La lluvia escribe. Sin saber quién la conduce, arroja las gotas que caen, como letras, y ahí están las frases. En ese chaparrón de verano va el cuento de un presente que promete. El que lee no sabe si creerle.

En aquella garúa nocturna se relata la melancolía de lágrimas finitas en una tristeza que se ofrece infinita.

Ahora la lluvia dibuja. No se nota el pulso, pero los trazos, en el aguacero retratan amores. Están los rostros que conocemos y los que vendrán.

Y la lluvia crea. No hay manos. Su agua, al tocar la tierra, se hace, a un tiempo, alfarera y barro, y se configura la silueta de quien concibe las tormentas, las frases, las líneas y las formas. A todos nos moja una hermosa locura.