Dueños de las manos. De las uñas que escarban, que reviven las cuerdas y las notas. De los puños que golpean, que esconden y aferran. De las muñecas que se ofrecen para el pulso, las horas y las navajas.

Dueños de las manos. De los dedos que señalan, orientan y delatan, que teclean las letras, compulsivos. De las callosidades de la obra, la inconclusa, la terminada.

Dueños de las manos. De las palmas que quitan, que son cuencos provisorios, aplausos y cachetadas. Que empuñan la daga y se hacen cadena en otras manos. Que pierden frente a la arena y al paso de los años.

Dueños de las manos. Del rezo desesperado y la agradecida plegaria. De la siembra, la cosecha y la masa, en un rito que se repite y las desgasta.

Para bien o para mal, somos los dueños de las manos que acarician y matan. De sus anversos y reversos, espejos de caras y contracaras.

Dueños de las manos