En la Francia de estos días todavía se siguen discutiendo sucesos y personajes presentes en la ocupación de Francia por Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Hay muy pocos trabajos de investigación sobre ese momento sombrío. Quizás porque continúa imperando la vergüenza de la derrota fácil (los franceses entregaron las armas en casi un mes de defensa).

El país fue dividido entre un bajo número de militares alemanes al norte y del centro hacia el sur de la Galia. El gobierno colaboracionista de Vichy (constituído el 10 de julio de 1940 en esa ciudad) comandado por el anciano mariscal Philippe Pétain, héroe de la Primera Guerra Mundial quien tuvo como mano derecha al líder ultraderechista Pierre Laval.

Francia estaba controlada por un puñado de soldados de la Wehrmacht, que tuvo que lidiar con la resistencia de un puñado de franceses. La Resistencia estaba integrada por integrantes del Partido Comunista francés, gaullistas, que solo recibían órdenes de Londres, donde se había refugiado Charles De Gaulle, militantes católicos, grupos nacionalistas, ferroviarios de muy distintos distritos, judíos europeos que habían querido encontrar refugio en Francia antes de la guerra.

El resto de los franceses, el 98 por ciento, siguió su vida normal. Muchos intelectuales fueron amigos de los oficiales franceses (Jean Cocteau, por ejemplo). Todo siguió como si nada hubiera pasado.

Hay una imagen certera: los alemanes desfilaban como valientes vencedores por las calles de París en tren de victoria mientras los más importantes e históricos bares en las grandes avenidas estaban atestados de franceses saboreando todo tipo de licores.

Pero hubo muchos franceses que no quisieron perder su dignidad, su visión moral. Un caso que el país ahora admira es el de la resistente Germaine Tillion quien nació en el seno de una familia francesa tradicionalista  donde valía el patriotismo republicano y la fe cristiana. Al terminar el colegio secundario, Germaine optó por la  Etnología, el estudio de las costumbres en las sociedades premodernas. 

Convencida de que su labor era conocer el mundo en toda su diversidad viaja a Königsberg en 1933 (año en el que Hitler accede al poder) y toma conciencia del totalitarismo. Tillion descubre que las doctrinas racistas que difunde la universidad en esa ciudad son " una estupidez totalmente execrable". Tampoco tiene simpatía por el comunismo soviético.

Entre 1933 y 1940, ejerció la etnología en el Museo del Hombre de París. La declaración de la guerra llega estudiando en el pueblo Aurés en Argelia. Germaine ingresa calladamente en la Resistencia contra los nazis, próxima a la línea de Charles de Gaulle. 

Lo hace por su "amor a la patria" (lo afirma en un reportaje periodístico). Pero en la guerra pensaba que el amor a la patria queda enmarcado dentro del "amor universal por la verdad". No participa en las acciones armadas de los partisanos. Ella no está de acuerdo con la violencia.

Cuando detienen a algunos compañeros del Museo del Hombre sabe que los opresores los torturan salvajemente y luego los matan. Garmaine se siente responsable de lo que le pasa a sus amigos. En 1942, un traidor se ha introducido en su grupo y denuncia a Tillion, a la que encarcelan. Detrás de las rejas sigue tomando notas sobre sus sentimientos y todo lo que pasa a su alrededor queda como testimonio.

Cuando le dan libertad condicional adopta otra modalidad: "Creemos que la alegría y el humor constituyen un clima intelectual más estimulante que el llanto lastimero. Esta capacidad de reírse de lo que nos rodea es estupenda".

Tiene un compromiso grande con la Resistencia contra los invasores. Después de 14 meses encerrada envían a Germaine, tras ser juzgada, al campo nazi de Ravensbrück, al norte de Berlín. Postrada en la enfermería del campo, con fiebre alta, cuando acaba de enterarse de la muerte de su madre, escribirá, para no ceder a la desesperación, "decido vivir". Su madre había sido apresada por colaborar con la Resistencia y fue empujada  para introducirla en una cámara de gas. 

En el campo, Germaine nuclea a las mujeres sufridas, las alienta y les dicta conferencias sobre etnología. Liberada por las fuerzas occidentales en abril de 1945 comprueba que sus amigos del museo han muerto de la misma manera que su madre.

Al salir Germaine ya no es más creyente religiosa. Asiste al juicio tribunalicio de los vigilantes de Ravensbrück y no lamenta los castigos. Al observar de cerca a sus vigiladores explica: "Me doy cuenta de que aunque los odie me dan pena". 

Luego dedica su tiempo a contar su experiencia en Ravensbrück, narra las atrocidades que vivió y presenció entre sus amigas. Señala que los "alemanes son intrínsecamente malos". 

Diez años después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Germaine Tillion se ve implicada en otra forma de rebeldía, de lucha contra el sometimiento. El primer día de noviembre de 1954 empieza la serie de acontecimientos que se llamará La guerra de Argelia, territorio que París consideraba una más de sus colonias. A petición de varias personalidades y con el acuerdo del gobierno francés, Germaine va a investigar al territorio de la colonia argelina.

Frente a la rebelión popular contra los franceses para lograr la liberación la situación real es deplorable y cada día más pauperizado. Describirá todo lo que vio y presenció en un nuevo libro. Argelia en 1957 es su simple título.

Describe la fuerza y el drama de los luchadores argelinos contra el ejército francés. Descubre que sus amigos de la Resistencia que se habían incorporado al Ejército Francés estaban torturando con los mismos métodos locamente violentos que ellos habían sufrido durante la guerra contra los alemanes. Lo explica con angustia en su tercer libro Los Enemigos complementarios y en un cuarto texto Justos y traidores.

Saber que la humanidad es capaz de las peores infamias no impide que Tillion sea indulgente: "El hombre lo es todo, lo peor y lo mejor". Muere el 18 de abril de 2003.