La palabra sol no ilumina, no da calor. Decir amanecer tampoco trae la mañana, ni esta mañana dicha hará salir el sol.

Escribir mar no moja, ni acerca las olas, incluso estas olas que escribo no rompen, ni tienen movimiento, ni espuma, y esta espuma escrita no posee color, como ese color, en letras, huye al reconocimiento de los ojos.

Conjugar el verbo amar no es entregarse, ni ser servicial o generoso, ni expresar el bien o la verdad, como jurar esa verdad puede ser una mentira.

Es que la palabra no está obligada a cumplir con lo que dice. La palabra, por sí sola, no tiene compromiso, sólo representa. Vale por quien la encarna, quien la manifiesta, quien la pronuncia, quien la escribe, quien la sostiene. La palabra, en su debilidad, habla, mendiga y pide que la cuidemos.