El trabajo del futuro deberá esperar
Las agendas. Vaya uno a saber a qué persona se le ocurrió, por primera vez, la idea de anotar en algún papel o cuaderno las cosas que tenía programadas hacer ¿Quién habrá sido el pionero/a que, en una hoja o en una libreta, fue volcando, sistemáticamente, los eventos que le esperaban con el propósito de recordarlos?
Es probable que alguien, tomando un calendario, en los espacios posibles, anotara las tareas a realizar cada día. Los almanaques deben haber sido las primeras agendas organizadas que se aproximaron a las que fuimos conociendo. Habrá agendas laborales, escolares, deportivas o recreativas. Agendas de dietas y de salud. La agenda del preso, cuya anotación principal es la fecha de su salida. La de las embarazadas. La de un viaje.
A las de papel se les sumaron, en el tiempo, las agendas electrónicas. Hoy, los celulares, que aunque aún conviven con las libretas, son los que soportan el registro de lo que programamos hacer.
Mucho se habla del trabajo del futuro, entendiendo ésto como el impacto de las nuevas tecnologías, y su aceleración, modificando la actividad laboral tal como la conocemos.
Todo lo que uno apunta en una agenda tiene cierto grado de certidumbre. Lo anotado es previsible que suceda. Hace años, en la agenda deportiva, estaban previstos los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el campeonato de Wimbledon y los partidos de la Copa Libertadores.
Del mismo modo estaba programada (agendada) la asamblea anual -en Ginebra- de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la temporada teatral del Colón, las exposiciones del Museo del Louvre, las bodas de plata de un matrimonio o el cumpleaños de 15 de una sobrina.
Pero al mundo, sí, al mundo en su totalidad, le llegó el coronavirus y, en este contexto, no solo se hace difícil hablar del "trabajo del futuro" en términos de tecnología, sino que, de por sí, resulta complejo referirse al trabajo actual, con la cuarentena envolviéndonos en unos metros cuadrados (con suerte) y al horizonte laboral que espera el fin del encierro.
Este mismo aislamiento, que nos impide que avisoremos con claridad el trabajo, nos traba también la posibilidad de hablar del futuro.
No faltan quiénes creen que de esta pandemia saldremos fortalecidos, con una mayor unión, conciencia ambiental, poder de reflexión frente a los acontecimientos, revaloración de lo que realmente es importante. También están los que piensan, por el contrario, que nos va a ganar el egoísmo, las dudas, la conducta individual de acumular por las catástrofes que puedan seguir dándose.
Lo concreto es que el trabajo, en la Argentina, además de su precariedad endémica, entró en una fase de experimentación, improvisación, al menos, incierta. Son pocas las entidades, organizaciones (públicas y privadas) o empresas preparadas para el trabajo remoto.
Resulta particularmente difícil, con el arrastre de una coyuntura ya frenada, pasar a una etapa en la cual al trabajo se le aplicó, además, el freno de mano como nunca antes.
La pandemia quedará atrás, deseamos que sea con el menor daño humano posible, social y económico también. Mientras tanto, debemos gestionar el trabajo del presente, con creatividad dirigencial y un Estado activo.
Al "trabajo del futuro" debemos construirlo con tecnología y visión colectiva, sumada a la voluntad que, en la actualidad, demuestran los trabajadores de a pie, con "tracción a sangre". Ellos representan el espíritu que se debe proteger.