El suelo. El suelo que piso y que me embarra, que sube con sus cuestas y sus pendientes y que, en esas inclinaciones, me hace rodar, me baja. 

El suelo que me sostiene para alzar los brazos y que se riega con lágrimas, sudores, saliva y sangre. 

Suelo, lienzo de mis huellas, soporte del camino que me lleva a vos, que sos la otra, el otro, y que te trae a vos, que sos el otro, la otra.

El suelo que hace los huecos para mis raíces. Y tengo patria y esa patria se parece, cada vez más, a una tierra sin patriotas. Que es planeta que aplastamos, secamos, asfixiamos.

El suelo que apuntala cada cuerpo, pero no el aliento, ni la voz, ni los pensamientos. Ellos pertenecen al cielo, como el barrilete obstinado en subir y volar, como el alma que añora la altura de su origen.

Y nos damos cuenta que somos suelo y cielo, tumba y vientre, porvenir y no llegar. Ya no queda tiempo para tirar los dados.