, donde quedó demostrado que, ante situaciones adversas, la responsabilidad, las acciones compartidas, la colaboración y la solidaridad son indispensables. Las comunidades que trabajaron juntas para enfrentar la crisis no solo lograron mitigar sus efectos, sino que también emergieron más fuertes y resilientes ante tamaño desafío.

Finalmente, para que esta unidad de miras y visión compartida se materialice, es necesario un liderazgo comprometido, en especial con liderazgos públicos éticos y empáticos. Líderes que no solo busquen el poder, sino que estén dispuestos a escuchar, a aprender y a trabajar en conjunto con el resto de los actores relevantes. 

Este tipo de liderazgo inspirador puede ser el catalizador que impulse a la sociedad hacia un futuro más prometedor. Así, esta legendaria unidad de miras de nuestros padres fundadores resulta hoy esencial para el progreso y desarrollo sostenible de Argentina. A través de la colaboración, la educación y la participación activa, la sociedad argentina puede enfrentar sus desafíos actuales y construir un futuro más equitativo y sostenible. Siguiendo el ejemplo de Belgrano y San Martín, es momento de unir fuerzas y trabajar juntos por el bien común, aquel que tanto preocupaba al creador de nuestra bandera, Manuel Belgrano.