Grecia y el fin del proyecto europeo
Por Atilio A. Boron. En la madrugada de este lunes los ministros de finanzas de los países de la zona euro transmitieron al país del Mediterráneo los términos de una rendición incondicional en la guerra económica desatada por la imposibilidad de Atenas de hacer frente a la deuda pública griega. Le tocó al ministro de Finanzas de Finlandia, Alexander Stubb, la deshonrosa misión de dar a conocer las cláusulas de la capitulación que le soplaran al oído los banqueros alemanes.
Ante la prensa declaró que sus pares de los 18 países de la zona euro acordaron exigir de Grecia tres conjuntos de medidas, de inmediata aplicación: Número uno, tiene que aplicar leyes de aquí al 15 de julio. Número dos, duras condiciones por ejemplo en reformas laborales y pensiones e IVA e impuestos. Y número tres, medidas bastante duras también por ejemplo en privatizaciones y fondos de privatización.[i]
Para el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, esta desvergonzada iniciativa, tomada bajo la inspiración de las grandes agencias del pensamiento neoliberal, es un tiro de remate al proyecto europeo. Según este autor, la lista de demandas elaborada por los ministros de finanzas es simplemente una locura. Equivale a perpetrar un brutal golpe de mercado -¿una variante del soft power?- que va mucho más allá de un duro programa de ajuste económico. Es, siempre según Krugman, pura venganza que conlleva la total destrucción de la soberanía nacional sin ninguna esperanza de alivio o rescate. En el fondo es una oferta que ningún gobierno de Grecia (o de cualquier país independiente) puede aceptar sin una imperdonable regresión a un status neocolonial. Además, si aceptara la receta que le envían desde Bruselas, la situación de la economía griega no mejoraría. Es, y cito, una grotesca traición de todo aquello por lo que el proyecto Europeo se suponía tenía por razón de ser.[ii]
La impresión a la que llega el observador de este duro proceso de negociación entre un pequeño país europeo y una irresponsable y antidemocrática estructura de poder transnacional, la tristemente célebre Troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) es que el objetivo fundamental de esta interminable sucesión de presiones y condicionamientos es producir la humillante derrota de las pretensiones griegas de recuperar un cierto grado de control de su propio destino como comunidad política. Lo que se exige es una capitulación en toda la línea: no basta con la caída del gobierno de Syriza, que tuvo la osadía de rebelarse y, apostando a la democracia, apelar a una consulta ciudadana para decidir el curso de acción que el gobierno debía tomar para enfrentar la crisis. En línea con lo peor de la tradición despótica alemana, esa que tuvo su punto más alto y abominable en los aciagos años del nazismo pero que a lo largo de la historia se había manifestado en innumerables ocasiones, lo que persigue la Merkel y los grupos económicos a los cuales sirve es la imposición de una humillante rendición que sirva como escarmiento para otros pueblos europeos afectados por la deuda. No sólo la derrota sino también asegurar que el oprobio y la ignominia bañen con rasgos indelebles a los revoltosos. Por la borda se arroja el lastre de las ilusiones democráticas y el proyecto de una Europa definitivamente reconciliada con los valores de la democracia, la justicia y la igualdad, armonizados en una comunidad de naciones diversas pero solidarias como las soñaran Robert Schuman, el padre fundador del proyecto, y líderes políticos como Adenauer, De Gaulle y De Gásperi y tantos otros. Lo único que cuenta ahora, es la rentabilidad del capital financiero y su insaciable voracidad.