El tiempo, en los minutos dichosos, es rápido. Lo apuran las risas, el brindis, los abrazos, los encuentros. El amor permanece. 

El tiempo, al compás de las penas, se hace lento. Lo demoran las ausencias, la angustia, las despedidas, los miedos. El amor permanece. 

El destino y la muerte no son ni rápidos ni lentos, son puntuales. 

El amor, inquieto, permanece, y nos hace creer en la eternidad, donde el tiempo no lleva la cuenta.