Pese a ello, existe una conciencia muy arraigada en el sentido de que los medios constituyen el cuarto poder que vigila, en nombre de la sociedad, los actos del gobierno y en general de las instituciones, incluyendo a los otros dos poderes del Estado: el Legislativo y el Judicial. Pero esta idea tropieza con los datos irrefutables de la historia. De hecho, la prensa gráfica cumplió en gran medida aquel papel en sus inicios. Pero las cosas se fueron complicando en parte con la radio pero sobre todo con la aparición de la televisión.

Hacia finales del siglo dieciocho y comienzo del diecinueve la prensa era, en países como los Estados Unidos y algunos del Occidente europeo, producto de la iniciativa de algunas personas o muy pequeños grupos, y ejercían efectivamente aquella vigilancia en nombre de la sociedad a que aludiéramos más arriba. Un salto muy significativo se produjo en el último cuarto de siglo diecinueve cuando la socialdemocracia alemana, a favor del alto nivel de alfabetización de esa sociedad, generó una impresionante red de medios gráficos diarios y semanales y convirtió a la prensa de ese partido en un crucial formador de opinión entre los sectores populares del país. Bien pronto su ejemplo fue seguido por grupos ligados a los grandes carteles empresariales alemanes que salieron con fuerza a competir en ese terreno. Del otro lado del Atlántico, la prensa gráfica norteamericana experimentaba similar crecimiento a partir de la Guerra Civil, dando inicio a un proceso que continuó avanzando hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo en los últimos treinta años la fusión entre empresas periodistas y corporaciones se tornó un vínculo inescindible.

El resultado fue, en Estados Unidos, un veloz y fenomenal proceso de concentración mediática. El documentalista y periodista australiano John Pilger denunció hace ya unos años que esos medios disponen de un poderío formidable y constituyen un verdadero gobierno invisible. Pruebas al canto: según este autor, en 1983 cincuenta corporaciones poseían los principales medios globales, la mayoría de ellas estadounidenses. En 2002 había disminuido a sólo nueve corporaciones. Actualmente (2007) son probablemente unas cinco. Rupert Murdoch ha predicho que habrá sólo tres gigantes mediáticos globales, y su compañía será uno de ellos. [1] Agréguese a lo anterior el hecho de que tres grandes oligopolios mediáticos: el Wall Stree Journal, el Financial Times y la agencia Reuter producen el 80 por ciento de todas las noticias económicas que circulan por el planeta y se tendrá una idea muy clara de la preocupante amenaza, que para la libertad de expresión, se desprende de tales niveles de concentración de la propiedad de los medios en un puñado de grandes corporaciones que venden información y lo hacen en función de sus intereses empresariales.

En América Latina, Televisa de México, la red O Globo de Brasil y Clarín de Argentina son claros ejemplos de un proceso de concentración de medios de comunicación que conspira contra el necesario pluralismo que debe reinar en el espacio público, condición indispensable para el funcionamiento de la democracia política. Es que no puede haber estado democrático, o una democracia genuina, si el espacio público, del cual los medios son su sistema nervioso, no está democratizado. Son estos quienes formatean la opinión política, imponen su agenda de prioridades y, en algunos casos no siempre- hasta fabrican a los líderes políticos (Silvio Berlusconi en Italia, como caso extremo) que habrán de gobernar. La amenaza a la democracia es enorme porque con la concentración mediática se consolida en la esfera pública un poder oligárquico que, articulado con los grandes intereses empresariales, puede manipular casi sin contrapesos la conciencia del público en general, instalar agendas políticas y candidaturas e inducir comportamientos políticos, todo lo cual desnaturaliza profundamente el proceso democrático. Lejos de ser un cuarto poder que vigila en nombre del interés público la conducta de los gobernantes, las oligarquías mediáticas se convierten en el poder detrás del trono al servicio de mezquinos intereses sectoriales. La clásica investigación de Noam Chomsky y Edward S. Herman, publicada en nuestros países bajo el título de Los guardianes de la libertad, aporta pruebas irrefutables al respecto.[2]

Por Atilio A. Boron.

[1] John Pilger (2007) en http://www.democracynow.org/article.pl?sid=07/08/07/130258

[2] Varias ediciones en lengua castellana. El título original es Manufacturing Consent, y fue publicado por Pantheon Books en 1988ñ