La crisis del coronavirus es, en esencia, una crisis de civilización. Hay algo que no anda bien en la maquinaria planetaria y de repente, de un día para el otro, todo se paraliza. Pero en el mientras tanto se están juntando las cartas para barajar y dar de nuevo en este juego global en el que todos somos participes sin distinción de fronteras o condición social. 

Se suele decir que las crisis son oportunidades y que cuando afloran se deben tomar decisiones porque si no ellas se ocupan de decidir por nosotros. Frente a este flagelo, sin dudas, muchas cosas no volverán a ser como antes y habrá que ver cómo la humanidad las procesa. Un nuevo cambio de paradigma en la organización política, económica, social y ambiental en todas partes del mundo estará incubándose mientras el coronavirus avanza y habrá que pensar y analizar los destinos de una sociedad global que está mutando frente a esta crítica situación. 

Es en este contexto, en donde todo lo que era normal dejo de serlo, es que hemos decidido reflexionar sobre algunas cuestiones que tiene que ver con el presente y el futuro de la humanidad. Reflexiones que forman parte de algunos escritos del pasado y que actualizados toman una nueva dimensión frente a la crisis global en la que miles de millones de personas se ven afectadas. 

Uno de los principales aspectos que deberemos trabajar en el futuro, una vez que la aldea global se calme, es modificar y mejorar las formas de producción, distribución y consumo para alimentar y satisfacer las necesidades a diario de más de 7.600 millones de personas que habitan actualmente en el planeta. 

Este es un tema central para el desarrollo del futuro de la humanidad porque de los alimentos depende la propia existencia de nuestra especie, así como también de un montón de bienes y servicios que resultan fundamentales en nuestra vida cotidiana. 

Además de las frutas, verduras, carne, pescado o bebidas para poder vivir; hoy las personas necesitan materiales para construir casas, aparatos eléctricos como heladeras, celulares o una computadora; medios de transporte para movilizarnos (autos, colectivos, camiones, aviones) o energía para fabricar y movilizar a las máquinas que hacen esos bienes o para el consumo en los hogares.

Pero el problema es que al mismo tiempo que existe una capacidad cada vez mayor de producir en forma creciente bienes y servicios, el acceso, la distribución de la riqueza generada a nivel global no es equitativa. Según la organización Children Internacional la mitad de la población mundial vive con menos de U$S 2,5 al día y 400 millones de niños viven en la pobreza extrema -cifras que hoy día frente a las consecuencias sociales y económicas del coronavirus se asentarán- al mismo tiempo que el 1% de la población considerada más rica vive con más de U$S 34.000 anuales. 

Estas desigualdades no solo se ven reflejadas entre las naciones desarrolladas o sub-desarrolladas sino que también los contrastes se hacen sentir hacia adentro de cada una de las sociedades donde podemos encontrar personas muy ricas y otras muy pobres. En Estados Unidos, por ejemplo, según el censo del año 2014, 1 de cada 5 niños vivían en la pobreza comparado con 1 de cada 8 adultos, lo que equivalía a 15.5 millones de niños necesitados en ese país. 

En Argentina, que tiene la capacidad de producir alimentos para un total de 400 millones de personas, a principios de abril en medio de la pandemia del coronavirus, según datos del INDEC, la pobreza creció en términos interanuales en un 3,5% alcanzando a unas 14,4 millones de personas, es decir, un 35,5% del total de la población nacional. 

Es por eso que resulta fundamental poner en marcha en forma urgente políticas públicas en todo el mundo que aseguren condiciones de vida digna a todas las personas independientemente de su condición y origen social. Y resulta urgente poner en marcha una cruzada a nivel mundial contra el hambre asegurando el acceso en cantidad y calidad a toda la población mundial de los alimentos para vivir diariamente. Entre otras cosas, a través de la creación e impulso en diferentes países de la renta básica que asegure a todos los ciudadanos un ingreso adecuado para satisfacer las necesidades fundamentales y un mínimo de igualdad básica entre las personas.