Que el mundo cambió para siempre no hay ninguna duda. Que el Estado cambió, tampoco. Que el control requiere la actuación en estos cambios, está claro. Ahora, lo que surge es ¿cómo? Y esa es la pregunta central que tenemos que empezar a responder.

Como auditores gubernamentales estamos frente a un desafío: dar respuestas a la ciudadanía sobre el uso de fondos públicos en tiempos de Covid- 19. Y como a todos, esta pandemia nos introdujo en un proceso de reflexión y nos impuso una necesidad de refundación.

Ordenar los ejes de actuación que se requieren puede ser un primer aporte a esta confusión y desde este texto se intenta promover líneas de pensamiento en ese sentido.

Podrían establecerse interrogantes disparadores para las definiciones que buscamos: ¿Cuál es el objetivo del control público? ¿Qué se debe controlar de las políticas públicas? ¿Qué se requiere de un cuerpo de agentes de auditores gubernamentales en estos momentos?

La primera respuesta debe ser unívocamente: mejorar la vida de la gente. Debemos estar de acuerdo en este punto para no perdernos en formalismos o imbricancias burocráticas sin sentido. De ser así, podemos seguir avanzando en las respuestas.

Respecto a la segunda pregunta, se centra en el método y refiere al criterio de auditoría: ¿cómo construimos un criterio realista y razonable frente al cual cotejar esta realidad? Es fundamental empezar por el principio de formulación de criterio de auditoria.

¿Cómo lo construyo? En esta coyuntura, en primer lugar, entendiendo que todo aquello que era parámetro antes del 20 de marzo hoy mutó. Esta situación no solo es anómala para Argentina, sino para el mundo. De ahí una primera respuesta: podemos mirar cómo se está controlando en otros lugares para construir el criterio que necesitamos.

Si bien el Estado como benefactor cobró importancia en este momento más que nunca, las lógicas de limitaciones territoriales pierden sentido en este contexto de un enemigo común mundial. Por esto, es recomendable tomar las lecciones aprendidas de otros y trabajar en esquemas de buenas prácticas.

Y llegando al tercer interrogante, es indudable que la profesionalización del Estado ya no es una opción sino que es una necesidad indispensable: los técnicos y especialistas le dieron herramientas a la política para actuar y si bien, como deber ser, ésta última fija la estrategia, requiere de los profesionales de la administración para su operativización, y por qué no, para escuchar su consejo.

¿Y qué mejor que nosotros, los auditores, que conocemos las políticas públicas en todas sus etapas y tenemos la calma del que no gestiona para analizar escenarios?

Entonces, ¿sería alocado pensar que nuestro rol hoy no es solo controlar a posteriori, sino asesorar y asistir en tiempos de emergencia? ¿Podemos ser fuentes de consulta para el mejor hacer en emergencia?

No podemos olvidar que la premura en la toma de decisiones aumenta los riesgos de los errores (involuntarios). Y que hoy los errores pueden costar vidas. La sensibilidad del objeto de control nos impone un compromiso distinto. Hoy se trata de ellos, de nosotros, de todos.

Pero ¿cómo hacemos los trabajadores para ser eficaces en estos objetivos con las nuevas metodologías?

Lo primero que tenemos que saber es que debemos encontrar oportunidad en esta crisis y analizar que el teletrabajo nos da una posibilidad única para mejorar la eficiencia de la labor.

La virtualidad requiere claridad conceptual y tiempos acotados: las reuniones que podían llevar horas y tratar temas en el aire, hoy obligatoriamente requieren actas escritas y encuentros cortos en alguna aplicación de conferencias.

No es fácil la adaptabilidad y claro que genera estrés ante lo desconocido. Es un enorme desafío habilitar las herramientas necesarias y acompañar a los agentes en este proceso.

En primer lugar, es imprescindible conocer las capacidades técnicas y cognitivas de los agentes. En criollo: ¿qué fierros tienen y cuánto saben usarlos?

Y ahí resulta esencial el rol del organismo de control para capacitar a sus recursos, con las limitantes de realidades muy distintas, asistir y contener al personal.

El Estado tiene un envejecimiento generacional que preocupa ante la incorporación de cada vez más herramientas tecnológicas. Y, en paralelo, requiere para la renovación la transmisión del conocimiento a las nuevas generaciones.

Es importante dejar planteadas algunas cuestiones disparadoras: ¿Qué hacemos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuándo lo hacemos?

Podemos plantear lógicas disruptivas hoy, patear un poco el tablero y revalorizar el rol del auditor gubernamental o quedarnos afuera de la ola de cambios. Si vamos por el primer camino, se impone un plan, un esquema estratégico de qué y cómo vamos a avanzar. Esto es vital.

Lo único que no podemos hacer es seguir haciendo lo que hacíamos, ahora desde casa. Eso es lo que nos condenaría a desaprovechar este momento histórico como insumo para fortalecer el control público.