La humanidad está atravesando actualmente un periodo signado por la incertidumbre permanente. Como ya ha pasado recientemente con el COVID 19, la gran mayoría de los seres humanos no sólo no conoce cuáles son los verdaderos riesgos a los que estamos expuestos como especie sino que, además, no somos capaces de dimensionar y cuantificar cuáles pueden llegar a ser las consecuencias reales de los peligros que hoy acechan al planeta.

Si la sociedad global en su conjunto no tiene aún conciencia plena de lo que está pasando en este mundo hoy, signado por una post-pandemia, una guerra realmente injustificable e innecesaria, un crecimiento poblacional acelerado, un aumento significativo de la pobreza y la desigualdad, y una crisis climática y ambiental que pone en jaque la propia sobrevivencia de la especie humana; mucho menos vamos a poder tener respuestas para poder enfrentar los desafíos urgentes que tenemos en el siglo XXI.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció el 5 de junio como el Día Mundial del Medio Ambiente con el objetivo de que en esa fecha, en todos los países del planeta tierra, las sociedades se informen, movilicen y actúen para poner freno a una crisis socio ambiental y climática, hoy amenazante. Estas breves reflexiones pretenden generar algunos disparadores para un necesario debate que debemos dar en cada uno de nuestros países y, en particular y de manera conjunta, entre los diferentes pueblos hermanos suramericanos.

Hoy el destino de nuestros pueblos no puede seguir sujeto a las configuraciones de un viejo y ya caduco régimen político y económico que dividió nuestros territorios en repúblicas y nos impuso límites geográficos e institucionales que fueron fraccionando el mosaico suramericano, posibilitando de esta manera la vieja y ya conocida teoría de la dependencia de los países del sur subdesarrollados respecto de aquellos que están ubicados en el hemisferio del norte desarrollado.

Está claro que esa dependencia, desde las épocas en las que éramos colonias de España o Portugal hasta la actualidad, estuvo siempre signada por un sistema internacional de intercambios de bienes y mercancías, en donde los pueblos del sur, en líneas generales, pusieron las materias primas y los del norte las utilizaron como insumos para la producción de otros bienes que incorporaban un alto valor agregado por medio del alto desarrollo tecnológico alcanzado en esas sociedades.

Sin dudas, ahí está la explicación más certera de por qué se fueron acentuando, con el correr de los años, las desigualdades y las brechas existentes no sólo entre las naciones sino también entre las propias comunidades de un lugar u otro del planeta. Y mientras que en Europa, América del Norte o Asia se van organizando en base a la constitución de bloques regionales, nosotros en América del Sur seguimos queriendo remarla muchas veces de a uno en un mar plagado de tiburones que están al acecho para apropiarse de nuestras más preciadas reservas de minerales ubicadas en nuestras montañas, la biodiversidad que habita en bosques, mares, ríos o llanuras y el agua dulce que circula en numerosas cuencas hídricas superficiales, subterráneas o que se encuentran en estado glaciario.

Entonces la pregunta sería la siguiente: ¿Estamos dispuestos los hermanos y hermanas de Sudamérica a que nuestras riquezas existentes hoy en nuestros ecosistemas naturales sigan siendo expoliadas como lo fueron históricamente por los países desarrollados del globo para satisfacer sus propias necesidades a cambio de tener que soportar en la región altos índices de pobreza y marginación y grandes daños ambientales a lo largo y ancho de nuestros territorios?

Soy de los que piensan que debemos resistir incansablemente ante todo tipo de intento de dominación extranjera en aras de obtener mayores niveles de autonomía y mayor capacidad de decisión. Soy consciente de la necesidad de poner en marcha a nivel global un nuevo paradigma de organización social basado en la sustentabilidad ambiental para garantizar las condiciones de vida necesarias para la sobrevivencia de la especie humana y el resto de las que actualmente habitan en la tierra. Por eso, mi respuesta a esa pregunta es que no podemos seguir resignándonos.

Necesitamos urgente una estrategia regional conjunta llevada a cabo por todos los países de la región sin importar las trincheras ideológicas en las que militen los actuales mandatarios o presidentes de nuestras naciones del sur del continente americano, tal como lo viene manifestando Pepe Mujica en este último tiempo, con bastante intensidad. 

“Es el momento de ir por el todo” manifestó el líder uruguayo José Mujica cuando lo invitamos a disertar junto con Lucía Topolansky –su compañera de vida y militancia - el pasado 15 de mayo en el marco de una conferencia sobre los desafíos de la integración latinoamericana que organizamos con la Catedra Libre José G. Artigas en la Facultad de Derecho de la UBA.

Esas mismas palabras le llegaron a Lula a través de una carta enviada recientemente por el propio Mujica antes que el presidente brasilero recibiera en la capital de su país la semana pasada a 10 mandatarios sudamericanos para poder relanzar las relaciones políticas al más alto nivel y avanzar en una fuerte estrategia integracionista que permita obtener una mayor capacidad de negociación a la hora de insertarnos en el mundo y mayores niveles de desarrollo económico, social y ambiental.

Hay un dicho que dice “quién tiene el oro pone las reglas”. Nosotros no sólo tenemos el oro que desde antaño se extrae y se lleva afuera de nuestros países por las grandes multinacionales internacionales que lo venden para ser utilizado como reserva de valor por los Bancos Centrales de diferentes partes del mundo, como insumos para diferentes componentes informáticos o bien como materia prima.

Pero también poseemos el oro azul que son nuestras grandes reservas de agua dulce y nuestros extensos territorios marítimos que rodean a gran parte de nuestros países. A eso debemos sumarle el oro verde proveniente de la biodiversidad más rica del planeta existente en nuestros territorios, como es el caso de la Amazonia. O el oro blanco en el triángulo del litio integrado por Argentina, Bolivia y Chile, tan preciado en la actualidad para poder avanzar hacia una transición energética.

Si fuéramos realmente conscientes del potencial que tenemos como región y los desafíos que tenemos por delante para que esos recursos no solo contribuyan a elevar los niveles de desarrollo e inclusión social de nuestras comunidades -distribuyendo de manera equitativa sus utilidades- sino también para que sean preservados de la mirada voraz de un sistema capitalista depredador global que está poniendo en crisis la existencia de la propia vida misma en el planeta. Debemos ir por el todo, como dijo Mujica.

Y tenemos que ponernos a trabajar por la construcción de un proyecto político, económico y social integrador que sea más igualitario y se sustente en el ejercicio soberano de nuestros derechos sobre los recursos naturales, integrando la mirada ambiental al proceso de desarrollo de nuestras sociedades y gestionando de manera conjunta y sostenible aquellos ecosistemas compartidos entre dos o más países para que podamos devolverle las esperanzas a un pueblo que debe dejar atrás su pasado dividido en repúblicas coloniales para integrarnos en una verdadera unión de naciones suramericanas.