Desde hace tiempo sabemos que la educación Argentina está jaqueada por grandes problemáticas: la mayoría de los estudiantes pasan de año a año en la escolaridad obligatoria sin aprender los conocimientos básicos en lengua, matemática y ciencias; muchos de ellos, años después, abandonan en la secundaria para no volver a pisar un aula jamás. Además, el proceso de enseñanza y aprendizaje está condicionado negativamente por profundas carencias materiales y de infraestructura, y por condiciones sociales –con una pobreza infantil que roza el 60%– que la hacen virtualmente imposible.

Con este panorama, podemos pensar que semejante contexto desalienta la tarea de los y las docentes. Sin embargo, existen aquellos que –a pesar de la falta de recursos y condiciones– logran desarrollar su cometido con total éxito, llegando a marcar para siempre el rumbo de vida de sus alumnos: en parajes rurales, pueblos pequeños o grandes ciudades, en la escuela primaria o secundaria, pública o privada, docentes con una gran vocación de servicio estiran los límites de la realidad para volver posible lo que parece imposible, consiguiendo que sus estudiantes se zambullan de cabeza ante las vastas aguas del conocimiento, permitiéndoles desarrollar conocimientos en las más variadas disciplinas del saber y dotándolos de herramientas para afrontar su futuro.

Los últimos datos actualizados de la población docente se encuentran en el “Censo Nacional del Personal de los Establecimientos Educativos”, realizado en el 2014. Sus resultados mostraban que -en ese entonces- había 1.181.872 docentes no universitarios (considerando los niveles inicial, primario, secundario y superior no universitario). De estos, 778.130 tienen funciones “frente a alumnos”, o sea en el aula, mientras que los restantes 403.742 están compuestos por directores de escuela, administradores y servicios generales, entre otros. Para conocer información actualizada habrá que esperar el nuevo censo docente, que será realizado el año próximo. Sin embargo, un informe de Argentinos por la Educación recopiló los datos arrojados por los relevamientos anuales del Ministerio de Educación de la Nación para realizar una estimación de la cantidad de docentes en 2019, encontrando que hubo un aumento de 3,9% entre el censo de 2014 y la fecha del informe. Esto significa que de aquellos 1.181.872 docentes relevados por el Censo 2014 se pasó a un total de 1.227.932 docentes no universitarios en 2019.

Detrás de ese número hay historias de vida y trabajo que merecen ser destacadas: por su esfuerzo y dedicación, por su inquebrantable vocación de servicio o su gran capacidad para contagiar pasión por aprender. ¿Quién no recuerda a su mejor docente? ¿Quién no tuvo algún profesor que encendió la chispa de su vocación futura? Una iniciativa conjunta de Clarín y Zurich busca premiar a los mejores docentes del país, reconociendo su compromiso cotidiano, sus habilidades para innovar frente al aula y la huella indeleble que marca a quienes son sus alumnos. Se trata del premio “Docentes que Inspiran”, el cual va por su tercera edición buscando visibilizar historias de excelencia académica y su contribución a forjar una educación de calidad.

En cada edición el proceso de selección comienza con la postulación: docentes de nivel inicial, primario y secundario pueden ser postulados por sus propios alumnos o su comunidad educativa, con una mención de su labor específica y cualidades destacadas. Para este año se recibieron unas 2.000 postulaciones de todos los rincones del país. De entre todos los postulantes fueron seleccionados 24 semifinalistas: entre ellos hay hermosas historias como las de Eliana Altamirano, de San Luis Capital, que creó un programa de televisión para que sus alumnos fortalezcan sus medios de expresión, trabajen en equipo y desarrollen conciencia crítica; o la de Lucas Botta, de Pilar (Córdoba), un profesor que creó un podcast que utiliza para sus clases de historia y con el cual llega a más de 80 países. Luego se llegó a una selección de 6 docentes finalistas. Entre ellos se destacan historias como la del docente de Biología Ramón Amarilla, que en la localidad de San Roque (Corrientes) estimula la vocación científica de sus alumnos con un Club de Ciencias y un Museo Escolar de Ciencias Naturales, o la de Laura Hernández, que en una pequeña localidad de la Provincia de Buenos Aires llamada 30 de Agosto, desarrolló un proyecto multidisciplinario llamado “Cáscaras Mágicas” con el que sus alumnos encontraron una solución al problema del arsénico en el agua a través del aprovechamiento de las cáscaras de huevo.

Falta poco para que el jurado del certamen seleccione al docente ganador –que se llevará 3 millones de pesos de premio– y a otros dos que se llevarán una mención especial, con un premio de 1 millón de pesos cada uno. Más allá de quiénes resulten seleccionados, lo más valioso para los Docentes que inspiran habrá sido el reconocimiento de sus propios alumnos, sus familias y la comunidad de la que forman parte: con su compromiso e ingenio, lograron que sus alumnos se interesen por conocer y descubrir nuevos saberes, aplicándolos a la resolución de problemas y necesidades del lugar donde viven. Esa experiencia será –seguramente– mucho más enriquecedora que repetir las tablas o recitar algunos versos de memoria. Finalmente, el premio no es el dinero, es vivir para siempre en el corazón de sus alumnos.