Temblores
Temblor de tierra. Cada espasmo del suelo abre la piel para que invada la angustia. Se suman los derrumbes propios y ajenos. Los techos, en un acto de traición, se vuelven enemigos.
Temblor de frío. Toda calle pretende tener un refugio oculto pero que el viento helado sabe descubrir. El “sin hogar” está a la vista, mientras los ministerios juegan a la escondida.
Temblor de miedo. Los pasos en la vereda retumban desde atrás, cuando está oscuro se convierten en sonidos de hombre. El escalofrío permanece aunque el extraño, por suerte, siga de largo e inocente. El inconsciente colectivo tiene un lado femenino.
Temblor de alcohol. Tiritación química. Los monstruos interiores y exteriores trabajan y sacuden.
Temblor de enfermedad. Se estremece mi amiga, mi amigo, sus manos y sus músculos y, a la par, tiemblan y dudan el ánimo y el coraje.
Temblores, que en burlona paradoja, nos paralizan, hasta que tarde o temprano, cerca o lejos, nos percatamos que el corazón, porfiado, tiembla, late, palpita.