El racismo sigue presente en el mundo. Los prejuicios siguen, extendidos, en todos los continentes. Solo en contadas excepciones las sociedades "aceptan" al diferente, al que anteriormente fue considerado un réprobo.

Hace algunas días Claudia López fue elegida Alcalde de Bogotá. Autodefinida como lesbiana, defensora de la paz, los derechos LGTBI y la política ecológica. No es el primer caso de políticos que no se adecúan al modelo sexual clásico en los últimos siglos.

Se necesitó por lo menos un siglo para que los "diferentes" fueran aceptados, aunque con condiciones y formalismos. Fue muy dura la lucha de las feministas a comienzos del siglo XX para conseguir el derecho al voto. 

Fue Rosa Luxemburgo, gran oradora y dirigente de izquierda quien dirigió la Revolución llamada "Espartaquista" en Alemania al finalizar la guerra. Era pacifista, se diferenciaba de otros comunistas (los del Kremlin no pensaban como ella) y buscaba un gobierno que se opusiera al nacionalismo germano que no había cesado pese al desastre final de la Primera Guerra Mundial.

Sus opositores políticos y las tropas armadas que se mantenían en el Ejército y luego militarían en el nazismo terminaron con su revolución, la mataron junto con su pareja (otro líder de izquierda) y la tiraron al río que cruza Berlín.

Para Claudia López gobernar Bogotá, una ciudad con más de siete millones de habitantes y un PBI superior al de Uruguay, supone asumir el segundo cargo con relevancia política después de la Presidencia de la República Colombiana, todavía vapuleada por la presión de grupos armados, pese a la paz firmada con las ya históricas FARC.

López declaró que "Bogotá no solo votó para que la ciudad cambie en los próximos cuatro años, sino para que esta generación cambie a toda nuestra sociedad". Y agregó: "Derrotemos el machismo, racismo, clasismo, homofobia y xenofobia". Terminó albanando el trabajo legislativo en el Senado en la regeneración democrática  y la lucha contra la corrupción.

Muchos creen que la "grieta" ideológica solo afecta la Argentina. Pero tras los resultados de las cercanas elecciones en Bolivia, donde todo indica que triunfó el líder aymara Evo Morales, se escucharon en La Paz y en otras ciudades del país andino expresiones de alto voltaje racista. Debe recordarse que la República de Bolivia pasó a ser un "Estado Plurinacional" a fines de enero de 2009.

En los últimos días, las redes sociales y las concentraciones han servido como campo de batalla para que los seguidores del oficialismo de Morales y los de la oposición se insulten a grito vivo, haciendo alusión a su procedencia, a su clase social o a la etnia indígena a la que pertenecen.

Está claro que desde hace siglos el racismo es estructural en ese país. Los privilegios para alcanzar el poder político eran, fueron y siguen siendo, de alguna manera, para los sectores criollos mestizos, con exclusión de los representantes indígenas.

Más oculto, el racismo es subterráneo y a veces amenazante en Perú y en Ecuador, como también en Chile, en Centroamérica y en México. Mirando más al norte del continente, también formó parte de la vida de los Estados Unidos y sigue siéndolo, aunque de manera oculta, por lo menos en los estados del sur del país.

Hasta la llegada de los presidentes Kennedy y luego Johnson en la década del sesenta, los norteamericanos de color eran ciudadanos de segunda clase. Las grandes figuras negras del jazz y de la cultura tenían que entrar a teatros y lugares de conciertos por las puertas de servicio y usar tanto baños como lugares de comida especiales para ellos.

Eso le pasó, según recuerdos recuperados, a Louis Amstrong, Aretha Frankin y Billie Holiday, por ejemplo. Otras grandes figuras negras viajaron a Europa para radicarse y no sentir extremo dolor por la discriminación en Estados Unidos.

Hace tres meses se dio a conocer el Eurobarómetro en el viejo continente, que muestra discriminaciones vinculadas a las orientaciones sexuales. El trabajo refleja una brecha profunda entre opiniones recogidas en Europa Occidental y Oriental, donde gobernaron los sistema políticos comunistas hasta la caída del Muro de Berlín y poco después en los primeros años de la década del noventa. También otros valores marcan grandes diferencias entre el Este y el Oeste.

Todo gira en torno de la xenofobia contra la ola inmigratoria que creció a cifras importantes en los últimos años, que se expresa con mayor volumen en el Este, donde resurgieron expresiones melancólicas y racistas que recuerdan al nazismo.

En materia de discriminación por orientación sexual, por ejemplo, Hungría, Bulgaria, República Checa, Croacia, Eslovaquia e Italia -expresa el Eurobarómetro- experimentaron un grave empeoramiento desde 2015 hasta ahora.